Año Cero

Que se abran 100 flores

‘Cuando un régimen es tan fuerte, tiene tantos votos, tanto poder, tanta representación y una sola voz, tiene la obligación de ser ejemplar’.

Durante mucho tiempo en China se produjo un elemento de desconcierto que contaminó al comunismo mundial. Mao Zedong, el gran timonel, el líder absoluto de la revolución China, decidió no sólo que era posible criticar, sino que era deseable que “se abran 100 flores y que 100 escuelas compitan”. En sus memorias, Nikita Kruschev cuenta que, en dos ocasiones, le llamó la atención al líder chino sobre lo peligroso que era para los países de estructura comunista y única producir, permitir o alimentar la crítica, aunque fuera comunista y efectuada desde dentro. La primera vez, Kruschev quedó extrañado porque Mao sólo sonrió. En las notas atribuidas al exmandatario soviético dicen que la segunda vez, justo antes de despedirse, el presidente Mao le dijo: “Camarada, secretario general, es necesario dejad que 100 escuelas combatan para poderlas cerrar todas, es necesario dejar que crezcan 100 flores para arrancarlas desde la raíz”.

Viendo la implosión moral que se está produciendo en este momento dentro de las filas del gobierno mexicano, dentro del partido en el gobierno y de sus cercanías, da la impresión de que –salvadas todas las instancias– el presidente López Obrador ha decidido también que 100 escuelas, aunque sean producto de la corrupción, combatan, y que 100 flores, aunque sean de loto –y que no hay que olvidar que esa flor crece en la inmundicia–, aparezcan y crezcan en lo que es el jardín del máximo aval y la bandera del cambio de la 4T: la regeneración moral.

Con independencia de que cada organismo del Estado –o lo que vaya quedando de ellos– se encargue de depurar las responsabilidades, de dictaminar cuáles son las verdades, cuáles son las mentiras y cuáles son los delitos, si es que los hubiera, que han cometido los protagonistas, hay muchas cuestiones necesarias de esclarecer. Tras lo que se está viviendo, uno puede sustraer que una guerra como la que se está desencadenando en el país –aunque sólo sea periodística o dialéctica–, en el fondo y tras ver cómo los principales encargados de ejecutar la depuración moral del país están envueltos en un cruce de posibles crímenes e irregularidades, una guerra de este estilo sólo puede atacar a la esencia misma del movimiento que triunfó el primero de julio del año 2018. 

Sabido es que los poderes absolutos caen rotundamente. Estoy convencido de que el Presidente tiene sus razones para estar haciendo lo que está haciendo en la contemplación del fenómeno. También estoy convencido de que hacer triunfar la verdad y la bondad –por muy buenas intenciones que se tengan– también exige eficiencia, eficacia y, sobre todo, seriedad cuando se trata de la aplicación de las leyes. Tal vez, sin quererlo y sin pretenderlo, nos estamos encontrando de bruces con una de nuestras realidades más preocupantes y peligrosas. La democracia es ese sistema maravilloso que permite que, en un momento determinado y frente a una oferta política, el pueblo te elija para hacer lo que le has prometido hacer. Pero no hay ningún sistema democrático que se base en el incumplimiento sistemático de las leyes mientras éstas se cambian constantemente o que esté basado en la adulteración de los espíritus constitucionales que rigieron la convocatoria de las elecciones. Ese sistema se llama de otra manera, eso se llama revolución. Y naturalmente, como ya se sabe, las revoluciones se mantienen a sangre y fuego o a palabra, a mucha palabrería, como –por ejemplo– en su tiempo llegó a hacer el presidente Hugo Chávez por medio de su programa propagandístico llamado “Aló, Presidente”.

Llegó el momento de decidir y distinguir no solamente entre los buenos y los malos, entre sucios y limpios, entre los que huelen bien y los que huelen mal; llegó el momento de tomar la decisión y determinar qué leyes son las que rigen y regulan la vida diaria de este país. Necesitamos decidir qué leyes –contemplando las que están por aprobarse en las sesiones y las que actualmente están en vigor– serán las que, a partir de aquí, determinarán el rumbo del país. Son tantos los elementos involucrados que no se puede ir calmando a una sociedad desesperada solamente con declaraciones. Están implicados elementos que afectan a la gobernabilidad y a la gobernanza del país, pero que, además, por también afectarle a quienes nos gobiernan, obliga a que todos los demás miremos con enorme curiosidad. No sólo se trata de ver cómo es el rasero de cómo se castiga entre ellos un delito que, por cierto, tendría el agravante de la traición política, puesto que al final llegaron a esos puestos por confesarse y actuar como elementos convictos y confesos de la creencia de la 4T.

Pero es que, además, en estos momentos –tan siquiera a mí– daña el hecho de estar viviendo en un país lleno de incertidumbres y sin una visión clara sobre el futuro. Es dañino vivir en un país en el que constantemente nos tengamos que preguntar a dónde fueron nuestros sentimientos, dónde quedaron los feminicidios y su justicia; y un país donde cada vez son más los problemas de lesa humanidad que vamos cometiendo contra una gran parte del pueblo. Sin embargo, existe una parte privilegiada de la sociedad, una parte a la que se le ayuda –de una manera que uno podría estar o no de acuerdo–, pero que es innegable. Pareciera que, frente a todas nuestras desgracias, frente al desafío que significa vivir sin ninguna seguridad, sin el incumplimiento de las leyes, y sin elementos de solidaridad entre nosotros y las víctimas, podamos tener de verdad una situación en la que dependamos tanto de un texto legal como de un cuerpo moral.

Jugar a descalificar la moral de los otros tiene un gran problema, que es que, más pronto que tarde, alguien también juzgará la tuya. En ese sentido, creo que es importante reseñar políticamente un hecho fundamental, que es que, cuando un régimen es tan fuerte, tiene tantos votos, tanto poder, tanta representación y una sola voz, tiene la obligación de ser ejemplar… sobre todo con los suyos. En ese sentido, y pese a que en algunos casos los afectados son directamente los responsables de iniciar las carpetas de investigación que delimiten las responsabilidades de unos y otros, es necesario imponer –espero que sin tener que recurrir a la justicia militar– unas investigaciones que verdaderamente clarifiquen quién hizo qué. O sencillamente que se aclare que, pese a lo escandaloso de los titulares y pese al vocerío de los rumores, realmente o nadie hizo lo que se dice o sencillamente no se puede probar. Y es que todavía hoy, al final de este año de Dios que fue el año 2021, en nuestro país la gente es inocente hasta que un juez demuestra lo contrario.

Felices fiestas. Nos volvemos a ver el día 3 del nuevo año.

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