Monterrey

Homero Zambrano: Contra el antinomismo

Si vamos a romper alguna regla, hay que tomar en cuenta las consecuencias para los demás, no únicamente para uno mismo

ITESM / Homero Zambrano

Una de las interpretaciones de antinomismo es que los creyentes (en Dios) por el mero hecho de serlo, serán salvos (“irán al cielo”), esto es, sin necesidad de cumplir con reglas, principios, valores, etc. Como en muchos aspectos de la vida, hay cualquier combinación imaginable: creyentes que sí cumplen o quieren cumplir los “mandamientos” (y afines); creyentes que no cumplen (precisamente, los repulsivos antinomianos); no creyentes que sí buscan cumplir, aun sin saber (saludos a mis amigos en este grupo); y no creyentes que no cumplen, muy convenencieramente, abundantes en la nueva izquierda, que en un último atisbo de congruencia, renuncian a creer con tal de poder hacer lo que les plazca.

Un artículo de la revista Psychology Today, dice que si vamos a romper alguna regla, hay que tomar en cuenta las consecuencias para los demás, no únicamente para uno mismo. Y aún antes, hay que ver las “razones” que tengamos para hacerlo: Un artículo de Zitek y Jordan, encuentra que las personas “entitled” (que creen merecer por el mero hecho de respirar), tienen mayor propensión a no seguir reglas. Por si hubiere alguna duda, el “entitlement” (creencia de merecer todo sin costo, y de superioridad) viene con el costo de las relaciones con los demás, y al final, de la propia felicidad, según un artículo de Case Western Reserve University del 2016, mismo que menciona el crecimiento de ese fenómeno.

Un enfoque interesante es el de Summerlin: Observaron a preescolares en dos parques comparables, uno cercado y otro no. En el parque sin cerca, los niños permanecían cerca del profesor; en el parque cercado, los niños se aventuraban a explorar todo el parque. Tal pareciera que los límites no son tan malos después de todo.

Algunos de los preceptos son tan obvios que pasan directamente a nuestras leyes, como el no robar y no matar. Otros, como evitar la gula, son simplemente racionales: te puede llevar a sobrepeso, y este, a diabetes, enfermedades cardiacas, etc. Si así queremos verlo, un “infierno” en la tierra.

La ira nos puede llevar al hospital o a la cárcel, otros infiernos en sí mismos. Como dice otro artículo de Psychology Today, la avaricia puede causar estrés, agotamiento, ansiedad, depresión, etc. En el budismo, la arrogancia está considerada como uno de los cinco “venenos”, y es también uno de los siete pecados capitales. Otro pecado capital es la pereza, y tiene su antítesis, el trabajo, que es señalado en numerosos pasajes de la Biblia (Gen, 2:15, Exod, 20:9, 1 Tim. 5:8, etc.); los devotos de San Josemaría Escrivá tenemos claro el valor del trabajo.

“No darás falso testimonio ni mentirás”… y vemos cómo nos tiene que casi cada político(a) se pasa esa norma por donde mejor le cabe, y cada vez más descaradamente, al igual que científicos prostituidos por empresas inmorales.

Las “limitaciones” a la actividad sexual podemos verlas como encaminadas a que el sexo se desarrolle en el mejor ambiente posible, y evitar consecuencias negativas, desde decepciones, hasta embarazos no deseados. Hago referencia al tercero de los “cinco preceptos” del budismo: “no tener una conducta sexual inapropiada”. Para tener actividad sexual, debes ser capaz de enfrentar las posibles consecuencias, sean las que sean.

Un artículo de la American Psychological Association (APA, que no precisamente puede ser señalada como religiosa) menciona que perdonar puede mejorar la salud física y mental. En la oración cristiana Padre Nuestro (de hace dos milenios) el perdón es parte fundamental.

Un artículo de Saarinen, concluye que la compasión, entendida como el deseo de aliviar el sufrimiento de la otra persona, es una causal de bienestar de quien ejerce la compasión. Este hallazgo tiene eco no solamente en las principales corrientes del budismo, sino también en el principio cristiano de amar a tu prójimo como a ti mismo.

Alguien pudiera pensar que estoy haciendo un argumento afín a lo que llaman “teología natural”. Esa no es mi intención; de hecho, tengo cierta aversión al término “teología”: Si la persona que lee o hace teología es atea, entonces pierde el tiempo. Si es creyente, pues también, porque es un intento de racionalizar o definir lo que simplemente debe ser creído. Lo que sí, es que quiero encontrar una respuesta satisfactoria a la pregunta de cómo preceptos de hace por lo menos dos mil años pudieron tener una intención análoga a la autoayuda psicológica, o sea, ¿había hace dos mil y más años la intención de alguien o de algún grupo de hacer felices a las personas, más allá de la provisión de techo y comida?

El autor es profesor del Departamento de Contabilidad y Finanzas del Tecnológico de Monterrey. Su correo es: hzambranom@tec.mx

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