En medio de una selva de asfalto y protegido por los puentes del segundo
piso de Luis Cabrera, en el sur de Ciudad de México, se encuentra medio escondido el restaurante Bencomo.
Si he de ser sincera, no había escuchado nada acerca de este comedero al que una querida pareja de amigos nos convocaron al sponsor y a mí para disfrutar de platillos mexicanos con un enfoque contemporáneo al calor de una amena conversación.
Mi instinto de Glotón Fisgón me llevó a consultar una que otra reseña para saber a qué le tiraba y en su mayoría eran favorecedoras, así que sin más me puse en modo flojita y cooperando.
Tan solo al entrar confirmé que a lo que esas reseñas calificaban como un “lugar ecléctico” por contener diversos espacios que van desde una terraza tipo patio colonial, hasta otro que aparenta ser un jardín de mariposas, pasando por una cava estilo marroquí, en mi pueblo le llaman de chile, mole y pozole.
A las pruebas me remito
Algunas de ellas hablaban de ser un lugar de comida mexicana, pero con herencia renovada, mientras que otras decían que era un lugar de tradición, memoria, reinterpretación y experiencia sensorial. Vaya, si me descuido, hasta de redención espiritual en cada platillo.
Así que con la expectativa hasta los cielos y con un hambre de náufrago gracias al frugal desayuno que llevaba en mi interior, me lancé de lleno a inspeccionar la carta para elegir tan prometedoras viandas.
Empezamos con unos tlacoyos de maza azul, suave y bien lograda, con chicharrón prensado cocinado en su punto y con barbacoa de hongos, nunca entendí el porqué de la barbacoa de hongos, si estos estaban simplemente salteados.
Luego compartimos también unas flores de calabaza en tempura rellenas de queso ricota y chihuahua, con una jalea de poblano y jalapeño, una combinación peculiar entre lo cremoso y lo dulce de esa mermelada.
Como sugerencia me ofrecieron un taco de pulpo y tuétano al que no me pude resistir. Según la descripción en el menú venía con un sofrito de chiles, verdolagas, jengibre encurtido, ajillo y todo montado sobre una tortilla de maíz.
Demasiada algarabía para mi gusto, así que procedí a remover tanta floritura para concentrarme en el sabor del pulpo braseado con la golosidad del tuétano que en mi mente se fusionaba a la perfección. Primera sorpresa, estaba frío, por lo que pedí que lo calentaran.
No hay terceras oportunidades
Segundo intento, taco nuevo, remuevo el camuflaje y me encuentro con dos trozos de grasa blancuzca en forma de tira sólida, misma que pruebo con recelo y sorpresa, era una especie de manteca de cacao posada sobre el pulpo fingiendo ser el tuétano.
Cuando, ante mi incredulidad, le pregunté al mesero de que se trataba esta broma, me respondió con una amabilidad abrumadora, no lo sé, permítame preguntarle al chef, a lo que volvió con un disculpe usted, es que el tuétano no estaba cocinado.
El capitán me ofreció un nuevo intento, a lo que respondí, no doy terceras oportunidades a un mismo plato. Estoy segura de que si me hubiera comido ese seudo impostor de tuétano seguramente mis labios estarían humectados, mis arterias tapadas y mi gusto destrozado.
Lore y yo compartimos un risotto con huitlacoche, un arroz cremoso un poco duro, seguro se precipitaron en cocina al sacarlo del fogón, venía con un sofrito de pimentón ahumado, huitlacoche salteado, nuez y chile pasilla. Este es uno de los platillos recomendados por algunas de las guías que leí y realmente estaba cumplidor.
Lore continuó con un robalo en salsa de hoja santa que a su parecer estaba delicioso, mientras que yo compartí con Toño un chamorro con jus de hongos y jerez, hay que reconocer que la carne estaba perfectamente cocida lo que hacía que se desprendiera sin dificultad del hueso.
Mientras yo saboreaba gustosa la carne y el colágeno adheridos al hueso como un dóberman en día de fiesta, el sponsor sin pausa y sin prisa, se comía una pechuga Temósachic, o lo que eso quiera decir, yo la vi como hecha a la parrilla con un guacamole al lado.
No sé qué pasó esa tarde con los platillos de un restaurante que ante las críticas de muchos está bien calificado, sin duda hay técnicas correctas con presentaciones algo barrocas, pero en los sabores se quedaron cortos.
Lo que sí sé, es que a esa propuesta culinaria le faltó carácter: o al chef Diego Quintero se le olvidaron las recetas de su abuela, o se fue de vacaciones y dejó a un suplente en la cocina. No hay nada más aterrador para un Glotón Fisgón de profesión que una comida pretenciosa pero mal lograda.


