Año Cero

La España rota

España y todo lo que significa un país con una raigambre y unas consecuencias tan fuertes en la Unión Europea, ha entrado en una etapa de incertidumbre.

Desde el principio, desde la aventura que fue la transición política del paso de la dictadura de Franco a la democracia juancardista, hubo una máxima, un objetivo y una imposición. Reconozco que, al haber tenido la oportunidad de estar personalmente involucrado en el proceso, al principio no entendía bien lo que supondría esta máxima. Adolfo Suárez González, presidente nombrado por el rey de España –siendo éste el primer nombramiento realizado por el monarca español tras la muerte del dictador y tras haberse convertido en jefe del Estado español–, insistía una y otra vez, privada y públicamente, sobre que los pasos del cambio político inevitablemente tenían que efectuarse de ley a ley. Es decir, Suárez entendió muy bien que un territorio tan minado y con unos antecedentes de odio fraterno, tras haber vivido una guerra civil que provocó más de medio millón de muertos y tras 40 años de dictadura todo tenía que hacerse bajo un sustento jurídico. Tanto él como todos los actores políticos involucrados –con excepción de los jóvenes como Felipe González o los comunistas como Santiago Carrillo– juraron fidelidad a los llamados principios fundamentales del orden jurídico y político español.

Adolfo Suárez siempre sostuvo que la legitimidad moral de la transición estaba basada en usar los mismos instrumentos jurídicos usados bajo el franquismo para preguntarle al pueblo español si quería o no el cambio. Y, en consecuencia, hacer todo lo necesario –desde la incredulidad absoluta que producía tanto su figura como la del rey Juan Carlos– para plasmar la convicción al pueblo de que con limpieza en el juego todo era posible. Su gran maniobra incluyó cambiar las leyes y hacer protagonistas a los mismos que –dentro de la lógica de la dictadura– habían sido los garantes y los que habían avalado las políticas del general Franco para enterrar el régimen franquista y abrir completamente el paso al proceso democrático.

Hubo críticas e incluso hubo quienes al principio no lo creíamos posible. Sin embargo, quienes dudamos terminamos enamorándonos sobre cómo se llevó a cabo el procedimiento. El 15 de diciembre de 1976, Adolfo Suárez realizó un referéndum para –dentro de la legalidad que él y el rey encarnaban– preguntarle al pueblo español si quería que se cambiaran las leyes con el objetivo de que España alcanzara la democracia plena. El resultado fue abrumador a favor de la democracia y el 15 de junio de 1977, es decir, seis meses después, con todas las garantías y sin ninguna sospecha de mal uso, falsificación o robo se celebró el primer proceso electoral democrático en 40 años. Este proceso trajo consigo el modelo político que ha permanecido por los últimos 44 años en España. Sin duda alguna, éste fue un ejemplo sobre cómo llevar a cabo un proceso democrático mediante el consenso.

El pasado martes 22 de junio, el Consejo de Ministros, presidido por el presidente Pedro Sánchez, realizó un salto cualitativo en el que –sin precisamente vulnerar la ley– cambió el espíritu de las leyes que desde 1977 han regido a España. Ese día, Sánchez indultó a los nueve dirigentes del llamado Procés, que es el movimiento independentista que busca separar Cataluña de España. Históricamente, España ha sido un país construido sobre la base de imponer su pertenencia sobre su territorio nacional. El sueño, el encantamiento y la irracionalidad que siempre es el nacionalismo, durante todo este tiempo ha acompañado tanto a los vascos como a los catalanes.

En España, para conseguir un indulto es condición sine qua non arrepentirse sobre lo hecho. Es necesario demostrar que estás arrepentido sobre el acto que te llevó a la cárcel o que te privó de tu libertad. Los indultos otorgados por Sánchez representan mucho más que un simple acto político o jurídico aislado. Los indultos otorgados, que además se dieron en una situación claramente asimétrica, están sustentados y argumentados por el presidente como un primer paso para iniciar un diálogo que lleve a la concordia y unidad nacional.

En medio de la discusión sobre que todo esto servirá para darle más alas al nacionalismo catalán y que más pronto que tarde es el camino que llevará a saltar por los aires a España, los beneficiarios del indulto salieron con aire victorioso. Al mismo tiempo, el gobierno de los nacionalistas de la Generalitat catalana decía que valoraba el gesto pero que era insuficiente y que ahora ellos lo que buscaban era la proclamación de una amnistía y posteriormente la negociación de un proceso que terminara con un referéndum pactado al estilo del que hace unas décadas, Escocia hizo con Inglaterra. Todo esto ha generado una situación en la que la audaz y la muy peligrosa operación política de Pedro Sánchez ha dividido al país. Ahora hay una dialéctica impredecible y no se sabe qué es lo que pueda pasar en el país a partir de este momento.

