Sara Lozano

Sara Lozano: Durante el CONARTE de Alejandra Rangel

En septiembre de 2006 nos despedimos por teléfono Rafael y yo.

A Rafael Ramírez Heredia, aún agradecida a quince años de su partida.

En septiembre de 2006 nos despedimos por teléfono Rafael y yo. Le dije que rezaría por él aunque no creyera en Dios, ni en lutos ni en el más allá.

- Reza, sí, reza. En el paredón, hija, hasta el más ateo cree.

Integrante del Sistema Nacional de Creadores, escritor y tallerista invitado a Monterrey por CONARTE –el de Alejandra Rangel y Carolina Farías– mes tras mes impartía el taller de creación literaria, recordaba cada proyecto cuento, novela o crónica. Este hombre me enseñó de la escritura y sus rigores, de la disciplina para capitalizar también la crítica, la buena y la que destaza.

Incansable y apasionado frente al grupo nos arrancaba de los apegos.

- Esa frase te encanta, pero no encaja. ¡Quítala, mujer!, guárdala donde quieras hasta que encuentre su propio texto. Del lápiz hay dos lados, tienes que aprender a usarlos.

Durante la presentación de un libro estábamos juntos en el estrado a punto de comenzar. Me acaricia una rodilla y dice: ¿Qué harías si ahorita aprieto y te voy seduciendo frente a toda esta gente? Atiné a decirle ¡No!

- ¡Mujer!, – soltó la carcajada - tan fácil como responderme ¿y qué harías tú frente a toda esta gente si te aprieto un hue...?– Dejó mi pierna. - Haz un cuento, haz un cuento de esto, desarrolla los personajes desde la emancipación, del feminismo, a eso tú le sabes.

De las musas decía que no eran hadas que nos visitan de cuando en cuando. ¡Son demonios que tienen que domesticarse cada día! Había que adentrarse hasta el centro de la emoción, poner palabras a cada sensación, anotar campos semánticos, trazar las metáforas. Precisar, desmembrar el corazón y ponerlo en el papel. Regresar una y otra vez al recuerdo hasta dejar de sentir la energía, y entonces manipular la experiencia en beneficio de la historia.

Le encantaba el tradicional Reforma, el de Ocampo, en donde reunía a los amigos los viernes después del taller. La noche se llenaba de anécdotas. Era un viajero compulsivo, taurino y mujeriego. Contó de una noche que se fue de copas y antes de entrar a su casa se le ocurrió ahumarse en el escape del carro para quitarse el olor de los perfumes baratos. A la mañana siguiente, Conchis lo recibió con un “Rafael, prefiero saber que andas de putas a creer que te acuestas con un taxista, hueles a mofle.”

No cantaba mal, en cuanto se aparecía el trío lo agarraba por su cuenta la tanda completa. Muchas veces lo alcanzaba el amanecer y se iba a descansar un rato. Invariablemente llegaba puntual a la segunda sesión del sábado; fresco, impecable, perfumado. Se regodeaba mostrando sus iniciales bordadas en los calcetines o en el bolso de su camisa. Sacaba su teclado plegable y lo conectaba al teléfono, dejaba la mariquera y la pequeña maleta de mano en una esquina del salón y tallereaba con la misma pasión que el día anterior.

La última vez que lo vi fue esa primavera de 2006. Encendió un cigarro, nos dijo en privado que venía cargando con un cáncer desde hacía más de un año y que ya no había algo más por hacer.

Sara Lozano

Sara Lozano

Colaboradora en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública y profesora en el Tec de Monterrey de Ciudadanía y Democracia. Integrante fundadora de Ellas ABP coordinadora de programas por la prevención de la violencia laboral y económica contra las mujeres.

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