Año Cero

Un invierno para recordar

A pesar de los múltiples embates y variaciones sin descanso del virus, nos la hemos ingeniado para volvera salir a las calles y seguir –en la medida de lo posible– nuestras vidas.

Sin duda alguna, el próximo cambio de estación estará destinado a ser uno muy particular y diferente a los vistos con anterioridad. No sólo porque, como ya dijo en alguna ocasión William Shakespeare, puede ser el invierno de nuestro descontento, sino también porque, básicamente, y tal como se van plantando y desarrollando las cosas, puede ser un invierno en el que los saltos cualitativos históricos a los que nos enfrentemos lo hagan no sólo un inverno para recordar, sino un periodo singular. Para empezar, habrá que analizar los flecos, las adaptaciones y todo aquello que logre sobrevivir la experiencia del Covid-19, un virus con inteligencia propia que además saber actuar de manera autónoma y provocando –hasta el momento– más de 4 millones y medio de muertos y aproximadamente 220 millones de contagiados.

El Covid-19 ha provocado una situación en la que, 18 meses después de haber iniciado su propagación por el mundo, seguimos sin contar con la certeza sobre cómo, cuándo o dónde se produjo la transmutación del ADN de un murciélago a la construcción de un virus que ha hecho más daño en nuestra civilización y concepto del mundo que lo que la memoria nos permite recordar. Por si todo esto no fuera suficiente, y como muestra de que sigo siendo optimista, me asombra la capacidad de supervivencia que tenemos los seres humanos. A pesar de los múltiples embates y variaciones sin descanso del virus, nos la hemos ingeniado para volvera salir a las calles y seguir –en la medida de lo posible– nuestras vidas.

Si nadie sabe por qué o cuenta con una explicación que llene los huecos que todo este escenario ha traído consigo o mágicamente dejamos de contagiarnos o cada vez serán más profundos los daños causados. Si hemos pasado del encierro total y de no poder compartir nada más que distancia a estar llenando estadios de futbol, cines y demás, la gran pregunta que surge es: ¿cómo podemos sobrevivir ante algo que desconocemos?

Si todo esto no fuera suficiente, si no fuera bastante convivir con esa espada de Damocles sobre la cabeza, si no resultara tan vergonzoso volver a tener que llevar un emblema distintivo como lo fue en su momento la estrella de David con los judíos, pero que ahora está representada por un carné de vacunación, ahora tenemos que acostumbrarnos a vivir bajo otras condicionesde vida. Por poner un ejemplo, la ausencia y la crisis que se está viviendo en el sector energético, tanto por falta de suministros como por el daño que los combustibles fósiles y similares hacen al planeta, nos obliga a cambiar desde nuestra manera de consumir o hasta algo como el prender la estufa en nuestras casas hasta grandes estructuras de producción.

Más pronto que tarde, Europa tendrá que recordar su ingenuidad frente a los rusos. Les permitieron –atravesando directamente el corazón del continente europeo– depender de su gas. Gran parte de las actividades básicas y diarias de los europeos pasa por el grifo que abre o cierra Vladimir Putin, que –con diferencia de otros gobernantes– es un personaje merecedor de cierto nivel de confianza en el sentido de que no ha abusado de su poder usándolo en contra y en perjuicio de Europa. ¿Se imagina lo que significaría luchar en medio de un crudo invierno sin contar con la capacidad o recursos para mantener calientes nuestras casas al momento en que se combate contra este enemigo silente también conocido como coronavirus?

Si uno mezcla y une lo que está sucediendo con el Covid-19 con la situación sanitaria general, se dará cuenta de que en los próximos meses –además del ya desastroso virus y como consecuencia de éste– hay una serie de enfermedades ligadas que van a alcanzar una apoteosis por la simple acumulación de tiempo. Es decir, ¿usted se imagina lo que significaría que el bacilo de Koch fuese asesinado por el llamado desarrollo y que la gente dejara de morirse por tuberculosis? Es necesario reflexionar sobrelo que significa que el Covid-19 haya llegado a desplazar enfermedades que llevaban siglos existiendo.

