Los políticos, que pueden ser considerados como seres extraterritoriales e inmunes ante el impacto que el tiempo causa en los demás, son personas que tampoco son afectadas ni por las leyes de la gravedad ni las de la naturaleza. Un político en plenitud es alguien que está –como algunos antibióticos del pasado– en suspensión y en quienes ni siquiera un sólido y sustentado argumento dialéctico es capaz de hacerlos tambalear o amenazar su posición de poder.
Este es un año excepcionalmente clave para la clase política. Para empezar porque uno de los problemas que todavía no adquiere toda la fuerza que espera que alcance pero que se empieza a proyectar es el impacto, la educación y la manera de comportarse de las nuevas generaciones. Supongamos que me centro en hablar de México; ahora resulta que todo va a depender de qué es lo que pasa en un debate en el que hace mucho tiempo que hemos abandonado el sentido común. Si uno ve el reflejo de las encuestas y la diferencia tan abrumadora que existe entre las dos candidatas uno se puede llegar a cuestionar sobre quién será el verdadero enemigo de la 4T. Y es que además de lo que las encuestas y proyecciones arrojan, el cuartel general de la doctora Sheinbaum se ha empeñado –una y otra vez– en repetir el mensaje de que es tanta la diferencia que tiene contra la candidata Gálvez que pareciera que en realidad lo que busca decir es que, con esa ventaja, resulta prácticamente innecesario llevar a cabo las elecciones.
Seguir manteniendo una ventaja de entre 20 y 25 puntos sobre su rival más cercana, prácticamente significa que la tensión electoral ha desaparecido y que el verdadero problema está en empezar a sacar las cuentas. Y es que, tal como están las cosas y más allá de que la opinión es interesante e interesada, la situación requiere llevar a cabo un análisis un poco más minucioso y en el que se contemplen otros factores, como el concerniente a la verdadera intención electoral o la metodología y forma de realizar las encuestas. No digo que las grandes casas de encuestas vendan sus resultados, pero a lo que sí me refiero es que siempre es más difícil decirle que no o no ser cariñoso con quien te da la beca o los recursos que con quien no te los da. En cualquier caso, lo que verdaderamente importa es la resultante político.
La conquista por el poder es casi divina y es que, en el fondo, ostentar el poder y ser el que manda sobre los demás significa tener la posibilidad de convertirse en una representación casi divina. Desde el surgimiento de los césares ha estado latente la constante preocupación de humanizar a los dioses y deificar a los hombres. Toda la literatura, toda la construcción democrática y todo lo correcto e incorrecto en el ejercicio del poder está basado en que, aunque uno sea el que mande, todos deberíamos ser iguales. La democracia es un ejercicio y un sistema mediante el cual se pretende establecer igualdades de condiciones y evitar que quien tiene poco o mucho poder –obtenido por la elección misma de a quienes gobernará– tenga la tentación de hacer mal uso o abusar de la oportunidad que se le ha dado.
En las democracias, el ejercicio de gobernar es una oportunidad otorgada a una persona o grupo de personas dada por el pueblo para demostrar su capacidad de liderazgo y llevar al país por el camino del crecimiento y del desarrollo. Cuando el poder se conquista por los votos y no por las balas, es importante entender la condición humana. En ese sentido, respetuosamente me permito sugerirle al equipo de campaña de la doctora que permita que la campaña sea un poco más humana. ¿En qué sentido? En el sentido de que quien quiera ganar las elecciones necesita movilizar el acto físico de ir a votar. Pero, si ya está todo tan ganado y está tan cocido el arroz que da la impresión de que estamos en el postre, ¿cómo le harán para movilizar y convencer a más de 30 millones de mexicanos para que vayan a votarles? Es muy raro, es más, hasta ahora nadie se ha puesto a pensar por qué es necesario fundir, desaparecer, anticipar y cambiar estructuralmente lo que es la organización del Estado y del mundo del derecho si es tan claro que estamos no a punto de anunciar, sino a nada de inaugurar el segundo piso de la cuarta transformación.
La cantidad cambia la calidad y, naturalmente, encuentro contradictorio estar tan seguro y hacer como el martillo de Thor la superioridad numérica de las encuestas con lo que es el devenir y la convivencia de cada día. Además, todavía no he caído en la tentación –aunque a partir del debate del día de ayer prometo que lo haré– de sumar y sacar el número estimado de posibles votantes porque, en realidad, ¿alguna vez se han puesto a pensar de dónde sacan los números que marcan llegar a la cifra idílica de los más de 30 millones de votos? No hay duda sobre que mantener el liderazgo en la Ciudad de México por parte de Morena es algo cada vez más incierto y ya se está empezando a pintar como una posible batalla perdida. Tampoco hay duda de que lograr conseguir que Rocío Nahle gane la gubernatura de Veracruz sería una hazaña milagrosa. Me temo que la crisis de Veracruz, uno de los padrones electorales más importantes del país, es consecuencia –entre otras cosas– del mal gobierno que ha hecho el gobernador Cuitláhuac García. Al parecer, con Alfaro y lo que queda o se está gestionando del nuevo Movimiento Ciudadano, Jalisco lo va a mantener el partido liderado por Dante Delgado.
Ergo, la gran pregunta rumbo a las próximas elecciones es: ¿quién va a ir a votar y de dónde van a salir los millones de votos? Porque qué buen ejercicio fue el concentrarse en el debate de ayer, pero la verdadera preocupación y tema importante es el panorama real que tiene –para bien o para mal– el partido del gobierno y, lo que es más importante, identificar el verdadero enemigo a batir. Y es que, si nos basamos en los datos que arrojan las encuestas, su enemigo no es la oposición.
Hay varias cosas que son nuevas, como nuevo fue el inaugurar el sexenio con 30 millones de votos, tal y como le pasó a Andrés Manuel López Obrador. Pero, en política, lo más importante es no equivocarse de enemigo y muchas veces el enemigo es uno mismo. Muchas veces el enemigo es lo que uno ha hecho y es absurdo esperar el reconocimiento del pueblo sin que haya un par de décadas o años para evaluar objetivamente lo hecho. ¿Quién dijo que la política o los seres humanos nos caracterizamos por ser agradecidos o responsables? Por eso, el resultado del debate, por lo menos, tiene que producir tensión electoral. Pero la tensión electoral –hay que equivocarnos– afecta a las dos partes por igual. El efecto del debate debería ser como un tornado para desplazar la falsa luna y plantear de verdad el tipo de país que, más allá de las simplificaciones, aún podríamos estar a tiempo de reconstruir.
Hay que ser consciente de que, por definición, los pueblos tienen entendimientos cortos y sentimientos profundos. Por eso no basta con prometerles más de lo mismo, sino que lo primero que hay que checar es si lo que han tenido ya es suficiente para ganar o no y, segundo, al final del día –como pasa en toda casa honrada que se precie– definir quién va a mandar.