Benjamin Hill

La gentrificación que vino de fuera

La gentrificación de un espacio urbano muchas veces equivale a su rescate de un destino seguro de degradación, abandono y destrucción.

Un curioso debate se está dando acerca del efecto gentrificador del influjo migratorio de canadienses y americanos principalmente, a colonias como la Roma y la Condesa de la Ciudad de México. Muchos mexicanos se han visto expulsados de esas colonias por el alarmante encarecimiento de las rentas, por las que culpan a esa ola migratoria. Por su parte, los migrantes matan dos pájaros de un tiro, pues huyen de la escasez y encarecimiento de lugares para vivir en sus países de origen y de paso, se aprovechan del poder adquisitivo de sus dólares para vivir más cómodamente de lo que podrían hacerlo allá, con el agregado de vivir una experiencia ‘cultural’ en un país que a sus ojos es un tanto exótico y mágico, como dice un tuit que se hizo viral.

Creo adivinar lo que sienten los mexicanos que han tenido que huir de las rentas prohibitivas de esas colonias, pues yo mismo fui expulsado de la Condesa por los mismos motivos en los años 90, por la primera ola gentrificadora, integrada en ese momento por mexicanos, casi todos jóvenes, que venían de colonias más elegantes con la intención de cambiar su estilo de vida por otro menos convencional y más bohemio. Debo decir que el cambio me rompió el corazón; me había hecho ya a la idea de ser ‘condesero’. Tanto mi abuelo como mi padre, a pesar de ser sonorenses como yo, habían vivido en algún momento de sus vidas en la Condesa, y sentía que mi presencia ahí era parte de una falsa tradición familiar.

Una dimensión preocupante del debate de la gentrificación de la zona Roma-Condesa, y sobre otros lugares como Ajijic en Jalisco, es que tiene un cierto tufillo xenófobo. Creo que no se pone en la balanza el enorme efecto benéfico que tiene el influjo de migrantes como la comunidad norteamericana en México, una comunidad con poder adquisitivo, capacidad de organizarse y voluntad de ayudar a la comunidad donde viven. En especial, me parece que los migrantes norteamericanos han dejado un importante legado de beneficios para las comunidades mexicanas en donde residen. Son personas que empujan iniciativas en donde por regla general se promueve la cultura, el arte, la conservación de la arquitectura original y las costumbres locales.

Mantengo un buen recuerdo del tiempo en que de chico salía con mis amigos y sus padres a pescar en Bahía Kino, una playa del municipio de Hermosillo. En Kino vivía un americano de edad llamado Eldon, en un trailer frente al mar. Con un radio de banda civil, Eldon fundó una iniciativa llamada Rescue One, con la que llevaba registro de las lanchas que salían de pesca para ayudarlas en caso de que tuvieran problemas. Esta iniciativa que sigue viva hoy, muchos años después de la muerte de Eldon, ha salvado la vida a cientos, quizá miles de pescadores de la comunidad y practicantes de pesca deportiva. Sobra decir que desde el principio se trató de un servicio gratuito y que Eldon no cobró nunca un peso por ayudar. Siempre me llamó la atención la generosidad y la iniciativa de esta persona. Y hay miles de historias así, de pueblos y lugares que fueron arrancados del abandono y traídos de nuevo a la vida; lugares que se benefician de la llegada de personas que sin ser de aquí, hacen suyo a nuestro país, no en el sentido económico, sino en el emocional. Cuántos extranjeros han llegado para mejorar el entorno de la vida de lugares como Mérida, Campeche, Álamos, San Miguel, Oaxaca y un larguísimo etcétera.

Cuando me mudé a la Condesa a mediados de los 90, ya empezaba lentamente el proceso de gentrificación, aunque aún quedaba mucho de la antigua colonia elegante que fue abandonada por la clase media después del temblor de 1985. Todavía era una colonia insegura y medio cutre, a la que me mudé en gran parte por lo barato de la renta. En esos años me asaltaron tres veces; me despertaban con frecuencia los pleitos a gritos, golpes y a veces a navajazos de les prostitutes trans que se paraban en la esquina cada noche. Un día tiraron un cadáver en la puerta de mi edificio. Cruzar el Parque México de noche era prácticamente una sentencia de muerte.

Es verdad que la gentrificación tiene un efecto modernizador y comercial que acaba en alguna medida con el sabor original de algunos lugares. Es válido resentir ese efecto y sentir nostalgia por un pasado que a la distancia se suele romantizar de más. Es más que válido también tener cierto resentimiento cuando unos extranjeros nos expulsan a billetazos de nuestras colonias. Pero también es imposible no reconocer que la gentrificación de un espacio urbano muchas veces equivale a su rescate de un destino seguro de degradación, abandono y destrucción.

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