New York Times Syndicate

Una carrera por rescatar el pasado colonial en Myanmar

La historia cultural de este país asiático no es muy conocida. La ciudad de Yangón (antes Rangún) era un lugar de ostentación británica en el trópico. El poeta chileno Pablo Neruda incluso escribió un poema durante su visita. 

YANGÓN, Myanmar.– El alguna vez grandioso edificio colonial de pisos de mármol y calados de hierro, un elegante puesto de avanzada del imperio comercial de Gran Bretaña, es ahora una ruina. El musgo cubre las paredes, las gotas de lluvia recorren las oxidadas vigas de acero, las luces tenues brillan en tono amarillento en los interiores oscuros. Un elevador de jaula de un siglo de antigüedad yace ocioso, fijo en el primer piso. No se ha movido en más de 60 años.

Los ocupantes ya no son los comerciantes que vendían teca, petróleo y arroz en todo el mundo, sino humildes y comerciantes insignificantes que pagan una renta mínima –20 dólares al mes por un cubículo de oficina sin aire acondicionado en el sofocante calor– y algunas familias que viven gratis en habitaciones frías y húmedas.

Llamado Edificio Baltazar en honor de los adinerados mercantes armenios que financiaron su construcción a principios del siglo XX, el edificio es uno de cientos que hicieron de esta ciudad, anteriormente Rangún, un lugar de ostentación británica en el trópico.

Ahora hay una carrera por rescatar a bancos flanqueados por pilares corintios, tribunales adornados con leones de piedra caliza, y oficinas de transportes decoradas con madera oscura y herrajes de latón antes de que colapsen por el deterioro.

La conservación de los edificios, situados sobre una red de amplias avenidas diseñadas por ingenieros británicos, haría de la ciudad una atracción estrella en el sureste de Asia, dice Thant Myint-U, director del Fideicomiso para el Patrimonio de Yangón.

"El futuro gira totalmente en torno de las ciudades", afirma Thant Myint-U, que está tratando de convencer al gobierno de que lo antiguo tiene valor y debe ser preservado. "Tener un centro hermoso atraerá inversión y nos dará una ventaja sobre ciudades como Chennai y Kuala Lumpur".

Durante el periodo colonial, Rangún fue la capital de Birmania (Los nombres de lugares usados por los británicos fueron conservados hasta 1989 cuando la junta gobernante cambió el de la ciudad a Yangón y el del país a Myanmar.) La ciudad tiene su propio espíritu particular. Los estudiantes que habían estudiado en Oxford y Cambridge le hicieron el crisol del nacionalismo birmano, leyendo a Karl Marx y escuchando jazz.

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El puerto era uno de los más activos de la región, la puerta de entrada para cientos de miles de indios, quienes en los años 20 y 30 eran el grupo étnico más grande de la ciudad. Gandhi acudió de visita. El actor británico John Gielgud vino en 1945 para interpretar a Hamlet en el Empire Theater ante las audiencias que reclamaron la ciudad después de una brutal ocupación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial.

En su novela de 1934, Burmese Days, George Orwell hizo a su protagonista femenina, la joven caza-marido Elizabeth Lackersteen llegar en barco a los muelles de Rangún, aunque Orwell no describió a la ciudad, reservando su acritud sobre el régimen británico a ciudades más pequeñas en Birmania.

No todos admiraban el paisaje urbano colonial como aquellos que lo quieren preservar ahora.

"Fue construido por unas personas que se negaron a hacer concesiones a Oriente, y tiene amplias calles rectas sin sombra, con mucha arquitectura sólida de inspiración vagamente helénica", señaló Normal Lewis, el escritor de viajes británico, en su relato de 1952 sobre Birmania, Golden Earth. "Hay mucha fachada y presencia, poca simulación de comodidad y nada de capitulación ante el clima".

La economía birmana fue nacionalizada poco después de la Segunda Guerra Mundial y, bajo el gobierno militar que asumió el poder en 1962, se permitió que los edificios del imperio se deterioraran. Las sanciones económicas impuestas por Occidente paralizaron el flujo de los suministros –petróleo, cristal, herrajes– necesarios para su mantenimiento.

En 2005, el gobierno se mudó a una nueva capital, Naypyidaw, dejando vacíos muchos edificios que al menos habían estado ocupados, aunque no recibían mantenimiento.

Entre las estructuras abandonadas, el Secretariado, un enorme complejo de la era victoriana dispuesto en torno a frondosos jardines que había servido como corazón del gobierno, cayó en tiempos difíciles. Los edificios de domos rojos ahora necesitan reparaciones con un costo de unos 100 millones de dólares.

