Monterrey

Corrupción, democracia y muerte

OPINIÓN. Mientras escuchamos a Ochoa Reza, Presidente  Nacional del PRI, señalar cándidamente que su partido está limpio en temas de corrupción y que por añadidura está limpio de pecado, la bancada de su partido político en la Comisión Permanente del Congreso se niega a abrir una investigación en contra del profesor Humberto Moreira por presunta malversación de fondos, no dicen que el que nada debe nada teme?

Javier Valdez murió por causas naturales. De profesión periodista, fue alcanzado por las balas que silenciaron una voz que gritaba en el desierto los peligros del crimen organizado y la simbiosis peligrosa del narcotráfico y nuestra clase política a través de la corrupción. Tal vez si Javier no hubiera sido periodista, no hubiera muerto por causas naturales.

Pero en este país, conocido como "la región menos transparente" (no queda claro si por la contaminación ambiental, la corrupción o ambas dos Vicente Fox dixit), es natural que los periodistas tengan un periodo de vida mucho más corto, diametralmente opuesto a la vida de lujos y excesos de los políticos mexicanos que fielmente retrata la revisa que saluda.

En la víspera de la celebración del bicentenario de la independencia de la región menos transparente y del centenario de la revolución (institucionalizada), algunas voces pensaban en voz alta y soñaban con la esperanza puesta en que nuestra incipiente democracia seguramente propiciaría una nueva revolución pacífica que encauzaría la transformación de nuestro país que desde hace décadas, ya mero llega pero no termina de consolidarse por razones que desconocemos.

Nuestra democracia no ha avanzado, mucho menos el combate a la corrupción. Pero, eso si, pareciera que la región menos transparente vive un estado de guerra civil por el número de muertes que sufre su población. Por si fuera poco, la poca o nula lucha contra la corrupción tiene un costo altísimo en nuestra comunidad. Mina la legitimidad ganada en las urnas y sin ella, la clase política del país se aleja cada vez más de sus electores, generando un círculo extremadamente peligroso de desconfianza que lastima nuestra sociedad.

Mientras escuchamos a Enrique Ochoa Reza, Presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI), señalar cándidamente que su partido está limpio en temas de corrupción y que por añadidura está limpio de pecado, la bancada de su partido político en la Comisión Permanente del Congreso de la Unión se niega a abrir una investigación en contra del profesor Humberto Moreira por presunta malversación de fondos, no dicen que el que nada debe nada teme?

Así, los comicios en Coahuila son el pináculo de la transformación de las elecciones en un concurso para elegir al menos corrupto de los candidatos. El problema es que los ciudadanos también nos hemos acostumbrado a que la renovación de autoridades se convierta en un escaparate para ventilar actos de corrupción.

Habría que preguntarnos ¿por qué si el PRI sabía que el candidato del PAN, Guillermo Anaya, poseía una cantidad extraordinaria de recursos económicos cuyo origen resulta francamente inexplicable por los ingresos que ha reportado como servidor público y en su declaración "3 de 3", no lo denunció en su tiempo y forma? ¿Por qué no permitir que las autoridades investiguen al Profesor Moreira? En teoría, habría que dejar que las autoridades competentes hicieran su parte y los partidos políticos se hicieran a un lado. Pero hay un detalle importante, vivimos en la región menos transparente y aquí, lo que impera, es la ley de la billetera y los cañonazos de millones de pesos. Todo lo demás es buena voluntad.

Las elecciones ya se acercan y vamos a saber que puede más, si el hartazgo ciudadano o las magníficas maquinarias electorales de movilización electoral y financiera del partidazo. Porque preservar el status quo bien vale endeudar el futuro de varias generaciones de coahuilenses.

El autor es politólogo por el Tecnológico de Monterrey y candidato de la Maestría en Ciencia Política y Política Pública de la Universidad de Guelph.

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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