Efecto Jazz

La salsa ha muerto, pero queda el latin jazz: Eddie Palmieri

Hablar de Eddie Palmieri es hablar de salsa dura y latin jazz; una salsa dura que –afirma– desaparecerá con él, y una forma de jazz que, considera, es el reducto salvador de la música afrocaribeña en el siglo XXI. Está seguro que con él se morirá un mundo. “La única orquesta que viene echando candela es la mía”. No hay tiempo para falsas modestias. A los 78 años, y tras haber perdido a su compañera de 62 en 2014, es directo y contundente. “Todos los pioneros están muertos”, dice, y nadie viene detrás. “Quedan talentos pero lo que hacen es latin pop”. Un hombre que ha desarrollado una técnica de piano propia y cuya carrera musical abarca más de seis décadas –su primera orquesta la formó a los 14– tiene argumentos para ser lapidario cuando se refiere a la salsa: “Eso no existe”. Sentencia paradójica viniendo de quien es considerado una piedra angular del género. “El problema de la salsa es el nombre. Tito Puente lo dijo mejor: eso le pongo al espagueti”. Y es que, explica, el término salsa vino a ser en realidad un recurso comercial que aglutinó una serie de ritmos afrocaribeños, desde cumbia, son y guaguancó, hasta mambo o danzón, que en los años 70 se fusionaron fuera de Cuba, un fenómeno derivado del cierre de la isla en 1959. “Y ya no hay pa’trás. Ahora en Cuba hacen hip hop y rap, los jóvenes ya no conocen la música. Esa es la tristeza mía”. Para él, que creció en el este de Harlem, en una familia de puertorriqueños de ascendencia corsa y escuchando en la radio a Machito, Puente y otros grandes junto a su hermano, el gran pianista Charlie Palmieri, lo que se hace hoy es “un desastre”. Y lo es porque las nuevas generaciones desconocen la tradición y las estructuras musicales de raíz. Por eso no cree que nadie pueda continuar con a creación de música como la que tocó la noche del sábado en el Oasis Jazz U Fest; música que impera al baile porque su construcción rítmica, “matemáticamente”, subraya, conduce a la excitación del cuerpo. Pero no todo está perdido. En la inmensidad de ese té de calcetín con sabor a cualquier cosa que plantea el pop, Palmieri ve el futuro en el latin jazz. “Es la fusión del siglo XXI”. Él, por lo pronto, trabaja en sus propias fusiones, a sabiendas de que “está más cerca la cita con Papá”. Trabaja en la producción de un disco dedicado a su esposa: Mi luz mayor, se llamará, y en él participan figuras como Carlos Santana, Rubén Blades , Gilberto Santarrosa y Germán Oliveira. También prepara un álbum de música sinfónica, entre otros tres proyectos discográficos más. Parecería que no se cansa. Se le ve bien ahora. Su intención es comer menos, “para que quede Eddie Palmieri para rato”.

Hablar de Eddie Palmieri es hablar de salsa dura y latin jazz; una salsa dura que –afirma– desaparecerá con él, y una forma de jazz que, considera, es el reducto salvador de la música afrocaribeña en el siglo XXI.

Está seguro que con él se morirá un mundo. "La única orquesta que viene echando candela es la mía". No hay tiempo para falsas modestias. A los 78 años, y tras haber perdido a su compañera de 62 en 2014, es directo y contundente.

"Todos los pioneros están muertos", dice, y nadie viene detrás. "Quedan talentos pero lo que hacen es latin pop".

Un hombre que ha desarrollado una técnica de piano propia y cuya carrera musical abarca más de seis décadas –su primera orquesta la formó a los 14– tiene argumentos para ser lapidario cuando se refiere a la salsa: "Eso no existe". Sentencia paradójica viniendo de quien es considerado una piedra angular del género.

"El problema de la salsa es el nombre. Tito Puente lo dijo mejor: eso le pongo al espagueti". Y es que, explica, el término salsa vino a ser en realidad un recurso comercial que aglutinó una serie de ritmos afrocaribeños, desde cumbia, son y guaguancó, hasta mambo o danzón, que en los años 70 se fusionaron fuera de Cuba, un fenómeno derivado del cierre de la isla en 1959.

"Y ya no hay pa'trás. Ahora en Cuba hacen hip hop y rap, los jóvenes ya no conocen la música. Esa es la tristeza mía".

Para él, que creció en el este de Harlem, en una familia de puertorriqueños de ascendencia corsa y escuchando en la radio a Machito, Puente y otros grandes junto a su hermano, el gran pianista Charlie Palmieri, lo que se hace hoy es "un desastre". Y lo es porque las nuevas generaciones desconocen la tradición y las estructuras musicales de raíz. Por eso no cree que nadie pueda continuar con a creación de música como la que tocó la noche del sábado en el Oasis Jazz U Fest; música que impera al baile porque su construcción rítmica, "matemáticamente", subraya, conduce a la excitación del cuerpo.

Pero no todo está perdido. En la inmensidad de ese té de calcetín con sabor a cualquier cosa que plantea el pop, Palmieri ve el futuro en el latin jazz. "Es la fusión del siglo XXI".

Él, por lo pronto, trabaja en sus propias fusiones, a sabiendas de que "está más cerca la cita con Papá". Trabaja en la producción de un disco dedicado a su esposa: Mi luz mayor, se llamará, y en él participan figuras como Carlos Santana, Rubén Blades , Gilberto Santarrosa y Germán Oliveira. También prepara un álbum de música sinfónica, entre otros tres proyectos discográficos más.

Parecería que no se cansa. Se le ve bien ahora. Su intención es comer menos, "para que quede Eddie Palmieri para rato".


El Oasis Jazz U Fest

Aunque modesta y flotante, Cancún tiene una escena jazzística que se remonta a más de un par de décadas. Una que no obedece al boom mexicano ni a la moda, sino que se ha mantenido ahí, local, en uno dos lugares (uno de ellos el Roots, en el Centro, donde se oye reggae y jazz vivo) y tuvo sus momentos estelares con el extinto festival de Jazz de Cancún, que surgió que tras el primer desastre natural que conoció este centro turístico en 1988, con el Huracán Gilberto. Este festival fue un antecedente en el país cuando aún no proliferaban estos foros por todos los rincones del DF y del interior del país, como ahora.

En su cuarta edición, dedicada a la fusión latina, el cartel estuvo integrado por el bajista Hirám Gómez y el guitarrista español Juan D'Anyelica, radicado en Cancún; el ensamble chiapaneco Na'rimbo y Eddie Palmieri y, para cerrar, Héctor Infanzón y Diego El Cigala.

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