Desde Otro Ángulo

La transición y el punto de llegada (dos cosas distintas)

López Obrador está impulsando una transformación cuya primera etapa es destructiva, porque para abrir caminos resulta indispensable debilitar las anclas que nos condenan a repetir el pasado.

Llevo algunas semanas leyendo sobre el milagro económico chino. Como últimamente todo lo leo desde mis preguntas sobre México, quiero compartirles algunos de mis hallazgos. En este texto, me concentro en lo que me sugirió la experiencia china leída desde el espectacular libro de Ang, Cómo escapó China de la trampa de la pobreza. En particular, en la utilidad de pensar procesos de cambio complejos con lentes que reconozcan el valor de estrategias gubernamentales que, lejos de mantener continuidad en el tiempo, puedan irse adaptando a las cambiantes situaciones que van surgiendo en el transcurso de transformaciones sociales de gran escala.

El proceso a través del cual China, ese país gigante y paupérrimo en 1978 que logró en tan solo cuarenta años convertirse en la segunda economía del planeta y sacar a ente 800 y mil millones de personas de la pobreza, estuvo lleno de escollos, incertidumbres y saltos al vacío. Como señala Ang, no se trató, en absoluto, de un itinerario lineal conocido de antemano; tampoco fue el resultado de aplicar mecánicamente un conjunto de recetas, dogmas o 'mejores prácticas internacionales'. Las estrategias que resultaron útiles, en el arranque, para generar mercados a partir de instituciones muy débiles, fueron muy distintas a las empleadas una vez creados los mercados. En suma y contra lo que sostienen los libros de texto, la clave del milagro chino no fue la consistencia intertemporal de las políticas, es decir su estabilidad y continuidad en el tiempo, sino la capacidad del gobierno central y los gobiernos locales para irse adaptando a las cambiantes configuraciones de restricciones y oportunidades que fueron emergiendo sobre la marcha.

La idea de que la inconsistencia temporal en las estrategias gubernamentales y de que contar con orientaciones generales más que con itinerarios y destinos muy precisos pudieran resultar clave para impulsar el tránsito del atraso al desarrollo resulta muy razonable si pensamos el cambio social como proceso dinámico, abierto y complejo en el que el contexto es crucial. Esa idea, sin embargo, no forma para nada parte del mobiliario intelectual dominante con el que, desde hace mucho, pensamos el desarrollo. Quizá esa ausencia contribuya a explicar algo que hace rato me resulta especialmente intrigante. Me refiero a la incomodidad compartida que percibo en grupos tan opuestos como los críticos más acérrimos del presidente, algunos de sus críticos más benevolentes, e incluso algunos de sus partidarios con más lecturas frente a un gobierno cuyo proyecto de transformación resulta desconcertante pues viola varios de los presupuestos de fondo del pensamiento dominante sobre el cambio social. Los viola porque no parece tener claro –de entrada– su itinerario para el cambio completo, las acciones de su gobierno no aparecen como especialmente consistentes en términos intertemporales, y tampoco parece tener o comunicarnos una idea muy precisa acerca del tipo de país que busca construir una vez haya desmantelado o debilitado los ejes de sustentación y reproducción del 'viejo régimen'.

El camino de China al desarrollo fue un proceso de transformación cuyo 'método' fue, como dijera Deng tantas veces, "cruzar el río tentando las piedras" o, como lo bautiza Ang, uno de "improvisación dirigida". Una transformación de fondo capaz de echar raíces y florecer en un contexto particular, es ante todo un proceso marcado por altas dosis de incertidumbre y, típicamente, uno basado en la prueba y el error. Pasar del subdesarrollo al desarrollo, o de una sociedad para unos poquitos a una en la que quepan los más son procesos complejos cuyas etapas no son una continuación mecánica una de la otra, sino una sucesión de situaciones cambiantes que exigen adaptabilidad y creatividad para sortear los obstáculos y riesgos que van apareciendo.

El proyecto declarado del presidente López Obrador consiste en promover una transformación de fondo que permita transitar hacia una sociedad menos injusta y desigual. Como en la cabeza de sus críticos –tanto los acérrimos como los benevolentes– hay un ideal que ellos/as desean como el punto de llegada (mercados eficientes conectados con el mundo o un estado de bienestar a la europea, por ejemplo), y lo que López Obrador está haciendo no parece ir encaminado a construir eso a través de políticas consistentes en el tiempo, pareciera que AMLO fuera un loco, un inepto, o un simple ocurrente.

Puede ser que sea todo eso. Pudiera ser, sin embargo y a luz del caso chino, que López Obrador esté impulsando una transformación menos lineal que la de los libros de texto. Una, cuya primera etapa es, en efecto, sobre todo destructiva porque para abrir otros caminos resulta indispensable debilitar las anclas que nos condenan a repetir el pasado, y una cuyo destino final es menos claro de lo que desearían liberales, neoliberales, y socialdemócratas. Menos preciso porque, guiado por ciertos valores muy generales y una visión –digamos– más orgánica del cambio social, apuesta a ir generando las condiciones de posibilidad para que emerjan formas de organización social y económica autóctonas y, por tanto, sostenibles en el tiempo que sean menos brutalmente injustas e inequitativas. Pudiera ser una cosa o la otra. Ya iremos viendo.

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