New York Times Syndicate

Generales de Myanmar conservan el patrimonio involuntariamente

Myanmar vive en el interior en gran medida rural, étnicamente variado, culturalmente diverso y geográficamente dividido más allá de sus límites.  Cuenta con uno de los últimos grandes ecosistemas principalmente vírgenes en Asia. Y unos días ahí pueden ser inolvidables.

NUEVA YORK – Es extraño cómo algunos de los estados autoritarios más retrógradas del mundo terminan siendo conservadores involuntarios del patrimonio arquitectónico y las enormes extensiones de naturaleza inmaculada de su país. Por supuesto, no fue la intención de sus líderes distinguirse como ambientalistas o conservacionistas, pero al fallar tan abyectamente en desarrollar motores económicos viables, no obstante tuvieron este efecto providencial.

En este aspecto, los laureles corresponden a Myanmar, el país del sureste asiático que languideció después de que una junta militar asumió el poder en 1988 y anuló una elección democrática. Fue el Consejo Estatal para el Restablecimiento de la Ley y el Orden, CERLO, el que puso a la disidente Aung San Suu Kyi bajo un prolongado arresto domiciliario y cambió el nombre del país de Birmania a Myanmar y el nombre de la capital de Rangún a Yangún.

Luego, para rematar los esfuerzos de reingeniería política, el país construyó una multimillonaria capital nacional totalmente nueva en Naypyidaw en medio de la selva, una ciudad que incluso hasta ahora está tan desprovista de vida humana que da la impresión de haber sido blanco de una bomba de neutrones. Pero Naypyidaw es difícilmente el "verdadero" Myanmar que vive en el interior en gran medida rural, étnicamente variado, culturalmente diverso y geográficamente dividido más allá de sus límites.

Al recorrer este país fascinante y contradictorio actualmente, uno debe reconocer una cierta deuda de gratitud con esos generales que ayudaron a mantenerle en un estado de miserable animación suspendida mientras la mayor parte del resto de Asia se incineraba en orgias de crecimiento económico de alta velocidad y expoliación ambiental. Al no ofrecerles mucho que consumieran, los generales también se las arreglaron para proteger a su población budista en gran medida de buen corazón y devotamente budista de las depredaciones de la cultura consumista desenfrenada. Fue, por supuesto, un triunfo agridulce.

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Esas ironías giraban en mi cabeza mientras el avión de hélices de Asian Wings en que mis amigos y yo estábamos aterrizó en diciembre en el diminuto aeropuerto de Putao en la parte más al norte de Myanmar, donde una protuberancia del estado de Kachin se extiende hacia el Tíbet entre la provincia de Yunan en China y Arunachal Pradesh, un estado en India.

Las características más sobresalientes de esta parte remota de Myanmar son su lejanía y el hecho de que se jacta de contar con la parte que corresponde al país del Gran Himalaya, esa magnífica cordillera de picos elevados que forma un arco sobre la parte superior del subcontinente indio, extendiéndose desde China hasta Afganistán. Que Kachin posea la cumbre más alta del sudeste de Asia, Hkakabo Razi, y uno de los parques nacionales más grandes de Myanmar es una fuente de orgullo. Pero tan remota es esta área que incluso el Ejército Imperial japonés nunca logró arrebatarlo al control británico durante la Segunda Guerra Mundial.

Caminando por un empinado sendero rocoso bajo un dosel selvático de enredaderas, plantas de plátano, árboles de maderas duras y bambú, donde aún prosperan algunas de las orquídeas más exóticas del mundo, repentinamente tuve un efímero vistazo del río Nam Lang de color esmeralda abajo. Este hermoso río en el cual estábamos a punto de navegar baja desde el Himalaya a través de cañones rocosos y enormes extensiones de densa selva subtropical virgen para finalmente fusionarse con el poderoso río Irrawaddy, la principal ahorta que irriga a esta tierra frondosamente verde.

Estas cabeceras comprenden uno de los últimos grandes ecosistemas principalmente vírgenes en Asia, uno de los pocos lugares en la región que Google Maps aún muestra como una negrura cartográfica; una extensión sin caminos, sin presas, sin ciudades de montañas boscosas.

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Una vez en la balsa y recorriendo este río Silvano, me sentí abrumado por una sensación de euforia al estar en un lugar donde hay tan pocas personas más, donde el agua sigue siendo tan pura y el paisaje natural sigue estando tan asombrosamente impasible. Los únicos signos de intrusión humana eran el ocasional cobertizo y pequeña balsa de bambú en la ribera rocosa que son usados por los pescadores locales.

Pero, aun cuando me maravillé ante la belleza de todo eso, experimenté una reacción que para muchos de nosotros se ha vuelto casi automática cada vez que nos encontramos en un escenario de genuina belleza natural en nuestro mundo moderno: Repentinamente una poco bienvenida percepción de la fragilidad del escenario nos asalta con sentimientos de aprehensión sobre su futuro. Ahora que Myanmar finalmente se ha "abierto", la inversión extranjera está fluyendo, y el turismo está aumentando, nos queda la preocupación de cuánto tiempo pasará antes de que nuestro propio instinto de explotar, desarrollar y enriquecernos se convierta en la ruina de incluso estos lugares remotos y de difícil acceso en el mundo.

Conforme el río Nam Lang se acerca a la plana llanura de Putao, se amplía, y ahí ubicados en lo alto de un peñasco están los bungalós de techo de paja del Malikha Lodge. Envuelta por huertos de bambú, una galería de madera de teca en frente del edificio principal sobresale como la cubierta de proa de un antiguo velero que parece estar dirigiendo al río hacia el amplio panorama de los picos coronados de nieve en las Montañas Khamti, en la frontera de Myanmar con el noreste de India.

Que un albergue tan bellamente amueblado – diseñado por el diseñador de centros turísticos de origen belga y basado en Kuala Lumpur Jean-Michel Gathy, de fama por los Aman Resorts – esté aquí es una maravilla, como lo es he hecho de que, después de ser empaparse en el helado río mientras navegaban, los huéspedes llegue a sus bungalós para encontrar sus jacuzzis de teca privados preparados con agua caliente y pétalos de flores por el alegre personal. Que todo este buen gusto y refinamiento se las haya ingeniado para materializarse en una de las partes más remotas de este país largo tiempo aislado, aun mientras pasa apuros con la pobreza, el separatismo, la mala infraestructura y la producción de opio, parece un milagro.

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Bellamente construidos con maderas duras locales y techados con el tradicional tejado de palma, cada uno de los 12 "bungalós" privados del albergue está equipado con su propia máquina de café expreso, jacuzzi, estufa de leña y terraza exterior. El albergue está en operación de octubre (cuando cesa la temporada de monzones y el clima empieza a enfriar lo suficiente para ofrecer un bienvenido alivio natural al calor y los mosquitos en estos climas plagados de malaria) hasta abril (cuando las lluvias se reanudan, la temperatura sube, los insectos proliferan y las selvas circundantes se vuelven una olla de presión tropical de alta humedad).

Como la mayor parte de la región vive aún en una era pre-eléctrica, el albergue se alimenta con su propio generador, y cuando la electricidad se apaga cada noche, la oscuridad se siente primitiva.

Aquí, los residentes locales tienden a retirarse y a levantarse con el sol. Cada nuevo día es anunciado por el toque de diana previo al amanecer del primer gallo insomne, un llamado que rápidamente desencadena una cacofonía envolvente, conforme todos los demás gallos del vecindario se unen para anunciar el amanecer. Luego, desde el otro lado del río, donde los arrozales descienden hasta la ribera, llegan los sonidos de bebés que lloran, niños que ríen y el corte de la leña. Solo entonces el cielo empieza a aclarar y el humo comienza a ascender en volutas desde los fogones de cocina. Y cuando el sol finalmente aparece para delinear los frescos picos nevados y aserrados detrás de las laderas boscosas, realmente es como estar presente en la creación.

Para los huéspedes en Malikha Lodge, la mayoría de los cuales son europeos, el sonido de la mañana siguiente es el girar de la cerradura en la puerta de su bungaló cuando un miembro del personal entra silenciosamente para encender la estufa de leña y eliminar el frío en la habitación. Pero, la verdad sea dicha, es solo después de que el generador regresa y el cobertor eléctrico encima de todos regresa a la vida que la mayoría de los visitantes empieza a sentirse lo suficientemente fortalecido para finalmente saludar al amanecer, levantarse, ponerse alguna ropa fría y salir en tropel hacia el edificio principal para tomar un delicioso desayuno.

¿Y luego?

Bueno, hay por visitar un fascinante y madrugador mercado al aire libre en Putao, elefantes que montar, rápidos que recorrer, senderos a aldeas remotas que andar y orquídeas silvestres que encontrar.
O uno puede simplemente disfrutar de un descanso curativo, un almuerzo en el excelente restaurante comunitario del albergue, algo de tranquila lectura en torno a la chimenea en la sala principal, un poco de siesta restablecedora en una de las camas con elegantes doseles (con un mosquitero) o un masaje (el primero de los cuales es gratis para todos los huéspedes).

Aunque el gobierno de Myanmar sigue estando en gran medida en transición y el resultado de los esfuerzos de reforma sigue siendo incierto, lo que es evidente en todas partes para cualquiera del creciente número de visitantes al país es la perdurable belleza física, la cultura rica y primordialmente budista y la gente extremadamente abierta y cordial de Myanmar (no obstante los ataques por parte de extremistas budistas contra musulmanes en el estado de Rakhine).

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