New York Times Syndicate

Feligreses anhelan la aceptación, mientras el Vaticano revisa el divorcio

La Iglesia católica no acepta el divorcio, además de que feligreses se sienten juzgados y rechazados. Y aunque el papa Francisco está impulsando cambios sobre el tema, aún hay resistencia. Quienes buscan la anulación deben, además de pagar una buena cantidad, compartir secretos de pareja, por lo que hay quien prefiere cambiar de religión.

Mark Garren no comulga cuando va a misa. A veces, camina hasta el sacerdote, cruza los brazos sobre el pecho y le toca el hombro en señal de que busca su bendición. Con más frecuencia, consciente de su divorcio hace años, Garren, con 64 años de edad, de Illinois, permanece en su lugar, observando con algo de vergüenza cómo la gente de su banca se encamina al frente de la iglesia.

Pamela Crawford, de 46 años, de Virginia, no acepta nada de eso. Divorciada dos veces, ella, también, siente que la Iglesia la juzga, pero cuando sí va a misa, camina con el resto de la congregación. "Si Dios tiene algún problema con que yo comulgue, ya lo arreglaremos", dijo.

De cara a los millones de católicos divorciados que hay en el mundo, muchos de los cuales expresan su frustración por su situación en la Iglesia, el Vaticano ha empezado un asombroso reexamen del trato que da a los feligreses cuyos matrimonios se desbarataron.

El papa Francisco, quien planea hacer su primer viaje a Estados Unidos en septiembre para asistir a la conferencia sobre la familia, ha reconocido las inquietudes de los católicos divorciados. Puso en marcha un debate de alto nivel sobre si la iglesia puede cambiar su posición hacia ellos, y cómo, sin alterar una doctrina que declara que el matrimonio debe ser permanente e indisoluble.

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Las líneas de batalla están claras: algunos altos funcionarios eclesiásticos, más notablemente los que integran la Conferencia del Episcopado Alemán, quieren que la Iglesia relaje sus normas para que los católicos divorciados puedan retornar más íntegramente a la vida eclesiástica, en particular, recibir la comunión aunque se hayan vuelto a casar. Los tradicionalistas presionan intensamente en sentido contrario con el argumento de que Dios ordenó la indisolubilidad del matrimonio y, por tanto, no es negociable.

En octubre, los obispos de todo el mundo discutieron sobre el divorcio, entre otros temas, durante un sínodo sobre problemas de la familia. El próximo octubre, un grupo más grande de obispos se reunirán en un segundo sínodo vaticano, en el cual decidirán si recomiendan cambios. La decisión de actuar, entonces, dependerá de Francisco.

Muchos de los católicos cuyos matrimonios se desbarataron observan con atención. De los adultos católicos casados en Estados Unidos, aproximadamente 28 por ciento ya se divorció, según el Centro para la Investigación Aplicada en el Apostolado en la Universidad de Georgetown. Esa proporción es más baja que la de la población en general, pero, aun así, representa a 11 millones de personas, dijeron los investigadores.

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Para muchos católicos divorciados, el enfoque de la Iglesia plantea una pregunta existencial, comentó Helen Alvaré, una profesora de derecho en la Universidad George Mason: "¿Cuál es mi sitio en la Iglesia, y siento que soy bien recibido?".

Alvaré, quien fuera portavoz de los obispos estadounidenses, dijo que la indisolubilidad del matrimonio es algo esencial en el catolicismo, "una clave para toda la cosmología católica romana; nuestra comprensión del mundo, de Dios, de nuestra relación con El y nuestras relaciones unos con otros". Sin embargo, agregó, la cuestión sobre el sitio de los devotos divorciados en la Iglesia encaja en el contexto más general de incertidumbre para los católicos que no viven completamente los ideales de ella. "Hay muchos católicos divorciados, ¿y hemos permitido que estas ovejas se desvíen sin habernos acercado a ellas?", preguntó Alvaré. "Jesús quiere que cuidemos de todas las ovejas, sin importar cómo".

La Iglesia sí ofrece una solución a algunos católicos divorciados: solicitar la anulación, una declaración de la Iglesia que un matrimonio nunca fue verdaderamente válido. Los sacerdotes locales las hacen con base en las leyes eclesiásticas que permiten la anulación por diversas razones, desde enfermedad mental hasta "grave falta de criterio concerniente a los derechos y deberes matrimoniales esenciales". En entrevistas con católicos de todo Estados Unidos, algunos divorciados elogiaron el proceso de anulación y dijeron que pensaban que la Iglesia los trató con compasión.

"Fueron muy cordiales, me hicieron saber que era bien recibida en la Iglesia sin importar lo que hubiese pasado", contó Jane Himmel, de 50 años, de Denton, Texas, quien se había divorciado dos veces cuando se acercó a la Iglesia.

Katherine Metres, de 42 años, una escritora en Washington, D.C., dijo que su anulación había sido sencilla. "Encontré que era un buen trámite", dijo. "Los sacerdotes dijeron: 'Queremos ayudarte a aceptar tu matrimonio'". (Sin embargo, ahora, su prometido tiene problemas para conseguir la anulación de su matrimonio y la pareja está frustrada.)

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EL COSTO DE LA ANULACIÓN


Muchos católicos dijeron que les parece indiscreto el trámite de anulación, difícil y costoso; la anulación puede costar cientos de dólares en algunas diócesis. Solo 15 por ciento de los católicos divorciados busca anular el matrimonio, según investigadores de Georgetown.

