Financial Times

¿Cómo prevenir que los CEOs se agoten?

Trabajos personalizados, hábitos alimenticios, ejercicio físico y hasta el cambio de personalidades, son algunos de los métodos que emplean especialistas para que los ejecutivos puedan soportar la presión.

Hay pocos empleos menos atractivos que ser el jefe ejecutivo de una gran empresa. El trabajo es intolerablemente estresante. Es alienante. Nunca ves a tus hijos. Pasas demasiado tiempo respirando aire viciado en una cabina presurizada a 36,000 pies de altura. Y generalmente termina en un gran fracaso humillante.

Johnson & Johnson, cuyo Instituto de Desempeño Humano le ha dedicado más de 30 años a estudiar el comportamiento de atletas y otros fanáticos, ha encontrado una manera de hacer que el trabajo sea más manejable: un programa antiagotamiento profesional de 100 mil dólares. El CEO es despachado a la Clínica Mayo por unos días, durante los cuales sus entrañas son metódicamente pinchadas y radiografiadas. Entonces llaman a tres expertos — un dietético, un psicólogo y un entrenador — quienes durante los nueve meses siguientes entrevistan a las familias de los ejecutivos, revisan sus refrigeradores, y entonces les dicen qué deben comer, cuánto ejercicio deben hacer y cómo cambiar sus personalidades. O, como lo expresa la compañía en su página web: "El Equipo de Entrenamiento Premier usa Análisis Físicos, Mentales y Emocionales holísticos con el fin de crear planes de acción altamente personalizados".

No dudo que Premier Executive Leadership™ tendrá una gran demanda.

Leí una vez que 40 por ciento de los CEOs dimitían o eran despedidos en los primeros 18 meses. El agotamiento profesional de ejecutivos no sólo deprime a la persona afectada sino también a los accionistas.

Según investigaciones de Strategy&, la dimisión de un CEO en una de las mayores empresas del mundo puede rebajar 1.8 mil millones a su valor. En comparación, una póliza de seguros de 100 mil dólares parece una solución barata.

Premier Executive Leadership™ no resuelve nada. Solamente añade al problema. Ponemos a alguien bajo una presión inhumana al pedirle lo imposible.

Frecuentemente sufren un colapso. Entonces, en vez de preguntarnos cómo podemos disminuir la presión, les decimos que todo va a estar bien si comen cada tres horas, hacen más ejercicio, cambian su comportamiento y llenan su horario, que ya está lleno, con un trío de matasanos.

Esto no es sólo decadente, es dañino. El mensaje que les enviamos a los ejecutivos que sufren un colapso es que es culpa suya por no tener algo que se ha convertido en la virtud más favorita y de moda en el mundo ejecutivo: la resistencia. A la misma vez, estamos engañando a las empresas haciéndoles creer que la resistencia se puede comprar. Siempre y cuando el programa sea "holístico" y "personalizado", un director ejecutivo puede pasar de ser un frágil ser humano a un superhéroe.

Hay una mejor forma, más obvia y menos costosa. En vez de tratar de apuntalar al titular, debemos cambiar las especificaciones del cargo. Ser CEO es terrible por tres razones. Primero, la gente cree que estás en control, pero no es así. Todas las organizaciones son disfuncionales y aún si el director tiene la idea correcta de lo que quiere hacer, hacerlo es prácticamente imposible. Segundo, siempre tienes la culpa, aun cuando no has tenido nada que ver con el problema. Tercero, es muy alienante. Nadie le dice la verdad al jefe y el jefe tampoco puede decirle la verdad a nadie. Por último, el CEO se pasa la vida en dos de los espacios más deprimentes del mundo: las salas de reuniones y los aviones.

La mejor manera de reducir la presión es distribuir la carga. Eso significa empoderar a los otros de arriba, el presidente de la junta directiva, el diputado y tres o cuatro otros importantes. La siguiente es hacer menos. ¿Es realmente necesario que el CEO hable en una reunión al otro lado del mundo? Casi siempre la respuesta es: no. La mayoría de las reuniones son innecesarias.

Pero lo más importante — algo que ninguna empresa puede hacer sola — es cambiar las expectativas de lo que puede lograr una sola persona. Los académicos llevan 70 años discutiendo cuánto importa un CEO, y la mayoría de los estudios concluyen que no importan mucho.

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