Como persona nacida en España conozco su historia y realmente lo que me produce terror es el centralismo español. No hay que olvidar que la infantería más dura de la historia fue la española, teniendo como prueba de ello la conquista de las Américas. Tampoco hay que olvidar que en el centro de España, Castilla, se liquidó sin ninguna compasión la coexistencia pacífica que durante siglos había subsistido de las tres grandes religiones y culturas dentro del territorio nacional. Hasta que los castellanos –a través de los Reyes Católicos– se hicieron con el poder, España era un país compuesto por un juego de coexistencias parciales. También está el hecho de que durante mucho tiempo –como consecuencia de la diáspora– España fue el lugar donde mayor número de judíos bajo el nombre de Sefarad teniendo Toledo como su capital. Esa manera de entender y hacer la política. Esa brutalidad expresada durante el proceso de creación y consolidación de España ha traído y trae consecuencias en la historia y en la memoria colectiva. Por eso era tan importante la Constitución que terminó siendo ratificada el 6 de diciembre de 1978.

Por primera vez, España se daba a sí misma una Constitución pactada y en la cual se reconocían los hechos diferenciadores. Uno de los aspectos más importantes de esta Constitución era el reconocimiento a esos españoles que no deseaban seguir siéndolo y la creación de un marco de juego en el que –a través de la reconocida España de las autonomías– se pudieran sentir integrados y realizados bajo el milagro democrático que inició en 1976.

La fiesta se acabó. Es evidente que la Constitución necesitará un ajuste en profundidad y es muy difícil que –salvo que vayamos a una guerra abierta– no pueda ni deba convertirse en un Estado completamente federal. Pero no hay que olvidar que en este momento lo que significa Cataluña, lo que significa el indulto y este movimiento político, es una carambola a varias bandas que afecta, por ejemplo, la unidad europea. Y lo hace en el sentido de que, no sé hasta dónde llegarán las fuerzas españolas en soportar la separación de Cataluña, pero estoy seguro de que Francia no tolerará este comportamiento.

Iniciar el proceso de cambio de las fronteras es iniciar la vuelta atrás a las guerras napoleónicas y a lo que básicamente ha sustentado las guerras en Europa. No hay que olvidar que en este momento en el este también hay problemas fronterizos, como es el caso de Ucrania. En Europa, casos como el escocés o como el de los corsos en Francia son ejemplos claros de la consecución hasta la última instancia de los deseos independistas. Lo que está sucediendo actualmente en Cataluña hace que se vuelva a cuestionar la naturalidad y funcionamiento de las fronteras. Como se ha visto en el pasado, tanto movimiento fronterizo no suele traer nada bueno. Generalmente la inestabilidad de las fronteras son el preámbulo de las guerras; esperemos que este no sea el caso.

Aquí estamos y en este momento hay diversos elementos para considerar. La audacia política de Pedro Sánchez es innegable, es evidente el hecho de que se tenía que hacer algo. Es cierto que la insensatez de José Luis Rodríguez Zapatero y la pasividad de Mariano Rajoy alimentaron al monstruo catalán, pero en este momento nadie sabe hasta dónde pueden llegar las consecuencias del acto. Un acto que –según Pedro Sánchez– está hecho para buscar la concordia, pero que a ojos de los indultados es una especie de victoria moral que les permitirá dar un paso más hacia su objetivo último.

La política es el arte de lo posible. Las revoluciones siempre devoran a sus hijos. Dentro de la situación creada debido a este escenario político, habrá que ver qué pasará en el movimiento independentista catalán. Veo muy difícil que los moderados realmente puedan seguir protagonizando el proceso, ya que este tipo de situaciones suelen beneficiar a los Roberspierre y cortar la cabeza a los Danton.

España y todo lo que significa un país con una raigambre y unas consecuencias tan fuertes en la Unión Europea, ha entrado en una etapa de incertidumbre. Una etapa en donde al mismo tiempo que es cierto que algo se tenía que hacer, es igual de verdadero que el mal manejo de la situación puede llevar a la liquidación, ya no del espíritu independentista, sino de la ordenación legal de la convivencia en España. Si no se maneja bien, esta situación podrá terminar siendo la aniquilación –por la vía de hecho– del espíritu constitucional y puede vulnerar lo que fue la maravilla, el arco de iglesia y el éxito de la transición española en la época de Suárez y Juan Carlos I, que fue hacerlo todo de ley a ley.

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