Rotoscopio

'Tully', la maternidad no es como la pintan

'Tully' es una exploración sin sentimentalismo sobre la brecha entre las expectativas de la juventud y el pantanal de la vida adulta, reseña Daniel Krauze.

Me gustó mucho Tully, la nueva película del director Jason Reitman, en la que Charlize Theron interpreta a Marlo, una mujer a quien la llegada de su tercer hijo parece entusiasmarle tanto como a mí el críquet. Al igual que las mejores películas de Reitman –pienso en Up in the Air y Young Adult, también protagonizada por Theron–, Tully es un drama de proporciones tan compactas que incluso puede llegar a asfixiarnos. La acción no se desarrolla en un suburbio sino en los rincones más apretados de la casita suburbana en la que Marlo cuida a su recién nacida con ayuda de una peculiar niñera, cuyo nombre le da título a la película.

La atmósfera evoca con autenticidad el estado de sonambulismo al que un bebé somete a sus padres: las superficies del hogar y la ropa perennemente manchadas de vómito, el llanto incesante de la niña, la soporífera rutina de cambiar pañales, alimentar a la criatura y dormirla. Reitman y su guionista, Diablo Cody –más sutil aquí que en Juno o cualquiera de sus otros guiones–, jamás edulcoran la experiencia de ser padre o madre. Hay un abismo entre esta cinta y, por ejemplo, Parenthood, de Ron Howard. Esta mirada honesta, a veces descarnada, es lo mejor de Tully, tal y como fue lo mejor de la menospreciada Young Adult, otra cinta en la que Theron interpretaba a una mujer incómoda en su propia piel.

Ayuda, por supuesto, tener una actriz de ese calibre a la cabeza de un reparto que incluye a Ron Livingston, Mackenzie Davis y Mark Duplass, un director y guionista que en sus series y películas ha demostrado también ser un actor natural e inteligente. No me viene a la mente una intérprete de Hollywood con una carrera más variopinta que Theron, capaz de convencer en espectáculos como Mad Max: Fury Road y después aumentar decenas de kilos para interpretar a una mujer tan triste como Marlo. Podría haber puesto el freno de mano tras recibir el Óscar por Monster, pero Theron ha hecho lo contrario. Casi todo lo que escoge es extraño o distinto a lo que ha hecho antes y su compromiso es el mismo sin importar el género o las proporciones del proyecto. Esta es, tal vez, su mejor actuación.

El final, aunque bien aterrizado, puede resultar ligeramente efectista o tramposo. Además, no faltará quien vea venir algunos de sus giros de tuerca antes de que ocurran. No obstante, la virtud del guion de Cody está en utilizar esas vueltas en U para otorgarle otros matices a la historia. Sin decir más, lo que se perfila como el mismo cuento sobre una amistad entre una mujer deprimida y la jovencita extraña que le devuelve la alegría termina siendo una exploración, hecha sin demasiado sentimentalismo, sobre la brecha entre las expectativas de la juventud y el pantanal de la vida adulta.

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