La semana pasada, según reportó Jensen Huang (CEO de NVIDIA) para la BBC, la Cyberspace Administration of China (CAC) (国家互联网信息办公室) prohibió a sus principales compañías tecnológicas comprar sus chips. La noticia, aunque reportada de manera modesta en medios como Financial Times y Reuters, esconde implicaciones estratégicas de primer orden. La medida refleja no solo un distanciamiento de la dependencia histórica respecto a los chips avanzados diseñados en USA —la mayoría fabricados en Taiwán por TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company)— sino también la creciente confianza de China en sus propias capacidades de semiconductores, cuya dinámica puede afectar a nuestro país de manera relevante y en diversas dimensiones.
El 24 de septiembre de 2025, el Embajador de China en México, Chen Daojiang, ofreció una conferencia en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ante más de 200 profesores y estudiantes. En su intervención, subrayó que China es ya el segundo socio comercial de México, destacando la importancia de fortalecer la cooperación económica, cultural y educativa entre ambas naciones. La UNAM, a través de un boletín institucional, calificó la relación bilateral como fructífera y con amplio potencial de crecimiento en el futuro inmediato. El enorme dinamismo y protagonismo de China en el mundo impacta todos los sectores de la economía mundial.
Debo reconocer que esta dinámica no me resulta ajena. Cuando vivía en Europa, ya notaba la creciente presencia de estudiantes asiáticos en las aulas universitarias, ocupando un espacio académico cada vez más significativo. Sin embargo, cuando visité Canadá y Estados Unidos me impactó aún más el volumen tan impresionante de estudiantes asiáticos en comparación con la escasa presencia de compatriotas latinoamericanos. Antes de llenar las aulas, nuestros connacionales solían llenar los campos de cultivo y las áreas de servicio.
Desde que en 2022 el gobierno de Estados Unidos, bajo la administración de Joe Biden, intensificó las restricciones de exportación de chips de IA hacia China, el país asiático aceleró su inversión en semiconductores. El Ministerio de Industria y Tecnología de la Información (工业和信息化部) reportó un aumento de más de 30% en fondos de I+D en 2023 dirigidos al sector. Empresas como Huawei y SMIC (Semiconductor Manufacturing International Corporation) han encabezado la nueva ofensiva tecnológica en ambas arenas, tanto en hardware como en software.
En la cocina, el hardware es todo el equipamiento físico: la estufa, el horno, los cuchillos, las ollas y la licuadora. El software, en cambio, serían las recetas y las instrucciones paso a paso que guían cómo combinar los ingredientes, en qué orden y bajo qué técnicas. Sin el hardware, las recetas no se pueden ejecutar; y sin el software, la cocina más equipada permanece sin propósito. Por ejemplo, puedes tener la mejor receta de mole poblano, pero sin estufa ni licuadora no podrás prepararlo. Y al revés, puedes tener la cocina más moderna y equipada, pero sin una receta clara y un método de preparación, lo único que obtienes es caos.
La confianza del dominio de China tanto en hardware como en software se refleja en hechos concretos: el modelo (software) DeepSeek-R1-Safe, anunciado en 2025, fue entrenado en 1,000 chips (hardware) de Huawei Ascend. Aunque cada Ascend es menos potente que un Nvidia H100 (hardware), Huawei ha perfeccionado el diseño de sistemas masivos: su CloudMatrix 384, que integra 384 chips en paralelo, busca competir directamente con el Nvidia GB200 Grace Blackwell, basado en 72 chips de mayor capacidad. Mientras tanto, Estados Unidos sigue dependiendo de Taiwán para la manufactura de los chips más avanzados. Según datos de Boston Consulting Group (2024), TSMC produce más del 90% de los semiconductores de menos de 5 nanómetros. El riesgo es evidente: un solo evento disruptivo en Taiwán —sea un terremoto como el de 1999 en Chi-Chi, que paralizó fábricas por semanas, o un conflicto geopolítico— podría desestabilizar toda la cadena global de IA.
El esfuerzo estadounidense para reubicar la manufactura en suelo propio ha sido lento. Aunque la TSMC Arizona Fab comenzó operaciones en 2024, enfrenta problemas de capacitación, cultura laboral y licencias. La CHIPS and Science Act (2022) asignó más de 52 mil millones de dólares, pero analistas como Chris Miller (autor de Chip War: The Fight for the World’s Most Critical Technology, 2022) señalan que la “soberanía de chips” sigue siendo más aspiración que realidad.
Hoy vivimos un momento en el que la frontera entre hardware y software se vuelve cada vez más difusa. Los chips y dispositivos alcanzan tamaños nanométricos, invisibles al ojo humano, pero cargados de un poder de cómputo extraordinario. Ese mismo poder permite que la inteligencia artificial se use para diseñar el siguiente hardware, simulando arquitecturas, probando materiales y optimizando cada paso en fábricas altamente automatizadas. En paralelo, todo ese hardware avanza porque se ejecuta sobre software cada vez más sofisticado que aprovecha al máximo sus capacidades. Se trata de un loop virtuoso: el hardware miniaturizado posibilita nuevas formas de IA, y la IA, a su vez, impulsa el diseño del hardware del futuro. Un círculo que se retroalimenta y que define el pulso de la innovación tecnológica en este siglo.
Hoy enfrentamos una oportunidad semejante, pero en torno al hardware. La hardwarización —es decir, la adopción masiva de competencias en semiconductores, arquitecturas de cómputo y diseño de sistemas distribuidos— no es opcional, sino estratégica. México ya participa en la manufactura electrónica (Foxconn, Flextronics, Jabil), pero sigue rezagado en la cadena de valor más crítica: el diseño y producción de chips avanzados. En un mundo donde China demuestra que puede entrenar un modelo de IA de frontera en chips nacionales y USA lucha por reconstruir su capacidad, permanecer como simples ensambladores es equivalente a repetir la dependencia del petróleo en el siglo XX.
Si China logra independencia de la manufactura taiwanesa antes que USA, el balance de poder cambiará radicalmente. No solo tendrá resiliencia frente a sanciones, sino que además obtendrá influencia geopolítica desproporcionada sobre el resto del mundo. Para México, este panorama es una llamada de atención histórica. Nuestro país ha tenido momentos de alfabetización masiva (la campaña educativa de José Vasconcelos en la década de 1920 es un ejemplo icónico) y de industrialización tardía. La historia de la paz relativa en Taiwán desde los años sesenta permitió que la isla se convirtiera en epicentro de la revolución digital. Pero, como dice el proverbio chino, “la paz no se hereda, se construye cada día”. Lo mismo ocurre con la soberanía tecnológica.
México debe tomar nota: no basta con esperar inversiones de nearshoring. Es urgente construir programas nacionales de formación en semiconductores, incentivar laboratorios universitarios para diseño de chips, y crear un ecosistema industrial que supere la maquila. Así como alguna vez alfabetizamos a millones, hoy necesitamos hardwarizar a la sociedad. De lo contrario, seremos simples espectadores de una batalla histórica en la que se decide no solo el futuro de la inteligencia artificial, sino la autonomía económica de las naciones.