Repensar

Monroe, dos siglos después

Mientras que en Latinoamérica se vio con simpatía la Doctrina Monroe, en EU no creían que esas naciones pudieran mantenerse independientes y convertirse en democracias.

Este sábado se cumplen 200 años de que se formuló la Doctrina Monroe, cuya historia es poco conocida.

Estados Unidos tenía ya tres décadas de ser un país independiente y el gobierno británico no lo respetaba. Incitaba a los indígenas a atacar sus fuertes en la frontera con Canadá. Impedía mediante bloqueos navales que sus mercancías llegaran a puertos europeos.

Para evitar que el conflicto se intensificara, el presidente Jefferson prohibió comerciar con las naciones europeas.

Los estadounidenses de Nueva Inglaterra lo apoyaron porque eran aislacionistas. George Washington (en su carta de despedida) les había recomendado no “enredarse” en las disputas políticas europeas y estaban convencidos de que en el Viejo Continente seguirían enfrascados en guerras absurdas, de las que muchos colonos habían huido.

En cambio, los del sur y occidente dependían de colocar sus cosechas a aquellos mercados y deseaban expandirse hacia los territorios canadienses. Como tenían mayoría en el Congreso, la guerra estalló.

Aunque los británicos quemaron el Capitolio y parecían tener ventaja, pronto se dieron cuenta de que era muy oneroso trasladar tropas y pertrechos a través del Atlántico, además de no poder distraerse de las contiendas que sostenían allá.

Los estadounidenses, habiendo mostrado que eran capaces de defenderse, tampoco quisieron seguir. La guerra terminó sin un ganador claro.

Sirvió, sin embargo, para que las otras potencias europeas se dieran cuenta de que no iban a poder mantener sus colonias norteamericanas. El mismísimo Napoleón Bonaparte aceptó vender la Luisiana, que abarca 15 estados actuales y duplicó la superficie del país en aquella época.

España cedió la Florida a condición de que se clarificaran los límites y se le respetaran Texas y los territorios de la costa oeste.

En ese momento, a los estadounidenses no les interesaba influir en las nuevas naciones que se estaban independizando en el sur. En cambio, los británicos querían asegurarse del fin del colonialismo español y, dentro de las restricciones del mercantilismo, aspiraban a comerciar con las nuevas repúblicas.

Por eso, le propusieron a Estados Unidos firmar una declaración conjunta para disuadir a las otras potencias europeas de intervenir en la región.

El secretario de Estado, John Quincy Adams, se opuso terminantemente. Argumentó que los británicos no se comprometían a reconocer a las nuevas repúblicas, quizá porque aspiraban a incorporarlas a su imperio más adelante.

Con mucho esfuerzo, persuadió al presidente James Monroe de que en su discurso anual sobre el Estado de la Unión hiciera una declaración unilateral.

En ella se afirma que Estados Unidos no se entrometerá en los asuntos europeos ni interferirá en cualquiera de sus colonias o dependencias existentes; que reconocerá como legítimos a los gobiernos de los países latinoamericanos; que considerará como hostil cualquier intento de recolonización de esos países.

Aunque los principales destinatarios de la advertencia eran los ingleses y los franceses, John Quincy Adams también estaba pensando en los rusos, que aumentaban su presencia al sur de Alaska, hasta el litoral de Oregón.

Mientras que en las naciones latinoamericanas se vio con simpatía la Doctrina Monroe, en Estados Unidos no creían que esas naciones pudieran mantenerse independientes y convertirse en democracias.

En 1845, el presidente James K. Polk estableció la doctrina del Destino Manifiesto, que sugería que la Providencia dio a los americanos la misión de expandirse hacia el oeste para imponer sus valores. Con esa pretensión, que Abraham Lincoln calificó de pretexto para robar, Estados Unidos se apoderó de Texas, California y los demás territorios del noroeste.

En 1904, Theodore Roosevelt le añadió un corolario a la Doctrina Monroe: “Si una nación demuestra que sabe cómo actuar con eficiencia y decencia razonables en asuntos sociales y políticos… no debe temer la interferencia de los Estados Unidos, pero… las fechorías crónicas pueden obligar a Estados Unidos al ejercicio de un poder de policía internacional”. Fue lo que se conoció como “la política del gran garrote”.

En México la sufrimos muy pronto, con la conspiración del embajador Henry Lane Wilson, que derrocó a Francisco I. Madero e impuso a Victoriano Huerta. Siguieron Cuba, Nicaragua, Guatemala, Haití, República Dominicana, Chile.

Después de la Guerra Fría, se debilitó la influencia americana en Latinoamérica. John Kerry llegó a decir que “la era de la Doctrina Monroe se terminó”.

Hoy China es el primer socio comercial de muchos de nuestros países. Invierte en litio en Bolivia y en México. Construye puertos en Perú y Panamá. Navíos iranís son visitantes frecuentes de Cuba, Nicaragua y Venezuela.

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