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El mal tino de las encuestas políticas y su carrera por sobrevivir

Durante 2016 las encuestas políticas tuvieron algunos desaciertos, primero con el Brexit y luego con la victoria de Donald Trump, la razón, la política ha cambiado debido a la educación del electorado y a su voto indeciso, algo que pasa desapercibido para los encuestadores.

2016 ha sido un año difícil para el sector de los datos políticos. Las previsiones no han acertado y las campañas basadas en datos no han logrado sus objetivos. Y si bien los desaciertos contenían pequeños errores en carreras muy reñidas y con una significación enorme, el análisis cuantitativo ha perdido su atractivo y está en el punto de mira.

Parte de estas críticas son injustas. El referéndum sobre el Brexit en el Reino Unido, por ejemplo, fue un acontecimiento único sin precedentes recientes, por lo que los pronósticos siempre iban a ser difíciles. Pero también sería incorrecto minimizar los problemas a lo que se enfrenta el juego de los números.

Si bien los sondeos de opinión incluyen un margen de error, ello no explica los desaciertos de todos ellos en la misma dirección. Igualmente, los errores que tienden a contrarrestarse unos con otros -como ocurrió en las elecciones del Reino Unido de 2010 y que podrían haber afectado los sondeos nacionales en Estados Unidos- deberían tenerse en cuenta tan seriamente como aquellos que determinan un resultado erróneo.

Lo que está claro es que obtener una muestra representativa y adivinar quién acudirá a las urnas se está volviendo más difícil. Lo primero sólo puede conseguirse de una forma fiable llamando físicamente a las puertas tanto como sea necesario, un ejercicio intensivo y que implica altos costes. Pero la tendencia de que los votantes improbables acudan a las urnas el día de las elecciones sigue siendo un dolor de cabeza importante para aquellos que nos ganamos la vida con las previsiones políticas.

La razón es que la política en sí misma ha cambiado, y lo ha hecho rápidamente. La actitud hacia el progresismo social, que muestra una alta correlación con la educación según estudios en varios países, juega ahora un papel significativo junto con la tradicional división izquierda-derecha respecto del tamaño y el papel del Estado.

Se trata de un cambio interesante, pero no constituye en sí mismo un problema para las firmas de encuestas. No obstante, sí se convierte en un factor cuando cambian los patrones de votación. Y lo que parece haber ocurrido recientemente no es simplemente que los insurgentes populistas hayan atraído un fuerte apoyo entre la población blanca sin educación superior.

Fundamentalmente, la participación electoral dentro de ese espectro demográfico, que con frecuencia ha sido persistentemente baja en los últimos años, ha estado aumentando. El efecto de estos nuevos actores puede ser especialmente drástico en países con un bajo nivel de participación, como el Reino Unido y Estados Unidos.

Una acusación que se lanza con frecuencia contra los adivinos políticos es que deberían salir de las grandes ciudades y hablar con un espectro más amplio de ciudadanos en todo el país. Es una sugerencia razonable; pero, para medir la opinión pública acertadamente de esta manera, habría que encontrar muestras representativas de individuos en lugares representativos, y hacerles preguntas idénticas. En otras palabras, se acabaría realizando un sondeo de opinión, con lo que nos enfrentaríamos a los mismos problemas expuestos anteriormente.

Utilizar los resultados de elecciones reales como un punto de referencia a mitad del ciclo podría ser una guía útil en algunos países, como las elecciones generales del Reino Unido en 2015, pero no funciona en todos sitios. También requiere el ajuste de una serie de sesgos, que no son necesariamente estables a lo largo del tiempo.

El análisis del sentimiento en las redes sociales es una de las áreas de investigación potenciales más emocionantes, pero también está repleto de posibles errores. Determinar si aquellos que expresan una opinión en público son representativos de un país (geográfica, demográfica o políticamente) es difícil. Pero un problema aún más importante es la ausencia de antecedentes.

El citado análisis de sondeo antes de las elecciones generales de 2015 en el Reino Unido estuvo basado en décadas de datos electorales; la era de las redes sociales aporta una inmensidad de tuits, pero sólo una cifra minúscula de elecciones para analizarlos hasta el momento.

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Algunos han llegado a sugerir que los sondeos socavan el proceso democrático y que deberían prohibirse. Esta afirmación se asienta en la percepción de que los sondeos influyen en el comportamiento en las urnas. Sin embargo, no son los sondeos los que influyen en la opinión, sino las expectativas de un resultado.

En un mundo con encuestas de opinión, estas expectativas pueden estar informadas por la ciencia –por imperfecta que sea- llevada a cabo de buena fe. Sin los sondeos, las expectativas estarían basadas en rumores, en informes, en datos internos escogidos selectivamente y en sesgos personales. Y aparte de esto, ¿cuántos de los comentaristas que arremeten contra los sondeos por no haber previsto una victoria de Trump habrían atisbado el resultado ante la ausencia de sondeos?

Entonces, ¿qué es lo que debe cambiar? Hay que trabajar más en las muestras de los sondeos y en los análisis de los votantes probables, especialmente entre los grupos políticamente no comprometidos. No obstante, los modelos de previsiones con frecuencia pueden mejorarse para incluir el hecho de que los datos son imperfectos.

Una razón fundamental de la enorme discrepancia entre distintos pronosticadores en las elecciones presidenciales de Estados Unidos fue la forma en la que gestionaron los errores correlacionados que se repetían en distintas regiones geográficas, a diferencia de los fallos aleatorios de los sondeos.

También importa la manera en la que se comunican estos datos. Un problema particular parece afectar la forma en que tienden a malinterpretarse las probabilidades de entre el 60 y el 90 por ciento. La intuición ante un resultado binario con una probabilidad de entre 50 y 60 por ciento nos dice que se trata un favorito, pero por poco margen; igualmente, una probabilidad de entre el 90 y el 100 por ciento es casi una certeza.

Sin embargo, cuando se trata de una banda del 70 al 80 por ciento –algo probable pero a mucha distancia de la certeza- el público probablemente tenga problemas para interpretar. No piensa instintivamente en términos de distribución de la probabilidad, y muchos podrían considerar tales eventos como certezas, cuando ése no es el mensaje de los números.

Los datos políticos ya han tenido problemas en el pasado y los volverán a tener en el futuro. Pero, al igual que cualquier otra ciencia, pueden adaptarse y lo harán. El análisis de las redes sociales con el tiempo podría convertirse en un indicador útil cuando se entienda mejor y se compare más rigurosamente con los resultados.

Cuantos más datos haya sobre los votantes improbables, más flexibles pueden ser los modelos para tomar en cuenta los cambios demográficos. Ante la ausencia de una alternativa probada, la existencia de un marco de datos políticos, por muy imperfecto que sea, sigue siendo lo mejor que tenemos para trabajar.

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