Año Cero

Tenemos miedo

Después de una pandemia y de ser testigos de diversas crisis y de lo que puede desencadenar el ejercicio del poder en las manos incorrectas hemos llegado a un punto decisivo.

En la actualidad están pasando tantas cosas y de tanta dimensión a la vez que resulta difícil poder medir el alcance exacto de cada una de las crisis. Por una parte, está la guerra de Ucrania, ¿ustedes se imaginan el vacío de reservas estratégicas que está suponiendo este conflicto para las partes involucradas? Poco a poco, Occidente se va quedando – aun no a niveles alarmantes, pero sí cercanos a ellos – sin una serie de armas estratégicas que están ideadas más bien para guerras convencionales que para un conflicto como el de Ucrania que podría ser catalogado como de media/baja intensidad. Al mismo que sabemos que cada día quedan menos misiles y menos piezas de gran calado hechos para enfrentar ofensivas terrestres, no podemos llegar a saber – aunque si se puede tener una estimación – el verdadero costo en términos cuantificables, tanto en bajas como de infraestructura militares, que suponen los ataques permanentes lanzados sobre las ciudades y puntos estratégicos de Ucrania.

Con todo esto, desconocemos quién en caso de que, como todo parece indicar, la guerra se prolongue, podría estar en condiciones de aguantar y seguir teniendo arsenales suficientes para hacer frente al conflicto. Pero, lo que es peor, no sabemos quién – víctima de las pérdidas, la desesperación y de la inestabilidad interna – puede ser el primero en vencer la tentación de disparar tipos de misiles indebidos y que podrían desencadenar consecuencias graves. De ahí que resulte tan fundamental que países poderosos como China funjan como mediadores de este conflicto y que busquen encontrar – antes de que sea demasiado tarde – una solución que impida que se termine convirtiendo en un conflicto generalizado y sin una salida clara.

Desde el presidente Volodímir Zelensky hasta las fuerzas de los países occidentales involucrados, sigue sorprendiendo el poco interés que hay por darle fin al enfrentamiento. De ahí que sea resulte muy importante poner en su justa dimensión lo que significa la posible mediación e intervención de la nueva China, la de Xi Jinping, que recientemente anunció el mayor incremento en su presupuesto militar invirtiendo cerda de 225 mil millones de dólares, siendo además el segundo más alto del mundo, solo después del de Estados Unidos. Pero, además de lo que significa lo anterior, con las reuniones de Xi Jinping con Putin y con Zelensky, China cada vez se posiciona más como el gran negociador del conflicto y como una gran potencia global capaz de solucionar conflictos internacionales. Por esto y por la aparente indiferencia por parte del mundo occidental, resulta clave que sean los chinos quienes lideren las que espero – por el bien de todos – sean las conversaciones y diálogos que guíen al cese del fuego y a la paz de manera definitiva. Mientras las reservas militares se van agotando, ya ha pasado un año del conflicto ruso-ucraniano y aún no se ve una luz que muestre claramente dónde se terminará este enfrentamiento que ya ha causado suficiente daño en todos los sentidos.

Después de una pandemia y de ser testigos de diversas crisis y de lo que puede desencadenar el ejercicio del poder en las manos incorrectas hemos llegado a un punto decisivo. En cuanto a los enfrentamientos bélicos, además de conversaciones y de un posible reajuste de los mapas de Europa – que no sería la primera y me temo que tampoco la última vez – ¿verdaderamente qué es lo que se necesita para terminar las situaciones de elevación de tensión entre las naciones de forma duradera? Si las guerras fueran el único peligro al que se enfrenta el mundo, podría decirse que sería suficiente con ese tipo de amenaza. Sin embargo y para nuestra mala suerte, los conflictos armados no son a lo único que nos enfrentamos. A ello hay que sumarle las diferentes crisis y peligros latentes como puede ser la inestabilidad económica y financiera que, primero, provocó la pandemia. Segundo, que se agravó por la inflación y, tercero, ya llevamos un periodo considerable de tiempo viviendo con una situación insostenible.

