Culturas

Nahui Olin, el rostro de la rebeldía

A 40 años de su partida, la pintora Nahui Olin, figura del modernismo mexicano, toma fuerza como icono de la libertad femenina.

Una llama devorada por sí misma. Así se definió Nahui Olin, la impertérrita belleza de ojos verdes que representa a la poesía erótica en La creación, el mural que Diego Rivera pintó en 1922 en la Escuela Nacional Preparatoria; esa monumental estampa en la que también aparecen Lupe Marín -ayudante y esposa de Rivera- y la actriz Dolores del Río.

Punta y cabo de la transición del Porfiriato a la Revolución -como la describe la investigadora de la UNAM Irene Herner en la edición de mayo de 1993 de la revista Nexos-, Carmen Mondragón Valseca nació el 8 de julio de 1893 y murió como Nahui Olin el 23 de enero de 1978. Para entonces, ya era una leyenda.

Hoy se necesita voltear a ver a personajes como ella, afirma la periodista Adriana Malvido acerca de la artista mexicana, cuya figura ha sido valorada sólo con el tiempo.

Más allá de su belleza atávica, Nahui Olin es un símbolo de emancipación, un ejemplo de libertad y de reivindicación que resuena en tiempos del movimiento #MeToo. "Sin una pancarta, de manera natural, luchó por igualdad de oportunidades", asegura la autora de la biografía Nahui Olin, publicada por Circe en diciembre pasado, en una edición conmemorativa a 25 años de su primera aparición.

"Le tocó vivir un México conservador y llevó una vida que para el momento era escandalosa", comenta Rafael Barajas El Fisgón.

"Fue hija del general Mondragón, uno de los promotores del golpe de Estado contra Madero, y se casó con Manuel Rodríguez Lozano, que era homosexual; desgraciadamente, ser tan bella tenía un peso enorme que contribuyó al escándalo".

Barajas hizo la curaduría de la muestra ¡Que se abra esa puerta! Sexualidad, sensualidad y erotismo, presentada en el Museo del Estanquillo en 2016. La exposición incluyó varios desnudos de la joven, obra del fotógrafo Antonio Garduño, así como su emblemática foto de boda -obras que forman parte de la colección de Carlos Monsiváis que guarda el museo.

En sus fotos de familia -que ella parodió en sus pinturas- las mujeres aparecen cubiertas hasta los tobillos, así que el desnudo tenía para ella un significado especial. "Al quitarse todo eso, fue señalada, por supuesto, y al final de su vida, castigada con una etiqueta de loca", apunta Adriana Malvido.

Aunque, advierte Barajas, hay algunas crónicas que aseguran que tenía un grado de locura. "El Dr. Atl contaba que una noche se despertó y ella le estaba apuntando con una pistola".

Incomprendida en su tiempo, Nahui, la artista, debió esperar 14 años después de su muerte para tener una exposición individual. Tuvo lugar en 1992, en el Museo-Estudio Diego Rivera: Nahui Olin, una mujer de los tiempos modernos, bajo la curaduría estuvo a cargo de Tomás Zurián, quien ha investigado la vida y obra de la pintora y poeta hace cuatro décadas.

A partir de aquella exhibición, no sólo sus pinturas, sino sus poemas y otros escritos, como las cartas a Gerardo Murillo, el Dr. Atl, volvieron a atrapar lectores. El pintor y escritor, con quien vivió una intensa relación amorosa, publicó su correspondencia en la novela biográfica Gentes profanas en el convento, en 1950.

"Todo el universo es rojo porque lo ha inundado la sangre de mi pasión. Mis ojos verdes fulguran entre el incendio", escribió Carmen a su amante. "Yo vivo en el esplendor de mi propia belleza como una diosa de las fábulas griegas y tú no llegarás más a ella ni arrastrándote como un reptil".

Dieciocho años mayor que ella, el Dr. Atl, ideólogo de la Revolución, fue el primer gran amor de Nahui Olin. Fue él quien la rebautizó con el famoso nombre en náhuatl que alude al curso del sol, y que ella quiso escribir con una sola 'l'. Fue él también quien la inició en la búsqueda mesiánica de la identidad nacional revolucionaria y precolombina.

A causa de ese tórrido romance -escribe Irene Herner en Nexos- ella abandonó a Rodríguez Lozano y también, desde entonces, los convencionalismos de su medio social.

"A su generación le toca un México posrevolucionario que era muy agitado. Monsiváis lo llamaba 'el México freudiano', que era muy experimental. Freud se empezó a leer aquí tarde y mal, entre otras cosas, porque era una sociedad marcada por los prejuicios machistas, que no nos hemos quitado de encima", apunta Rafael Barajas.

La mujer cuya belleza inspiró a los grandes pinceles de su tiempo como Diego Rivera, Roberto Montenegro, El Corcito y, por supuesto, el Dr. Atl -también fotografiada por Antonio Garduño y Edward Weston-, pasó a la historia como una musa, pero también como una figura transgresora que hizo del arte una forma de vida; una mujer de alta sociedad a quien -advierte Barajas- no se le perdonó que ejerciera abiertamente su sexualidad.

El estigma de la mujer que terminó sus días en el abandono y la pobreza hoy está siendo desplazado por una nueva mirada tanto en el arte como en la academia, concluye Malvido. "Se está rescatando como un personaje autónomo, una artista que tiene voz propia, más allá de su cuerpo, su belleza y su trasgresión. Tiene mucho qué decir aún. Antes, por ejemplo, no había estudios de género, pero ahora hay un afán de libertad en todos sentidos y la mujer ha dado pasos de liberación para ganarse un lugar no sólo en la vida pública, sino en la historia".

Este año se cumplen cuatro décadas de su muerte, que será recordada con una magna exposición, la primera en el Museo Nacional de Arte (Munal): Nahui Olin. La mirada infinita, el 15 de junio próximo. También está previsto el estreno este 2018 -aún sin fecha definida- de una cinta dirigida por Gerardo Tort y protagonizada por Irene Azuela: La leyenda sigue viva.

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