Año Cero

El juicio universal

El juicio que se lleva contra García Luna en Nueva York es también una prueba a todo el entramado judicial y de inteligencia tanto de México como de EU.

En la historia de la humanidad, han sido muchas las veces en las que el buscar hacer justicia, celebrar un juicio buscando establecer la verdad, ha sido insuficiente, improbable o simplemente se han perdido los elementos para justificar los mecanismos que garantizan su obtención. El juicio que actualmente se está celebrando en Nueva York –en la misma sala que condenaron a cadena perpetua al nacido en Badiraguato, Sinaloa y que fue quien dio continuidad a las técnicas implementadas por Pablo Escobar para satisfacer, nunca hay que olvidarlo, las necesidades del mercado inacabable de las drogas de Estados Unidos– es un juicio especialmente particular. Lo es porque, aunque nominalmente esté dirigido contra el antiguo secretario de Seguridad Pública del gobierno de Felipe Calderón, Genaro García Luna, es inevitable darse cuenta de que para hacer justicia es necesario volver a llamar las cosas por su nombre.

Al final de la Primera Guerra Mundial, el Tratado de Versalles de 1919 incluyó una cláusula en la que se instruía juzgar al Káiser Guillermo II como “culpable de ofensa suprema a la moral internacional y a la autoridad sagrada de los tratados”, siendo esta la primera vez que se buscaba juzgar a alguien por crímenes de guerra. Inglaterra se opuso al juicio y el Káiser pudo morir en el exilio. Sin embargo, este hecho fue fundamental para lo que vendría después y que terminó siendo el antecedente del surgimiento del concepto de “crímenes de lesa humanidad o contra la humanidad”, introducido al final de la Segunda Guerra Mundial y como reacción a la indignación provocada por el Holocausto. Finalizada la guerra, vinieron los juicios de Núremberg que fueron muy importantes para crear la jurisprudencia y las características exactas jurídicas para juzgar a alguien por haber cometido crímenes contra la humanidad. Hoy, viendo el número de víctimas que, día con día, tiene el narcotráfico y el consumo de drogas alrededor del mundo, no veo por qué no se debería de catalogar dichos crímenes como perpetrados contra la humanidad.

Según el Estatuto de Roma de 1998, hay once tipos de crímenes contra la humanidad: homicidio intencional; exterminio; esclavitud; traslado forzoso de una población; encarcelamiento en violación de las normas establecidas; tortura; violación o crímenes sexuales; persecución política, racial, religiosa o por motivos inaceptables para el derecho internacional; desaparición forzada de personas; crimen de apartheid; u otros actos inhumanos que atenten contra la integridad mental o física de las personas. Muchos de ellos, sin duda, son cometidos en la práctica ilegal del consumo y tráfico de drogas. Tuvieron que pasar muchos años, millones de muertos y un Holocausto para poder sentar las bases, los conceptos y los mecanismos para hacer valer la justicia y condenar a quienes atentan contra la humanidad.

García Luna, con diferencia del nacido en Badiraguato, no es el malo entre los malos, él es solamente uno más que tiene los socios y que hace y lleva a todas las preguntas. El juicio de Nueva York es un juicio universal porque, al mismo tiempo que se nos juzga a todos nosotros, también se pone en juicio nuestra capacidad de deducción, de investigación y de seriedad. Lo que está sucediendo en la Gran Manzana es la puesta en prueba y la constancia de la capacidad de dos países –México y Estados Unidos– en la lucha contra el narcotráfico, contra la corrupción y contra el enriquecimiento ilícito. Junto con el exsecretario García Luna, también se está poniendo en juicio la política de inteligencia y de combate contra los temas mencionados de los estadounidenses. También, está sentado y puesto en prueba el Estado mexicano y todo el tiempo que nos la pasamos dándole vueltas al tema y evitando hacerle frente a un tema que lleva siendo el cáncer de nuestra sociedad por más de dos sexenios. Pero no sólo eso, sino que también ha sido una de las principales cuestiones que siempre salen a flote cuando nos sentamos con quien es el primer consumidor y mercado del consumo de drogas.

La temporalidad del poder hace que se busquen culpables que, además, coincidan con nuestros demonios familiares. En este caso, si el juicio de García Luna también permitiera enjuiciar a Calderón sería perfecto para el régimen actual para ya poder morir en paz frente al supuesto robo electoral de 2006. Pero eso es claramente insuficiente para sus hijos o para los niños ya que, al final del día, este juicio y sus consecuencias sólo tendrán sentido si provoca que dos países tan importantes y entrelazados –como lo son Estados Unidos y México– cambian no solamente su mecanismo de la lucha contra las drogas, sino esta hipocresía suprema en la que estamos viviendo.

Los muertos los pone en México, pero también pone el fentanilo, la cocaína y las demás drogas que se terminan consumiendo en suelo estadounidense. Sin embargo, los estadounidenses sólo ponen a los muertos por sobredosis. Al final de cuentas los mercados existen siempre y cuando exista la demanda y la oferta y lo que sobra a Estados Unidos es consumidores que atiendan la oferta por parte de los contrabandistas mexicanos. Hoy, lo que falta es eficiencia y seriedad; hasta en los tiempos de la Ley Seca estadounidense y de Al Capone, hubo un Eliot Ness y unas ganas de hacer cumplir la ley que trascendía lo complicado de la situación.

