Benjamin Hill

‘No me voy a vacunar’

Hacer cambiar de opinión a quienes tienen dudas sobre vacunarse o no requiere de humildad y curiosidad, porque de entrada no sabemos exactamente qué es lo que va a motivarlos.

Mientras más avanzan las campañas de vacunación contra el Covid-19 en todo el mundo, se hace evidente que existe un grupo minoritario pero relevante de personas que optan por no vacunarse. La empresa de investigación Morning Consult realizó en mayo pasado una encuesta en 15 países y encontró que 31 por ciento de los estadounidenses rechazan o dudan vacunarse; en Australia son 37 por ciento, en Corea del Sur 33 por ciento y en Francia 31 por ciento. El país con mayor porcentaje de rechazo a la vacunación fue Rusia con 53 por ciento y los menos escépticos fueron el Reino Unido (14), India (12) y China (8 por ciento). En México, 19 por ciento de los entrevistados, casi uno de cada cinco, dijo tener dudas sobre vacunarse o de plano han decidido no hacerlo. En la mayoría de esos países, el grupo de población que es más escéptico a vacunarse son los jóvenes adultos, con excepción de China, en donde los jóvenes han recibido la vacuna con entusiasmo. Como la Covid-19 suele atacar con más fuerza a personas de mayor edad, probablemente eso haya convencido a muchos jóvenes de que esta enfermedad no les afecta. Pero el hecho es que si un grupo importante de la población de un país no adquiere inmunidad por medio de una vacuna, la Covid-19 seguirá saturando los hospitales, el virus tendrá mayores oportunidades para mutar en variantes posiblemente más peligrosas, y las personas seguirán muriendo de forma innecesaria, incluyendo no solamente aquellas de mayor edad, sino también niños y adultos jóvenes. No va a ser posible salir de esta crisis a menos de que un porcentaje muy alto de la población (tal vez entre 80 y 90 por ciento al menos) se encuentre vacunada.

Incentivar a las personas que no quieren vacunarse para que lo hagan se ha convertido en el siguiente reto en el horizonte de la lucha contra la pandemia por Covid-19. El presidente de Francia anunció hace poco que la vacunación sería obligatoria para personal de enfermería que trabaja en hospitales, clínicas, residencias para ancianos y personas con discapacidad y todos los profesionales y voluntarios que trabajan con personas frágiles. También anunció la obligación de mostrar un ‘pase de salud’ que se otorgará a personas vacunadas y con estudios de resultado negativo para entrar a lugares de ocio y cultura, cafés, restaurantes, centros comerciales, aviones, trenes y autobuses de pasajeros. En Estados Unidos, el gobierno federal y los gobiernos estatales han tratado de combatir la resistencia a la vacuna ofreciendo desde boletos de lotería hasta armas de fuego. Muchos otros países piden comprobantes de vacunación como requisito de ingreso para turistas y viajeros.

No obstante, esos incentivos negativos y positivos muchas veces no tienen efecto sobre quienes no quieren vacunarse, debido a que sus motivaciones son más personales y profundas. En general, quienes rechazan la vacuna son personas que rechazan el control que se ejerce sobre ellos, ya sea por el gobierno, los médicos o la industria farmacéutica. También son personas que tienen miedo sobre la seguridad de las vacunas, ya sea por la velocidad con la que fueron desarrolladas o por dudas sobre las intenciones reales de los laboratorios que las desarrollaron.

En su libro Anti-vaxxers: How to Challenge a Misinformed Movement (MIT Press, 2020), Johnathan Berman dice que a pesar de que los argumentos que alimentan el movimiento de rechazo a las vacunas son claramente anticientíficos y contrarios a la evidencia, no debemos pensar que las personas que no quieren ser vacunadas son ignorantes. En realidad se trata de individuos que reciben y consumen mucha información, pero parcial y equivocada, que muchas veces proviene de quienes son parte de su red social y con quienes mantienen lazos afectivos; miembros de su comunidad, de su familia, vecinos, amigos. La abundancia y la accesibilidad de información falsa y anticientífica en internet y redes sociales, se suma al efecto radicalizante de los algoritmos que refuerzan ideas preconcebidas con más datos falsos que confirman y reafirman los sesgos y prejuicios de las personas. Esto ayuda a crear una forma de ver el mundo de ‘visión de túnel’ excluyente e intolerante, que aísla y polariza. Por eso cuando tratamos de hacer cambiar de opinión a quienes rechazan las vacunas, con frecuencia eso termina en una discusión estancada, inmóvil e infructuosa.

El reto de convencer a los escépticos de las vacunas para cambiar de opinión no puede ser mediante la confrontación directa, la ridiculización de sus opiniones o partiendo de la idea de que se trata de personas ignorantes. Tiene que tomar en cuenta su identidad, intereses, temores y valores. Adam Grant, en Think Again (Viking 2021), propone que para motivar a alguien a cambiar de opinión se debe explorar de qué forma ellos pueden encontrar su propio camino y motivos para cambiar. Ayudar a quienes tienen dudas sobre las vacunas a cambiar requiere de humildad y curiosidad, porque de entrada no sabemos exactamente qué es lo que va a motivarlos a tener otra de opinión. Se trata de ayudarlos a reexaminar sus creencias, a tener más curiosidad por otras ideas y a echar a andar un ciclo de reflexión en el que puedan ver sus propias opiniones a la luz de una visión más científica. Se trata de ayudarlos a considerar puntos de vista alternativos y a salir de la trampa en la que los ha encerrado el exceso de confianza en sus creencias.

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