Benjamin Hill

Explicar al gobierno

Tal vez el carácter real de este gobierno se encuentre no en la congruencia y la continuidad, sino en la ausencia de una línea conductora y en la incertidumbre sobre lo que vendrá.

Desde 2018 apareció un nuevo género en la literatura del análisis político en México. Este género, abundante en libros y ensayos, intenta entender cuáles son los objetivos reales del actual gobierno, cuáles son sus motivaciones finales, cuáles han sido las consecuencias de sus acciones y omisiones y si éstas forman parte de una trayectoria programática, de un rumbo ideológico, vamos, de un proyecto de país. Es un género que abunda en interpretaciones y en el que han participado tanto simpatizantes como opositores de esta administración y también analistas, en donde se adivina el deseo de ubicarse en la neutralidad. Sería natural pensar que todos estos esfuerzos han servido para tener un panorama más claro sobre a dónde nos lleva esta administración. Pero lo cierto es que no ha sido así. Mientras más observamos y pensamos en las razones, motivos y objetivos que están detrás de las acciones del gobierno, menos alcanzamos a entenderlas. A pesar de la cantidad de trabajos publicados y el esmero intelectual invertido en tratar de entender esta administración, no podemos responder las preguntas más básicas sobre cómo interpretar lo que ha pasado y por lo mismo, no nos dan pistas sobre qué es lo que viene.

Parecería que se trata de un falso dilema, pues podría pensarse que sobra con una revisión superficial de publicaciones y declaraciones básicas, como los contenidos en la plataforma electoral, en las promesas de campaña, los discursos y expresiones públicas del presidente, en el Plan Nacional de Desarrollo y las prioridades de los proyectos de Presupuesto de Egresos que se han presentado a la Cámara de Diputados, para tener una idea general bastante clara de a dónde quiere llegar el gobierno, cuáles son sus objetivos de desarrollo, cuál es su agenda legislativa, en fin. Normalmente todo eso bastaría para iluminar las dudas que pudieran existir sobre el programa de gobierno o sobre su temple ideológico –si es fundamentalmente de izquierda o derecha–, pero aquí también existen diferencias de interpretación. El hecho es que este gobierno es un enigma envuelto en un misterio.

Una de las causas de este enigma es la ambigüedad con la que el gobierno y el presidente han manejado la expresión de sus objetivos. Tal vez el ejemplo más claro de esta ambigüedad es el Plan Nacional de Desarrollo, documento que es profuso en fórmulas retóricas, en repetir conceptos ya presentes en la ley y en la enunciación de propósitos generales, y que a pesar de estar salpicado de algunas propuestas para crear programas sociales y proyectos de infraestructura, no presenta diagnósticos, ni define objetivos específicos de política pública en términos de indicadores. Un segundo motivo que invita a la confusión es la frecuencia con la que se presentan contradicciones entre lo que se dice y lo que se hace. Existe una tendencia hacia el desencuentro entre el discurso y las acciones. Hay también una discontinuidad temporal entre intenciones expresadas en el pasado inmediato y lo que se dice y hace hoy. Esas discontinuidades y contradicciones han hecho muy difícil la vida a los apoyadores acríticos al gobierno, que se autoimponen la penosa responsabilidad de forjar esos retorcidos ejercicios de acrobacia retórica llamados ‘maromas’, intentos generalmente infructuosos para justificar ex post facto acciones manifiestamente injustificables y tratar de cuadrar círculos.

Una tercera fuente de confusión son las expectativas sin fundamento que se han construido sobre este gobierno, y que naturalmente no se han cumplido. Es un hecho que muchas personas depositaron en el proyecto del presidente la esperanza de la llegada de un gobierno que fuera sensible a problemas que al final no fueron atendidos, como en el caso de la agenda de equidad de género, o la desmilitarización del combate a la inseguridad, por citar dos de los más sobresalientes, pero que no son los únicos. Estas expectativas estrelladas crean una sensación de disonancia y desconcierto entre las actitudes esperadas del gobierno y las políticas que realmente se han implantado.

Una cuarta fuente de confusión tiene su origen en la ausencia de una narrativa única y congruente sobre el proyecto que representa esta administración. Ni el gobierno ni sus explicadores han sido capaces de armar una historia que ofrezca cohesión y lógica entre un discurso que fundamentalmente habla de justicia social e integridad pública, y sus políticas, que no coinciden con esos propósitos. Es posible que eso sea por la presencia de fuertes contradicciones dentro del grupo gobernante, y las dificultades que enfrenta el presidente para navegarlas, pero por la razón que sea, son fuente de confusión.

Al final, este nuevo género de explicaciones genera hipótesis interesantes pero pocas certidumbres sobre a dónde va el gobierno. Tal vez el carácter real de este gobierno se encuentre no en la congruencia y la continuidad, sino, precisamente, en la ausencia de una línea conductora y en la incertidumbre sobre lo que vendrá.

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