After Office

Una nueva era: Trump contra la prensa

Descalificaciones, confrontación, amenazas y medidas para limitar el acceso a la información marcan la nueva relación de la Casa Blanca con los medios.

El viernes por la noche, pocas horas después de haber asumido la jefatura de la Casa Blanca, el nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, le preguntó a cientos de simpatizantes y operadores electorales en una de las fiestas de gala tras la toma de posesión: "Me dicen que debo dejar de utilizar Twitter; ¿qué piensan ustedes?". La respuesta en el salón de fiestas fue el grito de "¡no!", a lo que Trump respondió con esa sonrisa entre burlona y déspota muy suya: "Eso pensé". El presidente repitió el argumento que en la víspera esgrimió con Aisnley Earhardt, en el programa Fox and Friends de la cadena Fox: "No me gusta tuitear, tengo otras cosas que podría estar haciendo. Pero enfrento medios muy deshonestos, una prensa muy deshonesta, y es la única forma en la que puedo contraatacar".

Trump hizo de Twitter, esa red social que permite comunicarse en forma horizontal libremente, una arma poderosa para sus fines políticos, al establecer un vínculo directo y sin intermediarios, como históricamente han sido la dialéctica del poder con los medios de comunicación para conectar con la gente. El poder no lo tienen todos los que pueden escribir, mentir, provocar, difamar o esparcir rumores en 140 caracteres, sino aquellos que representan algo y que pueden influir en amplios segmentos de la población. Trump, con su cuenta @realDonaldTrump, que tiene más de 21 millones de seguidores, fue capaz de confrontar a la prensa de Estados Unidos por ser, primero, un candidato presidencial disruptivo y popular, y luego por ser, simplemente, el presidente electo de la nación más poderosa del mundo. Pero la transformación que hizo de la comunicación política no lo hizo, en sus propias palabras, para hablar directamente con el electorado, sino para "contraatacar". De esta forma, planteó los términos de su lucha contra los medios.

Ningún político en Estados Unidos o en el mundo ha sido tan agresivo, beligerante y amenazador, en 360 grados, como Donald Trump. Los medios no son vistos por él ni por su equipo como la arena pública que definió Jürgen Habermas, donde se dirimen los asuntos públicos y se confrontan las ideas, sino como "enemigos" o, como dijo el sábado pasado, "los peores seres humanos que existen". No son correas de transmisión de sus ideas y propuestas, sino adversarios. Bajo esos criterios, Trump ha sido consecuente con sus acciones. No se sabe si Trump logra diferenciar los talk shows nocturnos en la televisión de las noticias en los medios, que fueron salvajes durante todo el año pasado al convertirlo en el objetivo número uno de sus bromas.

De acuerdo con un estudio del Centro de Medios y Asuntos Públicos de la Universidad George Mason, que se encuentra en los suburbios de Washington, Trump fue el candidato más ridiculizado en la historia de esos programas. Del primero de enero de 2016 al primero de noviembre, hubo mil 817 bromas sobre él (sin contar las constantes sátiras en Saturday Night Live, que se volvió su Némesis cada sábado), superiores a las que sufrió John McCain (mil 358), y George W. Bush (mil 169). En la pasada campaña presidencial, las bromas sobre el presidente fueron más de 300 por ciento superiores en número a las que hubo sobre su adversaria Hillary Clinton. Históricamente, tanto las bromas en los talk shows como la cobertura periodística, ha sido significativamente más crítica contra los republicanos que contra los demócratas, pero hay evidencias de que ello no fue el detonador del presidente contra los medios en Estados Unidos. Su rechazo a ellos es histórico.


En un recuento que realizó en octubre Trevor Timm para la revista especializada en medios Columbia Journalism Review –editada por la Universidad de Columbia, que es la que entrega los Premios Pulitzer-, recordó que sólo en la década pasada, Trump demandó a un periodista de The New York Times por escribir un libro sobre él que, reconoció, no había leído, y amenazó con hacer lo mismo contra la exanfitriona del programa View, Rosie O'Donnell, por mostrar las acusaciones en su contra durante la campaña que, por cierto, resultaron ciertas. Demandó también a Bill Maher, conductor en un programa de HBO por una broma. Antes, apuntó Timm, amenazó en 1979 con demandar a un periodista del semanario alternativo neoyorquino Village Voice, y en 1984 sí lo hizo contra el Chicago Tribune, por calificar sus planes de construcción como "estéticamente feos".

En septiembre pasado amenazó con demandar a The New York Times, y su equipo, dijo Timm, pidió que la policía detuviera a un reportero de Vice afuera de un evento de campaña. Cuando hubo atentados terroristas ese mes en Nueva York, Trump rápidamente acusó de ellos a la "libertad de prensa". En octubre volvió a arremeter contra el Times, por haber publicado su manipulación fiscal en 1995 para no pagar impuestos, y más adelante sugirió auditorías fiscales contra Jeff Bezos y Amazon por el hecho de ser el propietario de The Washington Post, cuya cobertura sobre la campaña le disgustaba.

Al portal Hufftington Post y a la revista Rolling Stone los ha amenazado desde 2015 con demandarlos por una suma que aún no ganan, y en julio de ese año amagó con demandar a otro portal, The Daily Beast, por publicar una historia sobre las acusaciones de violación que le había formulado su exesposa Ivana Trump en 1989. En ese mismo mes amenazó a la Coalición Nacional de Medios Hispanos por emitir un comunicado donde decía que sus declaraciones sobre los mexicanos eran peyorativas y racistas.

Trump es históricamente hostil contra los medios y desde febrero del año pasado ha venido esbozando lo que haría de llegar a la presidencia. En una entrevista para un libro sobre él en The Washington Post en mayo, dejó claro lo que haría. "Voy a presentar más demandas de difamación, quizás contra ustedes mismos. No quiero amenazar, pero encuentro que la prensa es increíblemente deshonesta". Por lo pronto, no sólo a través de Twitter, sino una vez en la Casa Blanca, a través de acciones, la dinámica con los medios va a cambiar.

En vísperas de la toma de posesión, los responsables de medios en el equipo de Trump anticiparon que quieren mover la oficina de prensa en el Ala Oeste de la Casa Blanca, donde tienen acceso libre a los funcionarios de comunicación de la presidencia, fue de ese lugar que han tenido por más de 60 años, y llevarla al edificio contiguo, el Old Excecutive Building, que si bien es parte de las oficinas de la presidencia, es llevarlos fuera por completo de todo acceso a la información. Durante el tiempo de la transición, la prensa vio cómo empezaron a cambiar las cosas, donde hubo actividades de Trump que no les fueron anunciadas para poder cubrirlas.

Limitar el acceso a los medios le permite a Trump alcanzar, a través de la comunicación directa, a los gobernados. El problema central es que el presidente, de acuerdo con todas las evidencias, es altamente proclive a decir mentiras, por lo que sin el contrapeso de los medios y la verificación y confirmación de sus dichos y declaraciones, lo que recibirán los gobernados serán contenidos fragmentados, manipulados o definitivamente falsos y propagandísticos. El derecho a ser informados pasará a la facilidad para ser enajenados por Trump. Si la transparencia es una de las herramientas de la democracia para contrapeso del poder, la opacidad que pretende Trump es una regresión de esos valores sobre los cuales se ha construido Estados Unidos, que ha servido de modelo para muchas naciones en el mundo.

Los medios estadounidenses están preocupados, incluso en algunas partes alarmados por el futuro de la información con Trump. En una carta que envió el 18 de enero la Sociedad de Periodistas Profesionales de Estados Unidos, que reúne a 69 organizaciones, asociaciones, sindicatos e instituciones periodísticas en todo el país, a Trump y al vicepresidente Mike Pence, les pidieron tres cosas: la posibilidad de que la prensa pueda interactuar directamente con los funcionarios del gobierno y no ser monitoreados por sus responsables de prensa (como en países autoritarios), acceso a las actividades del presidente, y garantizar que el Acta de Libertad de Información permanezca tan fuerte como sea posible.

En la carta recordaron: "Nuestros Padres Fundadores sabían de la importancia de una prensa que sea libre para informar de las actividades de nuestro gobierno y los funcionarios públicos. 'Nuestra libertad depende de la libertad de prensa y no puede ser limitada sin ser perdida', dijo Thomas Jefferson en una carta el 28 de enero de 1786. Y aun así, aquí estamos, casi exactamente 231 años después de que Jefferson escribiera esas palabras, y los atentos para limitar el flujo de información para los ciudadanos de Estados Unidos, continúan".

¿Modificará el presidente Trump su relación con los medios, los gobernados y con la libertad sobre la que se construyó Estados Unidos? En la prensa de ese país no son optimistas, y empezaron a prepararse para la era Trump, cuando también para la libertad de expresión, cambió el paradigma.

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