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El diez es 9, melodía de Arrabal

Argentina sigue sumando sequías. Pese a tener a uno de los mejores jugadores del mundo, la albiceleste carga con su trauma de creerse imponente y de menospreciar a su rival, pero ese rival, Chile, nuevamente lo frenó y con más precisión lo superó.

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No fue el futbol el que decantó las dos horas de tedio (con destellos de corazón) y la ruleta rusa de los penales. Fue la sicología, ese tarot que predomina en Buenos Aires. Chile jugó la Copa América contra el rival en turno México, Colombia y Argentina. Argentina desde el 93 juega contra sí misma y sus tangos, su pasado, su falsa predominancia en el mundo y su estilo Gardel de credo amargo. Vieja pared sin emoción.

Madres selvas que ponen en el pastor de la barra del perdón al que otros llaman Lionel Andrés Messi la responsabilidad de salir de la pena. Chile venció a la cancha contraria. Argentina vuelve a perder la peor de sus batallas: su descomunal ego.

Ha ganado dos Copas del Mundo, una con todas las trampas de la dictadura, y se cree merecedora de todas las finales, de todos los mundiales, de todas las Copas América y de todos los torneos de barrios. La celeste no sabe del otro, no lo mira, no lo estudia; displicente lo mira para bajo, aunque le haya clavado la daga hace un año en Santiago. Tiene a Messi. Y éste tiene la obligación de sacar el trauma porque es el mejor del mundo, menos en la Argentina. Messi es el Mesías clavado en la cruz del cambalache. Pero Messi no adivina el parpadeo. Cuando los de la Plata ganaron la edición del 93 no estuvo Maradona. Pero estaba. Y está, ahora, en este round de sombra entre ello y super yo. Freud no es Evita. Ya se sabe. Argentina es un pueblo de recuerdos que no sucedieron y Messi el karma expiatorio que debe sanar duelos que al mundo nada importan. El nuevo argumento: falló desde los once pasos en los buenos momentos en los que sufre el sentimiento. También Diego lo hizo y en el gran certamen, pero vos no te acordás porque en la desgracia siempre se hurga la primera esquina en donde no se quiebra la vida. Dios es incuestionable así lo dice la muchachada. Y la confesión pesa cuando el diván mata o muere por volver, ya aunque sea con la frente marchita. La mirada del astro, alejado del mundo, lo dijo todo. Barcelona es el cielo. Argentina los clavos, la otra mejilla de Borges, febriles lágrimas otra vez, y yo es otro.

Chile no es, de mucho, un gran equipo, ninguna época encierra. Pero tiene el mérito que no pudo el Atlético de Madrid: sentir, sentir, sentir. Cuando la vida es un soplo (los mexicanitos, ratones de veras, ya preparan el discurso de aquellos tiempos: perdimos contra el campeón) sale a la marea el pundonor, el orgullo y la gracia que conduce a la fe. En los penaltis, ese albur, los chilenos jugaron contra la potencia austral a la que querían vencer por el agravio previo, muchos previos. Era Argentina, la que mira de los Andes para allá, la Oriental Uruguay y el continente verde-amarillo, el campo de Pelé, Garrincha, Tostao, Gerson, Ronaldo, Cafú. Pero el tiempo le ha dado la espalda a la albiceleste.

Atrás de Neruda se esconde un juramento. Un testimonio. Chile, que mira a Pascua, barrió dos veces el barrio de la milonga porque había un contrincante ajeno a sus entrañas, a su pulmón y a su estómago. Argentina en cambio evocó al lagrimal del barrio, ese beso que no puede darse porque la distancia entre los labios que exclaman hay una lejanía: la boca, La Boca.

El dolor del ya no sé.

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