Bloomberg Opinión - Spinetto

Petro, el caso único de Latinoamérica frente a Trump

El estilo combativo de Petro contra Trump puede tener como objetivo lograr apoyo de cara a las próximas elecciones en Colombia para mantener a la izquierda en el poder, escribe Juan Pablo Spinetto.

Si existiera un ranking de líderes antiestadounidenses, Gustavo Petro estaría muy cerca de la cima.

La semana pasada, el presidente de Colombia protagonizó un acto para la historia: megáfono en mano, en una manifestación en Nueva York contra la guerra en Gaza, instó a los soldados de EU a desobedecer las órdenes del presidente Donald Trump. La Casa Blanca le revocó la visa a las pocas horas del evento, realizado en paralelo a la Asamblea General de Naciones Unidas. Hugo Chávez y Fidel Castro estarían orgullosos: Su discípulo colombiano alcanzó niveles de provocación que ellos nunca lograron. Y lo hizo, además, en el propio territorio del adversario.

Es un nuevo capítulo en el deterioro de la relación entre EU y Colombia, que alguna vez fueron los aliados más cercanos de la región. Se produjo después de la “descertificación” por parte de la Casa Blanca de los esfuerzos antidrogas del gobierno colombiano el mes pasado y de tensiones diplomáticas desde la asunción de Trump en enero.

Petro escaló aún más la confrontación al amenazar con renegociar el tratado de libre comercio con EU. También expulsó a la misión diplomática de Israel mientras veía como algunos de sus ministros renunciaban a sus visas estadounidenses

¿Por qué llevar las cosas tan lejos? Parte ideología, parte es un cínico cálculo político. El exguerrillero Petro disfruta presentarse como el anti-Trump: Un autoproclamado campeón de la izquierda que aspira a ser la voz del llamado Sur Global, aunque la mayor parte de Colombia esté en el hemisferio norte. Siempre está listo para denunciar cualquier injusticia real o imaginada. La animadversión intelectual es genuina, enraizada en trayectorias radicales y ambiciones políticas.

Pero también hay motivos pragmáticos: al desempolvar el viejo manual antiestadounidense, intenta fabricar cohesión interna alrededor de una amenaza externa justo a tiempo para las elecciones generales de Colombia en mayo.

Una carrera electoral polarizada genera incentivos para la retórica radical, incluida la construcción de un enemigo externo que genere cierto grado de unidad sobre una causa que se perciba como justa”, me dijo Laura Lizarazo, directora asociada de la consultora Control Risks en Bogotá. “La izquierda tiene esa base de votantes leales que parece no disminuir a pesar de las salidas en falso del presidente. Es alreadedor del 30 por ciento, posiblemente los suficiente para pasar de la primera vuelta el año próximo”.

Puede haber algo más profundo todavía: con solo 10 meses restantes en el cargo y sin posibilidad de reelección, el primer presidente de izquierda de Colombia ya se prepara para su próximo papel. Agotado por las restricciones del poder, un iconoclasta bon vivant como Petro puede soñar con reinventarse como una versión latinoamericana de Jeremy Corbyn: recorriendo el mundo para denunciar el imperialismo y repetir lugares comunes tras fracasar estrepitosamente en casa. Si no tuviera el inconveniente de seguir gobernando a 53 millones de colombianos, quizá ya se habría unido a Greta Thunberg en la flotilla de ayuda rumbo a Gaza. Como era de esperar, Petro pontifica sobre cada conflicto global mientras demuestra incapacidad para contener el repunte de violencia en su propio territorio.

Ninguna de sus jugadas debe confundirse con una estrategia coherente. Tampoco con un verdadero reinicio de las relaciones entre EU y Colombia. Aunque persisten fricciones estructurales —en especial el imparable auge de la producción de cocaína—, el próximo inquilino de la Casa de Nariño tendrá todo el incentivo para reactivar una agenda más amigable con Washington.

Las maniobras de Petro se entienden mejor como una rareza que como la norma regional. En enero ya había mostrado cómo NO tratar a Trump. Lo hizo con su desastrosa confrontación sobre la deportación de colombianos. Salvo por esta torpeza, las respuestas de América Latina a la política exterior asertiva de Trump han caído en dos categorías claras: Aceptación o contención.

El argentino Javier Milei, el paraguayo Santiago Peña y el salvadoreño Nayib Bukele han dado la bienvenida a Trump, sea por razones ideológicas o estratégicas. En cambio, líderes como Claudia Sheinbaum en México y Lula da Silva en Brasil han buscado contenerlo en diferentes grados —con Lula ahora dispuesto a reunirse con su némesis estadounidense tras varios choques. Incluso el dictador venezolano Nicolás Maduro envió a Trump una carta para rogar por el diálogo (y evitar ser derrocado). Petro no encaja en ninguno de los bandos. Su falta de liderazgo quedó en evidencia cuando no logró que la Celac, el foro regional que preside, condenara las amenazas militares de Trump contra Maduro.

La realidad es que América Latina enfrenta una gran transformación. Surge de una Casa Blanca ambiciosa, que busca reafirmar al hemisferio occidental como su esfera de influencia, y del intenso superciclo electoral regional de 2026. Nada ilustra mejor este giro que los letales ataques estadounidenses contra pequeñas embarcaciones que presuntamente transportaban drogas en el Caribe, realizados con escaso respaldo legal. Las tensiones por el Canal de Panamá, la competencia por desalojar cualquier influencia china en la región, el uso de aranceles como castigo político y la renovada ofensiva para sacar a Maduro del poder son señales claras de una Casa Blanca que —para bien o para mal— ha redescubierto a su vecindario tras décadas de desinterés.

Sea cual sea la gran estrategia de Trump para el hemisferio occidental, aprenderá rápidamente que interferir en un conflicto —por ejemplo, intentar arreglar la aparentemente indomable economía argentina— también implica hacerse cargo de sus consecuencias. Tal vez convenga pensarlo más de dos veces antes de actuar.

Los líderes latinoamericanos, por su parte, deberán decidir si aprecian esta renovada atención o si simplemente la esquivan, aprovechando la naturaleza transaccional de esta Casa Blanca. Lo único seguro es que este no es momento para la fanfarronería ideológica de Petro.

JP Spinetto es columnista de Bloomberg Opinion y escribe sobre negocios, asuntos económicos y política en América Latina. Anteriormente fue editor en jefe de Bloomberg News para economía y gobierno en la región.

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