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En noviembre, Thant Myint-U mostró al presidente Barack Obama, quien visitó Myanmar durante una cumbre asiática, el Secretariado.
"Discutimos la necesidad de una visión y plan general para la ciudad", dijo sobre el recorrido del presidente estadounidense.

El Fideicomiso se ha anotado algunos triunfos. El grupo objetó los planes para un importante edificio nuevo de más de 20 pisos en el área del centro histórico. El gobierno falló a favor del Fideicomiso, y ahora hay un acuerdo informal de que las estructuras nuevas en el centro no se eleven más de seis pisos.

Pero el gobierno trabaja en formas extrañas en Myanmar: Muchas decisiones se toman sobre una base ad hoc, y los desarrolladores están buscando oportunidades baratas conforme la economía experimenta una transición difícil. No hay un marco legal para la protección de los edificios, ni discusiones sobre cómo proteger a la gente que ha estado viviendo en vestíbulos, torres y habitaciones traseras ocultas.

El Fideicomiso espera cambiar eso con un plan maestro que determine la propiedad legal, designe proyectos de renovación y se haga cargo del tránsito y las instalaciones sanitarias para fines de 2015, afirmó Thant Myint-U, el nieto de U Thant, ex secretario general de la ONU, y un historiador que ha escrito libros sobre Myanmar.

El núcleo del plan será la idea de que el centro de Yangón debería conservar su vitalidad en vez de volverse otra zona saneada que atraiga a turistas adinerados impresionados por hoteles costosos y cafeterías elegantes, dijo Thant Myint-U. Para preservar una sensación de autenticidad, dijo, habrá esfuerzos para mantener a los residentes en algunos de los edificios, quizá con rentas subsidiadas, y limitar el número de grandes hoteles internacionales impersonales que atraen a visitantes extranjeros pero están fuera de los límites para la mayoría de los residentes locales.


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El encanto distintivo de los edificios de la era colonial radica en la vida callejera que los rodea: los puestos de libros a lo largo de la Calle Pansodan con ejemplares de pasta blanda tendidos en la acera vendedores que supervisan su mercancía desde pequeños bancos de plástico; los improvisados puestos de comida que venden pequeñas serpientes en frascos con tapa de rosca, sandías del tamaño de varios balones de fútbol, brillantes papayas anaranjadas y limones verde esmeralda.

En el Edificio Baltazar, el decrépito vestíbulo sirve como cocina para Daw Than Hla, una viuda de 63 años de edad.

En las primeras horas de la noche, cuando los empleados de oficina se dirigen a casa, ella enciende un brasero en una alcoba al lado del elevador y lanza rodajas de cebolla al aceite, y los aromas añaden un toque decididamente doméstico a la deteriorada decoración de mármol y hierro mientras prepara la cena.

"He vivido aquí durante 40 años", comentó, señalando a las pequeñas habitaciones donde su hija, su hijo y su nieto duermen. "Mi esposo trabajaba en el departamento de pesca y cuando murió me permitieron quedarme".

En uno de los cubículos del tercer piso, Aung Ning Tun, un abogado, dijo que estaría renuente a irse, aun cuando le ofrecieran un espacio de oficinas moderno en otra parte.

"Hace mucho calor en el edificio, y necesita una renovación, pero es muy conveniente por su cercanía a los tribunales", dijo.

En las partes de la ciudad fuera de la zona histórica, el paisaje ha cambiado poco, aunque la vida se ha vuelto más frenética después de décadas de somnolencia bajo la dictadura militar. Los migrantes procedentes del campo se apretujan en departamentos atestados; cientos de miles de autos más, un producto de la economía creciente, crean uno de los peores embotellamientos en el sudeste de Asia. Algunos edificios históricos han sido demolidos, incluida la grandiosa casa de gobierno de 1895 resplandeciente con torrecillas y gabletes, y la casa donde vivió el poeta chileno Pablo Neruda a fines de los años 20.

Neruda fungió brevemente como cónsul de su país en Rangún, un puesto sin salario que le dejó pobre pero condujo a un apasionado romance con una musa birmana a la que llamó Josie Bliss. Escribió un poema durante su estadía, Ranoon 1927, que incluye estas líneas:

Suprema luz que abrió sobre mi pelo
un globo cenital, entró en mis ojos
y recorrió en mis venas
los últimos rincones de mi cuerpo
hasta otorgarse la soberanía
de un amor desmedido y desterrado.

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