Sobre la crisis económica y financiera, la quiebra del Silicon Valley Bank no es más que la primera prueba de la gravedad y del complicado panorama al que nos enfrentamos en ese tema y que, además, esto puede explicar gran parte de la crisis presente – aunque todavía no demasiado pública – por la que están atravesando un Estado clave de los Estados Unidos de América. California siempre ha sido una pieza fundamental de Estados Unidos. Desde que fue anexada bajo lo estipulado en el Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848, California – junto con Nueva York bajo el célebre “Coast to Coast” – ha sido uno de los dos ejes estadounidenses. Algo curioso sobre ambos es su predominación demócrata al momento de elegir sus gobernantes y la gran diversidad racial y social que transita por sus calles. Aunque a este respecto es necesario mencionar que en California es uno de los lugares donde es más evidente la segregación racial. Se trata de dos Estados que tienen un papel fundamental en el desarrollo tanto económico – considerando la región de Silicon Valley e incluso en un momento llegando a ser la novena economía mundial, por parte de California y lo que representa a nivel mundial Wall Street, por parte de Nueva York – como social y político.

La quiebra del Silicon Valley Bank es muchas cosas. Para empezar, representa la crisis que está atravesando el Estado de California, el cual ha dejado de ser la quimera de oro y el lugar en el que todos querían estar y pertenecer. La quiebra del SVB – que tuvo entre sus principales clientes a un gran número de fondos de capital de riesgo y de startups y que incluso llegó a ser uno de los veinte bancos más grandes de Estados Unidos – es también una advertencia sobre que los equilibrios económicos y sociales internos de Estados Unidos, están cambiando de eje.

Si bien la fábrica original de Tesla se encuentra en Fremont, California, el día que Elon Musk anunció que trasladaría su mayor centro de producción dentro de territorio estadounidense a la capital de Texas, Austin, se movieron muchas cosas. Pero, sobre todo, esto significó el traslado de una parte fundamental de la nueva economía – que no está basada simplemente en logaritmos ni en estructuras de software – a un Estado tan clave y, al mismo tiempo, tan conectado e importante en el desarrollo del TMEC como es Texas.

No hace falta preguntar por qué Tesla eligió establecerse en Austin, y es que la respuesta es muy sencilla: la nueva estructura de producción masiva de autopartes – gracias al nearshoring – es más fácil colocarlas más allá de las fronteras. Todo esto siempre y cuando así lo permita el gobierno mexicano, de ser así, de esta manera también se está contribuyendo a la creación de un equilibrio político entre México y Estados Unidos que tan necesario es en estos momentos.

De momento, parece que la quiebra del SVB está controlada, aunque parece ser que sólo de manera momentánea. Siendo esta la segunda quiebra bancaria más grande de Estados Unidos, quiero recordar que en el pasado ya ha habido un caso similar, que fue la quiebra de Lehman Brothers y posteriormente el colapso de la aseguradora AIG, y que fue el prefacio de la recesión económica de 2008. Los signos del posible estallido de la crisis empezaron a ser notorios desde 2007, sin embargo, ante la falta de intervención eficiente tanto por parte de las entidades gubernamentales como del sector privado, lo inevitable acabó explotando un año más tarde, siendo la acumulación de malas acciones y decisiones recogidas desde el once de septiembre de 2001.

Ahora mismo la pregunta más importante gira en torno a sobre cuándo estallarán las dos grandes bombas de destrucción masiva – la económica y la de los misiles – que, cabe mencionar, ya están en pista de lanzamiento. La cuestión es cuándo y si en realidad terminarán explotando y cómo nos podrían afectar. Mientras tanto, la relación entre México y Estados Unidos sigue tensándose. Al parecer, desde la Segunda Guerra Mundial y desde lo sucedido con la interferencia rusa en las elecciones que llevaron a Trump a la Casa Blanca que no había unos comicios electorales tan vulnerables a la intervención extranjera como los que se celebrarán el próximo año en nuestro país. Mientras que el presidente López Obrador tuvo una muy buena relación con el líder de los republicanos más radicales, Donald Trump, no ha sido el mismo caso con Joe Biden ya que si de algo ha pecado el líder mexicano en cuanto a la relación con él es de blando.

Si bien aún no es claro quiénes serán los candidatos que buscarán ostentar la presidencia mexicana, lo que es muy probable es que los estadounidenses estarán más que atentos y posiblemente tendrán algo que ver con quien termine vistiendo la banda presidencial.

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