Benjamin Hill

Lo peor de nosotros

La polarización y el tribalismo no funcionan en un sistema democrático que fue construido e ideado para ciudadanos razonables que discuten y debaten con sentido crítico y civilidad.

En Twilight of Democracy: The Failure of Politics and the Parting of Friends (Penguin, 2020), la periodista y escritora norteamericana Anne Applebaum traza un periplo político y personal que parte de una fiesta que ella y su esposo, un ministro en el gobierno de centroderecha de Polonia, Redoslaw Sikorski, ofrecieron a un grupo de liberales de derecha polacos, ingleses, norteamericanos y rusos en diciembre de 1999. Una fiesta para celebrar el nuevo milenio en una antigua mansión polaca restaurada de las ruinas; una fiesta en la que todos los asistentes habían sido opositores de las dictaduras comunistas y partidarios del libre mercado y la democracia liberal. Una fiesta de amigos que celebraban a una Europa del este que, como la mansión en la que estaban, se reconstruía en democracia y libertad después del derrumbe de la cortina de hierro.

Hoy, veinte años después, muchos de los asistentes a esa fiesta se han sumado a las filas de apoyadores de los gobiernos populistas de Hungría y Polonia; otros se volvieron partidarios de Donald Trump y fueron promotores del Brexit. Los mismos que antes eran demócratas liberales de centroderecha que apoyaban la integración comercial con occidente y promovían sus valores políticos, ahora defienden a líderes iliberales, a demagogos y déspotas que desprecian precisamente esos valores. Con la pérdida de las creencias liberales vino el fin también de la amistad. Applebaum se lamenta de que la política haya destruido esas amistades y su libro es un intento por deshilvanar la madeja de las razones que llevan a intelectuales y políticos liberales a desconocer sus antiguas convicciones y entregarse a proyectos populistas. Applebaum modela su libro en La Trahison des clercs (1927) de Julien Benda, un libro de esos que –como dice Christopher Domínguez Michael–, se citan sin ser leídos, como es precisamente mi caso. En un artículo para la revista Letras Libres (Julien Benda, una vez más, 30-06-2006), Domínguez Michael dice que “El argumento central de La Trahison des clercs es más o menos conocido: el clérigo, es decir, el intelectual moderno, se debe a los valores universales y eternos, supratemporales y desinteresados, de la verdad y de la justicia tal cual los establecieron Erasmo y Spinoza, Voltaire y Kant. Al organizarse políticamente, al transformarse en ideólogo y simbolizar el odio político, denunciaba Benda, el clérigo traiciona su regla, a esa corporación del saber ante la cual contrajo sus votos”. Los intelectuales que Benda vio en el periodo de entre guerras traicionar su compromiso con la justicia, la libertad y la democracia para entregarse al fascismo y al comunismo, comparten algo con los liberales que hoy se suman a los populismos de izquierda y derecha; en los primeros, hay nostalgia por la grandeza perdida en la guerra, la ilusion de sacudirse la humillación de la derrota; en los intelectuales liberales de hoy, hay también un sentimiento muy extendido de desencanto y nostalgia por la claridad moral que daba la lucha contra el comunismo, un miedo a nuevas amenazas reales o no, como la migración de países del sur o el islam, además de una desilusión general con el sistema meritocrático, del que sienten que debió darles más. Applebaum explora muchas posibles explicaciones para entender la conversión de demócratas liberales que ahora apoyan a regímenes autoritarios y corruptos, y es posible que todas tengan algo de validez, pero un aspecto de esta corrida ideológica que preocupa a la autora es la imposibilidad de dialogar y de debatir entre quienes piensan distinto. La política de hoy no solamente se discute o abarca el espacio propiamente político, sino que la polarización la ha llevado a invadir el ámbito personal. Por eso el reencuentro con sus amistades de la fiesta en la que celebraron el año nuevo se vuelve hoy imposible. No se saludan cuando se ven en la calle. Y eso tal vez sea lo más triste.

La polarización y el tribalismo no funcionan en un sistema democrático que fue construido e ideado para ciudadanos razonables que discuten y debaten con sentido crítico, respeto, tolerancia y civilidad. Cuando se pertenece a una tribu política identitaria, lo único que está en el horizonte es la destrucción o el descrédito de los otros; la separación que debe existir entre los ámbitos políticos, familiares y personales se borra. Lo vemos en redes sociales; lo vemos reflejado en un debate parlamentario que no se beneficia de los intercambios ni del debate; en el que no se buscan consensos ni acuerdos, sino avasallar. ¿Cuántos de nosotros no hemos perdido alguna amistad en los últimos años, por diferencias políticas que podrían discutirse con respeto y tolerancia sin comprometer el afecto personal? ¿No es cierto que en muchos casos esta polarización y tribalización ha sacado lo peor de cada uno de nosotros? ¿En verdad ha valido la pena?

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