Repensar

Aliados borrosos

Biden no llegó a las cumbres con una gran visión estratégica o tan siquiera con alguna propuesta unificadora, dice Alejandro Gil Recasens.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Europa quedó devastada. Pronto fue evidente que no podría frenar por sí misma la voluntad expansionista de Stalin. El Reino Unido primero, y luego otros países del continente, le pidieron a Estados Unidos apoyo económico para rearmarse (una especie de plan Marshall militar).

La urgencia de enfrentar las acciones soviéticas en China, Corea y Grecia dio origen (1949) a la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Estados Unidos mantuvo su presencia militar a cambio de ejercer el comando de las fuerzas conjuntas. Se constituyó una fuerza disuasoria que mal que bien evitó que Alemania Occidental, Grecia y Turquía se convirtieran en satélites de la URSS y mantuvo la seguridad colectiva durante la Guerra Fría.

Tras la desintegración de la URSS, 14 países del centro y este de Europa se integraron a la OTAN por temor a que renacieran los anhelos imperiales de Rusia. Sin embargo, los socios originales ya no se sintieron amenazados y, a regañadientes, por presión de Estados Unidos, se involucraron en los enredados conflictos en los Balcanes, Irak y Afganistán.

Los americanos también se vieron cada vez menos motivados a conservar su presencia militar en la región, condicionándola a que los otros miembros de la organización muestren más empeño y aumenten su gasto militar hasta un mínimo del 2 por ciento del PIB.

DIVERGENCIAS

En ese contexto se dieron en días pasados los encuentros de Joe Biden con el Grupo de los Siete (en Cornwall) y con los jefes de Estado de los países miembro de la OTAN (en Bruselas). El presidente quiso retomar el liderazgo de la alianza y alertar a sus colegas sobre el peligro de que China domine militarmente el Indo-Pacífico y adquiera superioridad tecnológica, en tanto que Rusia amplía su esfera de influencia, tiene 150 mil soldados en la frontera con Ucrania e interviene impunemente en los procesos electorales de Occidente.

Fue inútil. Los aliados comercian cada vez más con China, ignoran la creciente agresividad de Rusia y se apuran a terminar en septiembre su retiro de Afganistán, aun sabiendo que los talibanes y lo que queda de al-Qaeda pueden retomar el poder.

Afectados por la crisis sanitaria y económica no quieren elevar su gasto en defensa ni aportar más a los gastos comunes de la OTAN. En cambio, esperan que Estados Unidos modernice su defensa aérea y despliegue más artillería motorizada.

Biden no llegó a las cumbres con una gran visión estratégica o tan siquiera con alguna propuesta unificadora. En consecuencia, los mandatarios condescendieron con sus flojos conceptos de una “política exterior para la clase media” o de un “plan global de infraestructura” que compita con la Iniciativa de la Franja y la Ruta de los chinos. Incluso Boris Johnson, a quien el presidente calificó hace tiempo de “clon de Trump”, se la pasó haciéndole bromas.

Los franceses siempre han visto a la OTAN como un arreglo que sólo beneficia a los británicos. Charles de Gaulle se opuso a darle el comando a los americanos. En 1966 se retiró de la estructura militar y cerró las bases estadounidenses porque no lo quisieron ayudar a sofocar la insurgencia en Argelia. Emmanuel Macron de plano ha dicho que la organización tiene “muerte cerebral”.

Al mismo tiempo que Angela Merkel apoya los esfuerzos contra el terrorismo y reprueba los abusos de los gobiernos autocráticos, Alemania no deja de comerciar con Irán y ha creado una relación especial con Rusia, que la provee de gas barato.

Con enfoques geopolíticos incompatibles, las cumbres han producido las acostumbradas declaraciones sobre los negativos efectos del cambio climático y muy pocos compromisos reales.

En lo que va del siglo China y Rusia han fortalecido sus fuerzas armadas y han ampliado su presencia en el mundo. Cinco presidentes de Estados Unidos no han podido forjar un liderazgo internacional que permita, cuando menos, mantener un balance de poder favorable a las democracias. Con su Congreso dividido por mitades, ni siquiera han logrado formular una política exterior coherente y con amplio consenso.

Poco se espera de su reunión mañana con el presidente ruso. Putin sabe que la Alianza Atlántica está dividida; entiende que puede seguir rompiendo las reglas sin tener que pagar el costo. En nada le inquietarán las sonoras y poco creíbles advertencias que le hará Biden.

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