Prometí ser optimista y quiero cumplirlo. Pertenezco a una generación que valientemente ha sobrevivido a todo, empezando por guerras mundiales, influenzas, gripes, ataques nucleares y –en esta ocasión– hasta una pandemia global. Pero sobre todo, hemos sobrevivido a los propios seres humanos y a lo único que parece no tener un fin claro: ser un universo imposible de cuantificar e imitar que es la estupidez humana. Inglaterra –que nuevamente estoy convencido de que sobrevivirá– es un ejemplode una nación que más pronto que tarde podrá salir de esta gran crisis y que además también se beneficiará de su salida de la Unión Europea.

En cualquier caso, más allá de cualquier miedo sin cara, de cualquier intento en la sombra de conquistar el poder por otros medios, de cualquier política que haga que las pesadillas de los cómics y de los superhéroes se estén convirtiendo en realidad, lo que es evidente es el cambio sustancial e importante que se está produciendo en el desequilibrio de los liderazgos alrededor del mundo.

Los chinos tienen la posición que tienen en el mundo –ganada, sin duda alguna– gracias a su propio trabajo y a la conveniencia de los demás. Los rusos llevan muchos años intentando encontrar un sistema que les permita ser políticamente aceptables, pero sin renunciar a la esencia de seguir administrando el país más grande del planeta con una vocación claramente hegemónica –no sólo en un sentido ideológico–, sino en el sentido de la presencia y repercusión que tengan o puedan llegar a tener en el mundo. Enfrente de estos liderazgos definidos por hechos, nos encontramos no sólo con que la caballada esté escuálida por la parte occidental, sino que la realidad es que no tenemos un liderazgo claro o definido.

Donald Trump era discutible y por algunos rechazable, pero para los suyos era un líder. Hasta este momento, la experiencia Biden es una que no sólo no ha triunfado, sino que parece estar encaminada a convertirse en una catástrofe similar a la de la administración del expresidente Jimmy Carter. Y en medio de todo esto, también están en cuestión los virus, el gas y la demostración confesada por los chinos de haber descubierto el misil supersónico capaz de dar una vuelta al mundo sin ser detectado y con una capacidad de destrucción inimaginable.

Al invierno de nuestro descontento debe servirle –como si fuese la obra de Shakespeare –el verano de nuestra felicidad. Pero para que suceda eso, primero necesitamos encontrar balance en los líderes y después direcciones claras y objetivas que permitan tener un sentido de orden ante los problemas que nos enfrentamos, pero sobre todo que haya una viabilidad de salir de la situación en la que nos encontramos.

América ha vuelto a la otra América, a la latina, a la que no habla inglés y está sumergida en una carrera contrarreloj para volver a existir en países que ya han sido minados de fondo con créditos cuantiosos por parte de China y con algunas presencias militares episódicas, pero sumamente representativas, a cargo de Rusia. Es decir, el balance general, aquél que nos permite saber a qué parte del mundo pertenecemos y quiénes son los nuestros, en este momento se está reconfigurando con un problema que es claramente superior a los demás. Este problema es que nuestros líderes están desaparecidos o tienen una ausencia de propuestas que permitan equilibrar el balance global.

Los aranceles impuestos en su momento por Trump no han impedido el enfrentamiento ni han ayudado para establecer un punto de partida para mejorar la relación China-Estados Unidos. Y a estas alturas, si no logramos ponernos de acuerdo entre Oriente y Occidente, difícilmente habrá un futuro prometedor.

El problema lo tenemos nosotros, y este invierno no sólo es un invierno crudo por los virus, por las desgracias o por las desregulaciones causadas por el precio de la energía, sino que lo es más que nada por ser un invierno de ausencia de liderazgos. Con estas situaciones más la crisis económica desencadenada, pero, sobre todo, con el desconcierto mundial causado por nuestra ingenuidad, ¿cómo enfrentarnos a una situación como la actual?

Situación ideal y optimista sería vencer y eliminar de una vez por todas al Covid-19. Pero ¿qué es lo que seguirá después? Escenario ideal y optimista sería conseguir las materias primas para poder calentar los hogares. Sin embargo, ¿quién lo podrá pagar, quién mantendrá las industrias funcionando o costear unos precios que han sobrepasado los parámetros? Finalmente, yo no quiero ser un pobre blanco occidental sin un líder, y que además que lo único que tenga es el comprobante de haber pagado impuestos toda su vida a unos ineptos que dan como resultado final lo que le estoy contando. Y esto es que los enemigos, los de siempre, al final son los que están ganando. Y al final, estoy convencido de que este invierno será uno para recordar y muy difícil de olvidar.

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