El año pasado, diócesis en Ohio e Indiana, al reconocer las inquietudes sobre los costos, anunciaron que eliminarían las tarifas para las anulaciones. El pasado viernes, Francisco le dijo a un grupo de jueces eclesiásticos en Roma: "Quisiera que no costara nada el trámite del matrimonio".

Y el domingo, al hablar en una conferencia sobre las anulaciones, lamentó todo el tiempo que puede llevarse el trámite de la anulación y dijo que es "frecuente que los cónyuges lo perciban como largo y cansado".

Muchos católicos dudan porque se preguntan cómo reconciliar el divorcio con su propia lealtad a las enseñanzas del catolicismo. "Todo el concepto del matrimonio como un sacramento provisto por Dios, que el hombre no puede deshacer es bastante fundamental, y no sé cómo lo resolverá la Iglesia", explicó Scott Frost, de 60 años, de Glendale, California, quien dejó de practicar el catolicismo cuando se resistió al trámite de anulación. Como muchos católicos, espera que haya un cambio.

"A muchas personas les gustaría cumplir y no lo hacen", dijo. "Debería haber una forma de resolverlo".

Además de los problemas de la doctrina y los trámites de la Iglesia, están las quejas sobre cómo se trata a los católicos divorciados en el ámbito de la parroquia. Muchos de ellos sienten el aislamiento, y dicen que perciben que sacerdotes y feligreses los juzgan y aíslan.

Las mujeres, en particular, expresaron descontento porque sintieron que durante el trámite de anulación, en los tribunales eclesiásticos, las interrogaron sobre el fracaso matrimonial, en especial cuando los maridos abusivos o adúlteros precipitaron el rompimiento.

"Tratas con un marido abusivo que es hombre y luego tienes que ir con un hombre para conseguir la anulación, y un montón de hombres están sentados a una mesa y deciden si tu decisión fue correcta", explicó Denise Stookesberry, de 58 años, de St. Louis. "Desde luego que me alienó como mujer".

Respondió abandonando el trámite de la anulación en lugar de llenar documentos en los que le preguntaban sobre su vida sexual marital. Posteriormente, perdió su trabajo en una secundaria católica cuando se volvió a casar, después, dejó de ser católica, y, durante algún tiempo, pensó que había puesto en peligro su alma al haberlo hecho.

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PÉRDIDA DE FELIGRESES

Muchos otros han seguido un camino similar: cuando los obispos hacen sondeos en las parroquias – como el año pasado, por orden del Vaticano _, llegan a solo una fracción de los afectados porque muchos católicos divorciados ya no están en las bancas. Una cantidad considerable se ha cambiado a iglesias protestantes, donde sienten que son mejor recibidos. Otros, dejaron completamente la religión institucionalizada.

Es frecuente que ésa no sea su preferencia.

"Todos pueden decir: 'Ve y cambia el sabor del refresco, si no te gusta éste', pero yo no quiero ser metodista ni luterana", dijo Andrea Webb, de 47 años, de Palm Harbor, Florida, quien dejó de ir a misa después de decidir que podría conseguir la anulación solo si criticaba a su exmarido en formas que ella creía que no eran verídicas.

Cuando se volvió a casar sin anulación, agregó Webb, un sacerdote le dijo que su situación era parecida a la de una adúltera, así es que no podía recibir la comunión. Entonces, contó, se sintió particularmente agraviada cuando acusaron de abuso sexual de menores a un sacerdote al que conocía.

"Yo no era merecedora de recibir la comunión y el tipo que daba la comunión era un acosador sexual", contó. "Parece terriblemente injusto".

Muchas parroquias tienen programas de acercamiento para los divorciados y algunas tienen enlaces para ayudarlos en el trámite de anulación. Los esfuerzos para cambiarlo parecen estar redituando en algunas parroquias.

"A pesar del hecho de que pasar por una anulación trae recuerdos dolorosos, puede pasar mucho tiempo y, a veces, puede parecer injusto, no quisiera que la Iglesia redujera los límites ni los estándares de la anulación", comentó Leah Campos, de 42 años, de Arlington, Virginia, quien trata de anular su matrimonio. "Todavía respeto el sacramento del matrimonio y el deseo de la Iglesia de mantenerlo sagrado contra la voluntad de nuestra cultura vulgarizada".

Con todo, para muchos, la Iglesia exige demasiado para reingresar a la vida eclesiástica. Muchos católicos dijeron que es frecuente que parezca que solo hay dos opciones: ser deshonestos o marcharse.

Algunos católicos dijeron que no quieren anular su matrimonio debido a cómo podrían verlo o interpretarlo sus hijos, aunque a los ojos de la Iglesia la anulación no tiene implicaciones para la legitimidad de los hijos.

Otros dijeron que sus divorcios fueron tan contenciosos que no querían participar en un proceso en el que la Iglesia les pidiera compartir información sobre su vida romántica o emocional, o que buscaran contactar a sus excónyuges.

"Yo estuve casada; me metí en eso con las ideas correctas, y decir otra cosa sería una mentira", comentó Carol Trankle, de 72 años, de Rapid City, Dakota del Sur, quien dejó de ir a misa hace 40 años.

"Me considero una católica hasta el día de hoy", agregó. "Solo que no puedo participar".

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