Monterrey

Nada está escrito

OPINIÓN.

El próximo 4 de junio, los ciudadanos del estado de Coahuila tendrán la oportunidad de renovar a los titulares de los Poderes Ejecutivo y Legislativo del Estado, así como a los 38 alcaldes de las Presidencias Municipales que conforman la entidad.

Aunque las tendencias electorales actuales muestran una ventaja del candidato del Partido Revolucionario Institucional a la gubernatura, Miguel Ángel Riquelme Solís, es importante mencionar que las tendencias son solo un reflejo del momento político. Por supuesto, de aquí al 4 de junio pueden suceder una serie de coyunturas y acontecimientos que terminen por inclinar la balanza hacia cualquiera de los candidatos punteros.

Si hacemos un ejercicio de memoria, en las elecciones estatales del 2016, se pronosticaba que el PRI saldría como el gran triunfador de las elecciones. Y no fue así.

Si prestamos atención a los resultados electorales en los estados que comprenden la zona norte de nuestro país, podemos observar que la única entidad donde se han llevado comicios electorales y que ha decidido por la continuidad política es Baja California.

El resto de las entidades, han elegido candidatos diferentes como fueron los casos de Sonora, en donde el PRI regresó al Gobierno del Estado, mientras que hace menos de un año, Javier Corral, abanderado del Partido Acción Nacional (PAN), fue elegido Gobernador de Chihuahua.

En estas entidades, los Gobernadores salientes se dieron a conocer ampliamente en los medios de comunicación por los excesos que ya han sido asimilados por los ciudadanos como un elemento normal y natural de nuestra vida política.

En otros estados, por primera vez en la historia del México contemporáneo se dieron procesos de alternancia política. En Durango, José Rosas Aispuro fue elegido Gobernador tras abanderar una coalición política conformada por el PAN y el Partido de la Revolución Democrática. En Tamaulipas, la elección de Francisco García Cabeza de Vaca como titular del Poder Ejecutivo de su entidad terminó con más de siete décadas de dominio priista.

Y por supuesto, Nuevo León. Este repaso general de los resultados electorales de las elecciones para renovar las gubernaturas de las entidades que colindan con Coahuila nos puede ayudar a analizar tres tendencias.

La primera, las encuestas electorales no siempre son acertadas y pueden no predecir el resultado final. Aunque diversas empresas encuestadoras nacionales traten de acertar en los resultados, lo cierto es que hay que aprender a lidiar con la incertidumbre propia de la democracia: conocer el resultado una vez que se comiencen a contar las boletas.

En segundo lugar, las elites políticas electorales pueden enfrentar en las urnas, el escarnio y el juicio de la sociedad. Si los presuntos culpables de actos de corrupción, como los responsables de la deuda en Coahuila, ni siquiera son procesados para ser juzgados, ahora tienen que enfrentarse a la justicia poética de la ciudadanía. Los mexicanos han convertido los votos en la mejor forma de expresar su repudio a los políticos que viven del presupuesto.

Por último, el factor Enrique Peña Nieto sigue pesando en el ánimo de los ciudadanos. El Presidente de México se ha convertido en sinónimo de corrupción e ineficacia. Si a esta percepción sumamos la credibilidad y confianza que tienen los ciudadanos en sus gobiernos estatales actuales, un escenario donde el PRI enfrente resultados adversos en Coahuila es factible.

El autor es politólogo por el Tecnológico de Monterrey y candidato de la Maestría en Ciencia Política y Política Pública de la Universidad de Guelph.

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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