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Padilla maravilla, el toro de la vida

La entrega desmedida a su profesión y al toro ha sido la constante en la brillante trayectoria de Juan José Padilla, el 'Ciclón de Jerez', escribe Rafael Cué.

El domingo en la Plaza México llegó a su fin la carrera como matador de toros del torero de Jerez de La Frontera, Juan José Padilla. En el mundo del toro, Padilla es plenamente reconocido por ser un torero que en sus primeros 17 años de carrera se mantuvo dentro del circuito llamado "de las corridas duras", que no es otra cosa que encierros de pocas opciones para la creación artística del toreo por la vía de la estética. Estas corridas generan la emoción al tendido por medio del peligro y la heroicidad de quienes visten de luces ante toros cuyas condiciones son más para ejercer el toreo a la defensiva, que el toreo creativo. Tienen su público, su buen dinero, un gran mérito y reconocimiento por parte de profesionales y afición.

El Ciclón de Jerez, como se le apoda, abrazó la vocación de torero desde muy joven. La entrega desmedida a su profesión y al toro ha sido la constante en su brillante trayectoria. Esta constante ante encierros complicados dio como resultado la friolera de 39 cornadas en el cuerpo, la más grave en Huesca, donde un toro le reventó el duodeno contra la columna vertebral y lo tuvo al borde de la muerte, como otras seis de las 39 cornadas.

El 11 de octubre de 2011, en Zaragoza, un toro le metió el pitón por el cuello hacia el ojo izquierdo, pavoroso percance que dio la vuelta al mundo. Juan José había cobrado ya del toro, sangre de más; todos los toreros pagan un tributo, pero el jerezano tiene en su cuerpo las cicatrices, las cuales para los toreros son medallas de honor que definen la dureza del toreo. Parecía que el destino se encaprichaba contra Padilla, nos hacía recordar que siempre que hay un toro en un ruedo, hay peligro de muerte.

Una vez salvada la vida, la incógnita era si esa sería la última tarde de El Ciclón. El mundo estuvo al pendiente, y de manera asombrosa fuimos testigos del nacimiento de un aún más fuerte ser humano, que se abrazó a su vocación de torero para salir adelante. Confesó en alguna ocasión que "el verdadero valor no está en ponerse delante de un toro, sino en afrontar la vida como viene".

A los cinco meses de aquel percance reapareció en la primera feria de la temporada taurina española; nació El Pirata, en Olivenza, que le recibió vestido de verde olivo y oro, con bordado de hojas de laurel, y un dibujo en la espalda de una corona de estas hojas, como símbolo de la victoria, mismo vestido que utilizó el domingo en La Plaza México, para poner fin a su carrera.

La imagen de un hombre vestido de torero con un parche en el ojo se ha convertido en un símbolo de entereza, de victoria, de amor por la vida y de abrazarla con los valores íntegros de la tauromaquia. Un embajador de lujo para los taurinos ante el mundo. Países sin tradición taurina se han acercado a ella y ha sido él quien con la entereza de los hombres valientes y cabales la ha sabido defender en carne propia, no sólo en el ruedo ante afilados pitones, sino ante el mundo.

Con el parche, Padilla descubrió el lado "dulce" —que nunca fácil— de la profesión. Alternó con las figuras en las principales ferias del mundo, que lo habían visto entregarse en batallas ante marrajos; ahora le pudieron ver expresar el toreo que tantos años de dureza le había formado el alma. Vino el reconocimiento y admiración total de todos, nunca compasión, siempre respeto. Con esa misma moneda ha pagado Padilla al destino.

La vida le sonrió después de tanta sangre y tantas lágrimas. Más de 500 corridas de toros con el parche, en otro aire. Puerta del Príncipe en Sevilla; cualquier cantidad de puertas grandes en el mundo taurino; y en ésta, su campaña de despedida, toneladas de cariño de todos los públicos. No fue la excepción el domingo en La México: Las Golondrinas, de la banda, y el Cielito Lindo, del público, a un hombre cuyo ejemplo es para todos, taurinos y no taurinos.

El último toro lo brindó a su esposa, quien nunca asistió a la plaza a verle torear; el primer brindis a ella y el último de su carrera: "por un pasado de lucha, un presente enormemente feliz, y un futuro esperanzador".

¡Olé torero! ¡Olé Pirata! ¡Olé Padilla!

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