¿Qué le pediría Cristo a ChatGpt? Tal vez algún día lo veamos porque, de acuerdo con cierta tradición islámica, Jesús regresará a la tierra y, luego de vencer al Mal, llevará una vida cotidiana en la que se casará y tendrá hijos. Imagino que entonces Jesús querrá buscar un empleo y usará algo parecido a nuestras computadoras con Internet que, seguramente para entonces, incluirán un mejor modelo de IA.
De cualquier modo, lo que tendrá a la mano no será tan distinto de la tecnología actual (o sea the end is near). Como en ese mundo ya no existen las carencias, los prompts cambiarían radicalmente su naturaleza: pasarían a ser como las hachas de oro de los reyes vikingos, que no servían en absoluto para realizar funciones de hacha, sino más bien de coronas regias. Las hachas de oro representaban la capacidad de vivir en un mundo ordenado sin tener que recurrir al cansancio de la fuerza bruta, un estado ideal que buscan todas las herramientas hasta la fecha, incluida la IA.
Según aquella tradición árabe de la que les platico, en el mundo de la segunda venida no existirá el mal, pero sí continuará la vida social, incluso seguirá existiendo la muerte: hoy en día el ataúd vacío junto a Mahoma está reservado para el mismo Jesús, al final de su segunda vida humana en esta tierra. Entonces, como todas las necesidades habrán alcanzado la perfección moral, el trabajo que busque Jesús para obtener ingresos con los cuales proveer y proteger a su familia también tendrá que estar no solo desprovisto de las limitaciones de la fuerza bruta, sino también de las intelectuales. Porque, si bien es cierto que las máquinas han logrado hacer que aquel que solo posea su fuerza para vender no tenga nada que valga el dinero de nadie, hoy la IA está haciendo lo mismo con aquellos que solo poseen su intelectualidad para vender. Liberados de ambas limitaciones, podemos imaginar a Jesús como al resto de los hombres con quienes ahora comparte el mundo, entregados a su máximo potencial como seres comunicativos y creativos, emocionalmente sanos y espiritualmente activos. Los escritores, como los plomeros y los pugilistas, nunca desapareceremos.
Pensar en el papel que tendría la tecnología en ese mundo nos permite preguntarnos si las herramientas que estamos construyendo y el uso que les estamos dando se conforman a los valores y principios del reino celestial, aunque sea en un sentido teórico o abstracto, como el ideal de su función y su propósito. Pero al mismo tiempo nos obliga a rearticular cuáles son esos valores y principios en los albores del segundo cuarto del siglo XXI, una tarea que requiere de los mejores liderazgos, donde el de las iglesias es sumamente necesario. El temor y la duda acerca de “ser reemplazados” es uno que se refleja en las tecnologías como la IA, que traen a la superficie cuestionamientos profundos sobre nuestro valor como seres humanos, mismos que encuentran en la religión uno de sus primeros y privilegiados vertederos. Una convención de iglesias podría responder a la pregunta que hice al principio de esta columna, y así iluminaría con pequeñas luces el camino para anular el miedo. Por cierto, parece que, de hecho, algunas autoridades ya comparten esta idea: quieren presentarle la IA a Dios, de lo cual hablaremos la próxima semana. Para terminar, quisiera decir que, si fuimos hechos a la imagen de nuestro creador, y acaso llegara el día en que la IA se pareciera a nosotros, entonces no deberíamos temer que nos remplace, por la misma razón que no debemos temer a un hermano. Mejor aún si somos dos para jugar y cumplir con nuestros mandatos.