A estas alturas y siguiendo, por una parte, la crónica del juicio; por otra parte, la interpretación en las mañaneras de este; y, por la otra parte, el derrumbe del aparato estadounidense es inevitable preguntarse qué es lo que tenemos que hacer no sólo para acabar con los García Luna, si es que de verdad es tan corrupto como sostienen. Lo que de verdad sale a flote con todo esto es la pregunta sobre qué es lo que tenemos que hacer para cambiar esta verbena hipócrita y suicida en la que estamos metidos con nuestra seguridad.

Antes, palabras e instituciones como la DEA, el FBI, los tribunales y fiscales estadounidenses, el Pentágono o la Sexta Flota, ponían a temblar al mundo. En este momento yo tiemblo por el fracaso colectivo que está teniendo su servicio de inteligencia y me preocupa mucho pensar dónde he vivido o dónde viven a los que le pago con mi parte de los impuestos y que se responsabilizan de la seguridad del país, que han tenido que descubrir lo que parece que ya sabían desde mucho tiempo –o que podrían haberlo hecho– y remediar el problema, cuando no era tan grave, de los Genaro García Luna.

Este juicio es el juicio universal y es un juicio que, sobre todo, debe tener un culpable. El culpable es el fracaso de los servicios de seguridad e inteligencia mexicanos y estadounidenses y, con independencia de llevar a García Luna a una celda y que muera de vejez y sin Sol en las praderas de Colorado –si es que el tribunal lo declara culpable, que es muy probable– tendría que haber un castigo ejemplar. Una sentencia que no sólo afecte al implicado en cuestión, sino que sea retroactivo y busque llevar a la justicia a quien en los últimos treinta años han sido responsables de las fallas inadmisibles y permitidas de los aparatos de seguridad de ambos países, ya que ellos también han sido cómplices intelectuales y partícipes del caso García Luna.

Cuando de juicios de hombres se trata, siempre hay lugar para lo pequeño. Sin embargo, la historia solo se construye cuando de verdad los humanos jugamos a lo grande. Pensar y actuar en grande no sólo es meter a los corruptos en la cárcel, sino que es destruir el sistema que permitió que ese corrupto pudiera serlo por tanto tiempo con el beneplácito de tanta gente y salpicando a quien lo rodeara. ¿Quién tiene la culpa de todos los que están muriendo en este momento por el consumo de drogas? ¿Los chinos, los mexicanos? O, que los estadounidenses adoran todo lo que sea la ley del mercado o, lo que es lo mismo, el hecho de que la demanda impone la oferta.

El juicio de Nueva York es un juicio que es simultáneamente contra los corruptos que, inicialmente y hasta que se pruebe lo contrario, aprovecharon sus posiciones para trabajar a favor de lo que tenían que destruir. Pero no sólo eso, sino que aprovecharon la confianza pública depositada en su persona para sacar el mayor provecho, como es el caso de Genaro García Luna. Como menciono anteriormente, este también es un juicio contra los servicios de seguridad e inteligencia de ambos países, aunque principalmente de Estados Unidos.

Lejos quedan los tiempos en los que hablar de las instituciones de seguridad estadounidenses era casi una condena anticipada. Desde que la justicia estadounidense dejó de tener la eficiencia que la caracterizaba antes, nos encontramos con el creciente papel y cada vez más común de la figura de los testigos protegidos. Todo lo que ayude a terminar con el mal está bien, salvo que la voluntad de combatir contra los males no traiga consigo otros elementos nocivos. Porque si ya es grave desafiar los mecanismos de seguridad e inteligencia de los Estados, es peor crear unas condenas que, en sí mismas, justifican las elecciones del poder político.

Lo sepan o no el juez, los fiscales y demás involucrados en el juicio no sólo se está juzgando a un exfuncionario público mexicano, sino que también se está poniendo a prueba todo el entramado judicial, de seguridad y de inteligencia tanto de México como de Estados Unidos.

Estados Unidos tiene que saber que su mayor crisis no es llevar años perdiendo guerras alrededor del mundo, sino que ahora con cada vez más frecuencia se aparecen las evidencias de la pérdidas ocasionadas por la guerra interna que están sufriendo. Ni la garantía de la eficiencia de su sistema judicial ni la seriedad de su entramado institucional ni el control sobre la actuación de sus funcionarios hoy merece el reconocimiento que en algún momento tuvieron y que fueron algunas de las bases del poder estadounidense. Y luego está un elemento fundamental que es, si uno ve la lucha contra las drogas del país, tiene que preguntarse, primero, qué han hecho para conseguir que su sociedad –sin distinción de edades– se haya convertido en el mercado que más consume drogas del mundo. Segundo, y mucho más importante, tienen que cuestionarse por qué los malos siempre son los demás y no ellos, pese a que ellos sean los primeros consumidores del vicio contra el que están luchando erradicar.

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