Culturas

Spartak: el equipo que nació de la carne del pueblo

Hijo de la lucha obrera, el Spartak de Moscú es hoy el reflejo microcósmico del fracaso del socialismo de Estado.

Rusia es una incógnita para Occidente. En sus lejanas tierras, sin embrago, la pelota rueda en sintonía con el acontecer político como en ninguna otra región del mundo. Rusia es un futbol a su manera.

Desde Lenin hasta Putin, la historia rusa viste la camiseta del Spartak de Moscú, cuyos colores rojos engalanan algo más que 11 hombres.

Creado cinco años después de la Revolución de Octubre, el Spartak fue la semilla que plantó el proletariado con la esperanza de cosechar sendos bosques de progreso. Su fundación coincide con la consolidación de la URSS. El club se formó el 18 de abril de 1922 y la Unión Soviética sólo cinco meses después, el 30 de diciembre. Ambos entes comenzaron como la promesa del hombre nuevo.

Los bolcheviques —explica Beatriz Urias Horcasitas en El hombre nuevo de la posrevolución (2007)— prometieron la forja de un ciudadano con conciencia de clase que trabajara por una sociedad más justa. Los fundadores del Spartak prometieron una entidad más cercana a las hazañas griegas.

El origen del nombre del club —cuya anécdota es recopilada por Mario Alessandro Curletto en Futbol y poder en la URSS de Stalin (2018)— ilustra bien aquella promesa: "una noche, los fundadores del club tuvieron una larga discusión para darle un nuevo nombre al equipo. Andréi Stárostin dijo: 'necesitamos un nombre que represente las mejores cualidades de un atleta: coraje, hambre de victoria, firmeza en la lucha, habilidad, fuerza, fidelidad y un ideal'".

Emblema de clase

No es casualidad que se haya elegido a Espartaco —el esclavo más rebelde del Imperio Romano— para nombrar al club, que fue fundado por los obreros que trabajaban en las fábricas de alimentos y de la capital rusa, según cuenta Robert Edelman en Spartak Moscow: A History of the People's Team in the Workers' State (2009).

Los trabajadores compraron todo con su propio dinero: el campo, las gradas, los uniformes, los vestuarios… Iván Artémiev, líder obrero, compró algunas casas abandonadas del distrito de Presnya para construir un estadio. El Spartak, con el tiempo, se convirtió en el único club libre del yugo que ejercía el Partido Comunista sobre todas las sociedades deportivas del país.

En Rusia, los aficionados espartacos son conocidos como los Naródnaya Komanda, término eslavo que en español quiere decir "el equipo del pueblo". Su hinchada es conocida con el apodo de Myaso (carne), en alusión a los trabajadores de la industria alimentaria que fundaron el equipo. La gente aún suele gritar en el estadio: "¿Quiénes somos? ¡Somos carne!". El escritor español Iván Castelló asegura que la consigna obedece a la eterna necesidad del ruso de llevar sus sentimientos del corazón a la carne, la parte del cuerpo que más sufre la crudeza del invierno.

La primavera de Rusia

Dalí dijo que la Revolución rusa fue la Revolución francesa que llegó tarde por culpa del frío. En Rusia, el clima dicta el pulso cotidiano. Desde sus inicios, los administradores del futbol soviético —su primera división se fundó en 1936— supieron que sus equipos no podían jugar al ritmo de otras ligas europeas, donde los inviernos son menos gélidos y las actividades no se suspenden en diciembre. En la URSS, sin embargo, el futbol debía ser un deporte veraniego.

"Al igual que el beisbol estadounidense —escribe Edelman— el comienzo de la temporada rusa fue una señal de primavera y renovación. La inclemencia del invierno hizo que el placer por el futbol fuera más intenso. La temporada se iniciaba con eventos en plazas públicas. El primer día estaba lleno de emoción, nostalgia y romanticismo atípico".

La persecución

En sus inicios, el Spartak no sufrió el acoso del régimen. En 1936 —señala Curletto— el club cubrió la Plaza Roja con una alfombra verde de 10 mil metros para jugar un partido ante los líderes del Kremlin, incluido Stalin.

Pero no pasó mucho tiempo para que los líderes del equipo fueran víctimas del estalinismo. En primera, porque eran enemigos del gobierno. Y en segunda, porque no era el club favorito del jefe del servicio secreto, Lavrenti Beria, quien también era presidente del Dinamo de Moscú. Desde entonces, los espartacos desarrollaron una rivalidad enconada con ese club y con el CSKA Moscú, que fue propiedad del Ejército Rojo de 1925 a 1958.

En 1942, los cuatro hermanos Stárostin —todos fundadores del equipo— fueron arrestados junto con otros futbolistas por supuestamente haber ideado un complot para matar a Stalin. Su condena: 10 años de trabajados forzados en distintos gulags de Siberia.

Trayectoria pendular

De ser el equipo enemigo del régimen, el Spartak ha pasado a ser un club con claras tendencias de derecha, cuya afición es catalogada por la UEFA como "una de las más peligrosos de Europa" por sus comportamientos xenófobos. En enero pasado, el equipo escribió un tuit contra el Athletic de Bilbao que le valió una sanción de 288 euros por racismo: "miren cómo se derriten los chocolates bajo el sol", en alusión a los jugadores afroamericanos del club español.

"El futbol ruso ha virado hacia los extremismos de derecha porque justo eso es lo que está sucediendo en el país. Las leyes rusas castigan la propaganda homosexual y legalizan el maltrato familiar. Es una tendencia que viene de arriba hacia abajo", explica en entrevista Marc Marginedas, experto en este deporte en Rusia, donde es corresponsal de El Periódico en Moscú.

"El futbol ruso no ha encontrado su lugar en la sociedad capitalista. No se ha entendido del todo que es un negocio, porque en la época soviética los clubes representaban a aparatos estatales o a sectores obreros: el Dinamo de Moscú, a los servicios de espionaje; el CSKA, al Ejército, y el Locomotiv, al sector ferrocarrilero y automovilístico. Los equipos de hoy no han dejado ese pasado y les cuesta trabajo diseñar una identidad. No encajan en los valores europeos. Los ingresos de la liga rusa son de los más bajos de toda Europa", observa Marginedas.

Hoy, el Spartak, otrora equipo emblema de la clase obrera, es comandado por Leonin Fedún, dueño de Lukoil, la mayor petrolera privada de Rusia.

La utopía de Lenin jamás llegó a anotar gol.

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