Benjamin Hill

La democracia miope y las herencias envenenadas

Las políticas de los gobiernos suelen ser capturadas por grupos de interés que disfrutan hoy de privilegios cuyos costos son pagados por la sociedad en su conjunto en el futuro.

Las democracias no funcionan para pensar en el largo plazo. Los ciclos político electorales y la inmediatez noticiosa de las redes sociales impiden que los gobiernos tomen decisiones viendo hacia el futuro; reina la preferencia por la cercanía en el tiempo, por el relumbrón del golpe inmediato y la viciosa transferencia de los costos de las políticas de hoy a las generaciones del mañana. Se han hecho recurrentes en la discusión sobre el futuro de la democracia las menciones a las amenazas que ésta enfrenta por parte de movimientos y líderes políticos iliberales y populistas, pero dedicamos relativamente poco tiempo a hablar sobre los problemas propios de la democracia electoral y en específico, a sus limitaciones para resolver los problemas de largo plazo, como el cambio climático, el manejo de la contaminación con plásticos, la reforma de pensiones, el desarrollo de la inteligencia artificial, el mantenimiento de la infraestructura y la elaboración de planes para enfrentar emergencias, como una pandemia inesperada.

Desde luego, muchos gobiernos democráticos han logrado plantearse metas de largo plazo y las han conseguido con éxito, pero también es verdad que esas han sido excepciones y que las democracias no han sido capaces de resolver otros problemas cuya solución implica una profunda visión de futuro. Una de las razones por las cuales las democracias han resultado ser ineficaces para atender problemas de largo plazo son los incentivos que generan los ciclos electorales. Esos ciclos empujan a los candidatos y líderes políticos a proponer políticas muy atractivas, dirigidas a beneficiar a grupos específicos de la sociedad a costa de las generaciones futuras. Para los ciclos electorales el futuro no existe y los intereses de las generaciones futuras no cuentan; todo problema que se pueda patear hacia adelante es un problema resuelto. El inconveniente con patear los asuntos hacia adelante es, desde luego, que se están generando problemas que inevitablemente habrá que atender y que por falta de visión, de responsabilidad y de consideración por las generaciones futuras, se convierten en herencias envenenadas. Un ejemplo es el ofrecimiento de programas sociales cuya fuente de financiamiento no se encuentra asegurada; para fondearlo, se incurre en endeudamiento que habrá que pagar en el futuro para gastar el día de hoy. Pero de nuevo, para las democracias el futuro y las generaciones futuras no existen.

Un segundo motivo por el cual las democracias tienen vista corta es que las decisiones de los gobiernos suelen ser capturadas por grupos de interés que disfrutan hoy de privilegios y ventajas específicas, cuyos costos son pagados por la sociedad en su conjunto en el futuro. En esto influyen de nuevo los ciclos electorales y la relación que se crea entre grupos económicos que financian las campañas electorales y el pago de favores una vez que algún candidato es electo. Un tercer fenómeno que impide a las democracias tener una visión más amplia es que los partidos políticos han dejado de ser intermediarios entre los intereses del ciudadano y el Estado. Los partidos se han convertido más bien en parte del Estado, se han conformado con administrar sus prerrogativas públicas y servir de agencia de colocación de posiciones burocráticas y al final, han roto sus vínculos de comunicación con la sociedad, por lo que son insensibles a sus intereses. Eso hace que la tendencia de las democracias a ignorar el futuro y a las generaciones de mañana se amplíe. Resulta paradójico que la incapacidad de una democracia para atender sus problemas de largo plazo genera condiciones para la llegada de sistemas de gobierno autoritarios y populistas, con líderes que no cuentan con la capacidad de entender y atender las necesidades de política pública, por lo que los problemas que en democracia no pudieron atenderse, terminan empeorando.

Una forma en la que algunos gobiernos están tratando de atender este problema es el establecimiento de oficinas o ministerios del futuro, encargados de calcular el costo que tienen las políticas de hoy para futuras generaciones, y hacer recomendaciones sobre la forma y pertinencia de las decisiones de los gobiernos. Otro intento de resolver este problema ha sido la creación de mecanismos de democracia deliberativa, con grupos de expertos y personas representativas de la sociedad que participan en la toma de decisiones de política en conjunto con servidores públicos mediante la discusión y el consenso. Una tercera tendencia que busca colocar los derechos de los ciudadanos del futuro dentro de la perspectiva del diseño actual de políticas son las demandas legales hechas por organizaciones civiles a nombre de los niños y de las generaciones futuras para defender, por ejemplo, su derecho a vivir en un mundo sin contaminación ambiental. Pero por encima de estas opciones, una democracia capaz de atender los problemas sociales y ambientales de largo plazo requiere de un servicio público profesional, bien remunerado y que tenga seguridad en su empleo, más allá de la dinámica política y los cambios de gobierno.

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