Financial Times

La crisis de Brasil también es una oportunidad

Crisis económica, política y moral es el eje que atraviesa Brasil al experimentar una enorme recesión y un escándalo de corrupción que ha consumido a la élite política, sin embargo, de esta situación podría surgir el cambio que abriría paso a la transparencia y la estabilidad.

Brasil está experimentando una crisis económica, política y moral. Ésta no es mi opinión. Es la de un alto exfuncionario que conozco desde hace décadas.

Es difícil debatir los hechos: la economía ha sufrido una enorme recesión; los ingresos reales per cápita han disminuido 9 por ciento entre 2013 y 2016; el crecimiento es estructuralmente demasiado lento; la posición fiscal es insostenible; y un escándalo de corrupción ha consumido a la élite política y a los principales hombres de negocios.

De hecho, la Corte Suprema ha autorizado investigaciones de un tercio de los actuales miembros del gabinete, de un tercio de los senadores y de un tercio de los gobernadores estatales, así como del presidente, de los líderes del Congreso y de los principales partidos políticos. No es sorprendente que los políticos y los partidos estén desacreditados.

Como descubrí en Brasil el mes pasado, los expertos locales temen que esto pueda conducir a una polarización extrema de la política. Pero una crisis también puede conducir al cambio. Brasil debiera aprovechar esa oportunidad.

No se debe exagerar el pesimismo. La expectativa de vida ha aumentado de 60 años de edad en 1970 a 74 años de edad en 2017, mientras que la tasa de fertilidad ha disminuido de 5 niños por mujer a sólo 1.7. La energía del poder judicial en conducir la investigación de corrupción "Lava Jato" es admirable.

La recesión incluso se ha convertido en una leve recuperación: el Fondo Monetario Internacional (FMI) pronostica un crecimiento del 0.7 por ciento este año y del 1.5 por ciento en 2018. Este último pronóstico pudiera ser demasiado pesimista.

La estabilidad monetaria ganada durante la década de 1990 persiste, con una inflación interanual en los precios al consumidor que se redujo al 2.5 por ciento en septiembre.

Sin embargo, los retos económicos y políticos estructurales son enormes. La desigualdad de ingresos continúa siendo una de las más altas del mundo. Eso no se ve compensado por un rápido crecimiento: entre 1995 y 2016, el producto interno bruto (PIB) real per cápita subió apenas un 25 por ciento, lo cual coloca a Brasil detrás de Argentina, de México, de Colombia y de Chile. En relación con EU, el PIB real per cápita de Brasil se ha estancado durante el último cuarto de siglo.

Es un poco más de un cuarto de los niveles estadounidenses, lo cual hace que este fracaso en recuperar terreno sea tan inquietante.

Según la organización The Conference Board, la productividad total de los factores (PTF) de Brasil -una medida de su tasa de innovación- disminuyó con una tasa promedio del 0.7 por ciento anual entre 2000 y 2016. La tasa de ahorro nacional de Brasil, siempre baja, fue tan sólo del 16 por ciento en 2016.

Por lo tanto, la tasa real a corto plazo del banco central ha promediado un poco menos del 5 por ciento durante la última década. Como resultado, las tasas de inversión también son bastante bajas. Además, la población está envejeciendo. En general, la tasa de crecimiento del PIB potencial es probablemente inferior al 2 por ciento.

Las malas perspectivas de crecimiento empeoran la situación fiscal. Brasil tiene un enorme déficit fiscal estructural: el FMI cree que alcanzará el 11 por ciento del PIB para 2022. Los ingresos ya están bastante cerca del 30 por ciento del PIB. Esto debería aumentar con la recuperación, pero no lo suficiente como para reducir el déficit y controlar el aumento del endeudamiento público, ya que el gasto está cerca del 40 por ciento del PIB.

El límite de gasto obligatorio del gobierno se topará con el gasto obligatorio, particularmente en pensiones. A principios de la década de 2020, tendría que eliminar todos los gastos discrecionales.


Brasil necesita reformas económicas y fiscales integrales. Las reformas económicas más importantes incluyen: apertura de una economía relativamente cerrada; reforma fiscal; reforma del mercado laboral; mayor inversión en infraestructura; y políticas destinadas a aumentar el ahorro nacional. Esta última se conecta con las reformas fiscales, las cuales deben incluir una reforma integral de las pensiones para controlar el gasto.

Un plan de pensiones financiado pudiera aumentar el ahorro nacional. El gobierno también debe tener la libertad de controlar los números y el salario de los funcionarios públicos. Hacer todo esto liberaría recursos para utilizar en otras áreas.

Sería un error considerar las reformas necesarias como técnicas; son extremadamente políticas. Ellas implican hacer cambios fundamentales en la forma en que operan el Estado, los políticos y los funcionarios. El sistema debe pasar de la corrupción a la honestidad, de la opacidad a la transparencia, del criterio a la previsibilidad, y de ocuparse de los privilegiados a servir al pueblo.

Eso es lo que les dicen a los brasileños los escándalos de corrupción, la lenta crisis fiscal, el ineficiente patrón de gasto público y las debilidades económicas a más largo plazo.

Es imposible visitar Brasil, incluso por un corto tiempo, y no entusiasmarse con la calidez de su gente y con la vitalidad de su cultura. Pero el país ha experimentado serios problemas.

Brasil necesita un renacimiento político y económico. La crisis hace que sea necesario. Si eso no sucede, el futuro se ve desalentador.

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