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Jorge Aviña, metamorfosis del trazo

Jorge Aviña, el gran dibujante de "El Libro Vaquero", se ha vuelto estrella de las novelas cultas ilustradas. El hombre que dibujó durante 20 años el western mexicano más popular del siglo XX hoy se dedica a ilustrar literatura con L mayúscula.

Praga y Ciudad de México; Franz Kafka y El Libro Vaquero. La dicotomía suena improbable, pero Jorge Aviña la hace posible. El hombre que dibujó durante 20 años el western mexicano más popular del siglo XX hoy se dedica a ilustrar literatura con L mayúscula: Edgar Allan Poe, Franz Kafka y Mary Shelley.

En el mismo oficio, Aviña ha cambiado de mundo. De estilo de vida. De las páginas opacas a los libros exquisitos. De los puestos de periódicos al Péndulo. De lectores en el Metro a lectores en Starbucks. Reconoce que nunca se imaginó que su trabajo –al que se dedica desde hace más de 50 años– se transformaría tanto.

A Aviña le tocó vivir el último periodo de la época dorada de las historietas mexicanas. Cuando éstas se vendían por millones. "Ah, quién fuera vaquero", decía Carlos Monsiváis. El joven, el ama de casa, el obrero. Todos leían El Libro Vaquero, que en sus mejores tiempos circulaba más de un millón de ejemplares por semana.

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LA METAMORFOSIS

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  EL LIBRO VAQUERO

Entonces Aviña, hoy de 70 años, se sentía poderoso. Mas nunca confiado. Porque la crisis era evidente. Y no sólo por motivos económicos en la Editorial Nieza. La narrativa, recuerda, siempre era la misma. Eso fue parte del encanto, pero también de la decadencia. Don Jorge tuvo entonces que adaptarse a una sociedad que comenzó a prescindir de las viñetas y la picardía.

"Al Libro Vaquero lo acabó la pornografía. Además, ¿quién va a querer comprar uno de esos cuando ya está todo en Internet?", dice el artista, quien ha encontrado un nuevo mercado, curiosamente, en la gente que miraba con desdén las historietas populares.

Hoy aquella publicación es objeto de culto. Un producto kitsch que engalana las galerías de arte de todo el mundo. Desde Japón hasta Estados Unidos. Aviña ha expuesto su obra en la Galería Joan Prats, de Barcelona, y la Galería Divus Prager Kabarett, de Praga. Miles de europeos, dice, se han encandilado con esos cuerpos voluptuosos que él mismo inventó. La revista, diseñada especialmente para que cupiera en el bolsillo del pantalón, llegó a venderse hasta en Nueva York y Colombia.

"El Libro Vaquero se sigue publicando cada tres meses, pero ya no hay continuidad ni consistencia. Hubo una época en la que la industria editorial editó muchísimas historietas eróticas, pero ese negocio se terminó a finales de los 90", comparte este hombre, quien dibuja desde los 12 años, cuando vivía en una modesta casa de la colonia Centro. Su abuelo pintaba cuadros de iglesia en Ciudad Guzmán, Jalisco.

Después de medio siglo de carrera, Aviña sabe que el mundo editorial es una cuerda floja en la que nada dura para siempre. Ha vivido la metamorfosis de la narrativa gráfica mexicana en carne propia. Antes, dice, los dibujantes no contaban con la aureola artística que hoy sí tienen. El dibujo era un oficio. Y las historietas estaban lejos de ser piezas exquisitas. "Quizás por eso hoy se menosprecia a los dibujantes de aquella generación", asegura.

Hasta hace 20 años, dice, era inimaginable que los sellos apostaran por ilustrar a los grandes clásicos de la literatura. La transformación del negocio editorial, lejos de afectarlo, lo ha beneficiado. "La verdad es que se cobra muy bien. El cambio para mí ha sido radical. Pero me he enamorado de Kafka. Creo que he encontrado un nuevo grupo de lectores. La clave de este oficio es la continuidad y la disciplina. Yo nunca he descansado: he hecho caricatura política, escenografías teatrales y hasta escenografía para La Familia Peluche", comenta Aviña, quien actualmente trabaja para Colofón y sellos europeos como Les Guides Goursau y Roma Publications.

"El Libro Vaquero formó parte de una industria muy importante, pero tenía bases narrativas frágiles. El final siempre era el mismo. Era parte de encanto, pero también eso provocó su decadencia. Lo malo de la desaparición de ésta y muchas otras historietas es el vacío que dejamos en los lectores, que hoy son mucho menos que antes".

Fiel a su tradición, Aviña dibuja a mano y sólo retoca en computadora.

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