Desde San Lázaro

¡Plata o plomo!

Los apostadores aseguraban que sería de las filas del PRI de donde saltaría el traidor, pero se quedaron con el ojo cuadrado porque los judas surgieron del PAN y MC.

Se rayaron los apostadores en Las Vegas con la traición del judas panista Miguel Ángel Yunes Márquez y del emecista Daniel Barreda, ya que todo mundo aseguraba que sería de las filas del PRI de donde saltaría el traidor; empero, se quedaron con el ojo cuadrado al observar que los 15 senadores del PRI y Manlio Fabio Beltrones se mantuvieron firmes en contra de la aprobación de la reforma judicial.

De repente, en la víspera de la votación en la Cámara de Senadores, corrieron aires de esperanza con el cierre de filas que hicieron los 43 senadores del bloque opositor conformado por el PAN, PRI y MC para rechazar la reforma de AMLO. Se aseveraba que el pase de lista daba la falsa ilusión de que nadie de los azules y naranjas iba a chaquetear y, luego, los tricolores hicieron lo propio y, en voz de su líder nacional, advirtieron que no saldría de su bancada el voto traidor y, lo que son las cosas, el tiempo les dio la razón.

Si bien es cierto que entre los legisladores de todos los partidos hay personas honorables, también es una realidad que, los demás, son capaces de vender hasta su jefecita, si esto les representa algún beneficio de todo tipo o si de plano con ello limpian sus expedientes judiciales.

Fue una falsa ilusión de los opositores creer que los 43 eran personas honorables e intachables y que, por lo tanto, se mantendrían firmes en sus convicciones políticas y en sus afectos personales con sus correligionarios, y qué decir del compromiso con los ciudadanos que les brindaron su confianza a través del voto.

Esos veracruzanos y campechanos, y antes los michoacanos y tabasqueños, votaron por el PAN, PRI y PRD y luego fueron traicionados por esos senadores chaqueteros, quienes se bajaron los calzones ante el oficialismo.

Así que primero fueron los senadores del PRD, Araceli Salcedo (Michoacán) y José Sabino (Tabasco), quienes se vendieron por ciertas canonjías y se cambiaron a Morena, con lo que demostraron que para ellos, eso de la ideología y la lealtad, no más no es lo suyo; y luego fue Daniel Barreda (Campeche), quien armó toda una patraña para ausentarse de la votación y con ello darle en automático la mayoría calificada al oficialismo; aunque los Yunes no hubieran traicionado al PAN, era más que suficiente para que Morena y aliados le dieran su regalo de despedida a AMLO.

Fueron 86 votos a favor de la reforma y con ello pulverizaron el régimen democrático, la división de poderes y el respeto a los derechos fundamentales de los mexicanos.

Luego del agandalle de los obradoristas en el Congreso federal, viene en fast track de la aprobación, por lo menos, de 17 congresos locales, y con ello se le pondrá el moño al presente que le darán a AMLO la bola de barberos que pululan en torno al poder.

Mostraron dignidad y lealtad todas las senadoras y senadores del PRI al mantenerse firmes en su voto contrario a la reforma, no obstante la espada de Damocles que pende sobre la cabeza de Alejandro Moreno sobre su eventual desconocimiento por parte del INE como líder nacional de los tricolores, tal como ocurrió paralelamente a la sesión en el Senado en la Comisión de Prerrogativas del INE, en donde tres consejeros determinaron que las reformas a los estatutos del PRI, promovidas por Alito y que dieron pie a su reelección, estaban fuera de plazo.

Aun con esta amenaza, la de desconocer el liderazgo de Moreno en el Revolucionario Institucional, los senadores del tricolor se mantuvieron cohesionados para evitar que de sus filas emergiera el Judas.

Son diversas lecturas que ofreció el affaire del Congreso; la primera es que el PRI ha vuelto con el disfraz de Morena para imponer la ley del garrote para agenciarse mayorías calificadas artificiales mediante el apoyo institucional del INE y del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, y luego, ante la imposibilidad de tener la calificada en la Cámara alta, coaccionaron y sometieron a cuatro senadores de la oposición.

La legitimidad con la que ganó Claudia Sheinbaum la presidencia de la República se ha desvanecido, en buena parte, como agua entre las manos, ya que una cosa es haber ganado la elección con 36 millones de votos de un padrón electoral de 100 millones de ciudadanos, y otra es comportarse como auténticos delincuentes electorales para torcer los procesos legislativos y la composición de las cámaras legislativas a su antojo.

Con tanto poder, no pudieron construir la mayoría calificada mediante el consenso y el diálogo con otras fuerzas políticas, y en vez de ello, prefirieron transgredir el orden constitucional para imponerse a la mala.

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