Archivo

ESPECIAL: ¿En dónde están las mujeres mexicanas? II


 
Rosalía Servín Magaña
 
Dicen que para la mujer “no hay imposibles” y esto parece no ser una simple declaración. Ya sea por necesidad, gusto o deseos de superación, el llamado sexo débil ha dejado de serlo desde hace ya algunos años, para convertirse en protagonista de un sinfín de historias que, para muchos, eran impensables. Aquí algunas historias…
 
 DESPACHADORA DE GASOLINA
Fue por azares del destino que ahora Bárbara Zamora se encuentra aquí, midiendo los niveles de aire de las llantas de un auto, luego de haber colocado la bomba de gasolina, que se acerca a los 200 pesos que le fueron solicitados.
 
Mientras agita su franela en espera de más clientes, platica sobre su llegada a este trabajo, en el que nunca pensó estar, pero lleva ya 12 años realizando.
 
“Recuerdo que estaba por entrar a una empresa en el área de administración, porque yo estudié para programador analista, pero llegué aquí buscando trabajo de secretaria por un lapso de 15 días --en lo que se desocupaba mi vacante-- y resultó que me ofrecieron trabajo de despachadora y me gustó, así que me quedé aquí”, dice.
 
Según refiere, algunas de las cosas que más le agradan de este trabajo, es el tipo de relación que tiene no sólo con sus compañeros, sino con todas las personas que llegan. Pero lo que la llevó a decidirse, fue la disponibilidad de horarios, pues eran muy accesibles y, al ser madre soltera, le permitían compaginar el trabajo con el cuidado de sus 2 hijas.
 
Otra de las ventajas de ser despachadora de gasolina, es que muchas veces como mujeres no sabemos ni revisar un coche: los niveles, dónde va el anticongelante, el aceite, entonces aprendí muchísimo gracias a la ayuda de mis compañeros, de quienes nunca he recibido un mal trato, afirma.
 
 HOJALATERÍA
 
 
Gabriela Rivera tiene 29 años y lleva casi la mitad de su vida dedicada a la hojalatería, un oficio que aprendió de su esposo, con quien vive desde hace 14 años.
 
“Desde el principio empecé a trabajar en esto con él, porque había necesidad y tenía que hacerlo. Al principio sí se me complicaba mucho, pues no sabía qué era cada herramienta y mucho menos cómo se usaban, pero con el tiempo fui aprendiendo de todo, hasta el tratar con puros hombres”, comenta.
 
Gaby, como es mejor conocida en el barrio, recuerda que comenzó pasándole la herramienta a su esposo (desde la llave, hasta las cubetas con agua para las pastas), para después desarmar y armar carros, ocupar portos, taladros o rehiletes.
 
Lo más complicado para ella es el terminado de las pastas, pues admite que trabajar con este material “es bien difícil” ya que tiene que quedar bien, debido a que se trata de detalles que al final, si no lo hacen bien, quedan muy marcados.
 
Su labor en el taller, que en realidad es una calle ubicada en una esquina de la colonia Obrera, comienza comúnmente a las 8:30 de la mañana, luego de llevar a la escuela a sus 4 hijos.
 
“Nosotros trabajamos en la calle y yo soy la primera en bajar a sacar la herramienta, preparar los carros para lo que mi esposo tenga que hacer, y si hay que desarmar carros, pues lo voy haciendo, quito defensas, voy empapelando o pintando; todos los días son distintos, como distintos son los golpes”, señala.
 
Pero ahora Gaby ha tenido que bajarle al ritmo de trabajo en la hojalatería, pues está en espera de su quinto hijo.
 
“La verdad ya se me complica más, porque ya es el quinto mes y como que ya me pesa un poco, pero le ayudo a mi esposo en cosas menos pesadas como empapelar, limpiar los carros o armar puertas. Y es que en mis anteriores embarazos hacía las cosas como si nada, pero ya no es igual”, indica.
 
Parte de las cosas que Gaby ha aprendido en este oficio, es a ser independiente, de modo que ella no necesita que le hagan nada, pues lo mismo se encarga de cambiar un foco, que poner el gas o pintar su casa.
 
Hoy en día, abunda, hay que aprender a hacer de todo, porque estar dependiendo de un hombre es bien complicado. Así que yo no necesito que nadie me haga nada, incluso hasta doy los presupuestos, ya no tengo que esperar al marido, ya conozco el mercado.
 
Sin embargo admite que es “la chalana”, pues su marido es el que se encarga de verificar que las cosas salgan bien y es quien finalmente trata con los clientes, quienes hasta la fecha no han puesto peros a su trabajo.
 
Ahora ha decidido compaginar su labor de hojalatera, con la venta de dulces y comida, pues reconoce que en un tiempo más, ya no podrá hacer mucho y el dinero va a hacer mucha falta.
 
“Pero por lo pronto hay que darle al trabajo, el cual ha sido muy gratificante para mi, al tener la admiración de la gente”, concluye.
 
 
Información proporcionada por el El Financiero Diario.

También lee: