Gerardo Herrera Huizar

Dos de junio, el gran reto

En la actual contienda electoral no encontramos, en lo general, propuestas concretas de soluciones a los graves problemas que aquejan a la sociedad.

En la recta final del sexenio y bien entrados en la contienda electoral que, evidentemente, se desenvuelve en un estadio muy disparejo, con toda la carga, por un lado, del aparato gubernamental, que desequilibra la cancha de una forma determinante, con todo el poder y recursos del Estado desde que Dios amanece, en favor de la candidata oficial y la diatriba y denostación por la otra banda de la cancha, la contienda se ve, no solo nebulosa, sino turbia.

La contienda se desarrolla, fundamentalmente, en el juego de las encuestas, dependiendo de quien las pague y los intereses que se pongan en el tablero que, al fin y al cabo, no son sino un elemento más de inducción del voto y responden, por muy serias que se quieran vender, a una racionalidad comercial y económica. Finalmente, son empresas que responden, de manera natural, al beneficio que obtengan de su inversión y de su servicio ofertado al cliente.

En la actual contienda electoral, no encontramos, en lo general, propuestas concretas de soluciones a los graves problemas que aquejan a la sociedad, sino promesas que, en su mayoría, no contemplan la manera, los cómo, para hacerlas realidad.

Los temas centrales de la demanda ciudadana: violencia criminal con sus miles de muertos y desaparecidos; feminicidios; impunidad, que son el eje de la vida cotidiana, parecen ser, en las agendas de campaña y en los debates, asuntos de segundo orden, por la complejidad de su abordaje, a los que resulta más conveniente eludir y salvar, focalizando la atención en el ataque, en los mutuos señalamientos y acusaciones de todo tipo.

Destaca, desde luego, el continuo señalamiento de actos de corrupción, a los que, en mayor o menor medida, ninguno de los contendientes o sus partidos parecen ser ajenos y se convierte en el tema central de la discusión pública televisada, para luego publicitar el triunfo, como otro medio de propaganda.

Se maximizan logros propios y se minimizan errores o deficiencias más que evidentes en sus responsabilidades públicas previas, se ofrece continuidad o cambio, una vida feliz, la solución a todos los problemas públicos, asistencia social, medicinas y agua limpia. “El prometer no empobrece…”

Mientras la contienda se desarrolla entre promesas y acusaciones, los escándalos no cesan: asuntos sin resolver, desvíos millonarios sin responsables ni sanciones; mansiones aquí, cuentas en paraísos fiscales por allá; denuncias penales por enriquecimiento ilícito o lavado de dinero por parte de destacadas personalidades públicas. En fin, todo un cuadro de lodo que, aun sin comprobarse, pone en evidencia ante la sociedad la calidad de la clase política.

Y para colmo, un actor emergente, operando abiertamente, erigiéndose como poderoso factor electoral, seleccionando, intimidando o eliminando candidatos: la delincuencia organizada.

¿Cómo lidiar con todo eso? Continuar o reinventarse. Ese es el reto.

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