After Office

'Darkest Hour': la hora de Gary Oldman

La más reciente cinta de Joe Wright, que nos muestra a un Churchill heroíco y apasionado, también es una obra que permite ver el despliegue de talento de Oldman, quien puede dar por hecho su nominación a los Premios de la Academia.

En Darkest Hour hay dos escenas que pueden dibujar bastante bien a Winston Churchill: en una, el primer ministro entabla una diatriba con el vizconde de Halifax sobre negociar o no la paz con Alemania: ¿por qué me interrupe cuando lo estoy interrumpiendo? vocifera. En otra, mientras desayuna con el rey Jorge VI, éste lo cuestiona sobre cómo hace para beber tanto. Se requiere práctica, asegura burlón.


En la más reciente cinta de Joe Wright vemos a un Winston Churchill, interpretado magistralmente por Gary Oldman, asumiendo el rol de un primer ministro del Reino Unido que se debate entre negociar la paz con Alemania o llevar al reino a la guerra que ya asolaba a Europa en mayo de 1940.

Detrás de un montón de toneladas de maquillaje y prostéticos, Oldman es una fuerza de la naturaleza como un Churchill locuaz y voluble, enérgico y frágil, firme y distraído a un mismo tiempo, que debe hacer frente a la crisis que se avecina con la bota nazi asolando al viejo continente; las actuaciones de Kristin Scott Thomas y Lily James, como su esposa y secretaria respectivamente, se equilibran con la de él para ofrecer un trío soberbio.

Hay muchos elementos en esta película que podrían ser fácilmente vinculados a The Crown (Peter Morgan) e incluso a Dunkirk (Christopher Nolan), lo cual no significa que desmerezca; al contrario, encaja perfectamente entre éstas a manera de una sutil e indirecta trilogía.

A diferencia de muchas películas bélicas, Joe Wright, indudablemente apoyado por el brillante guión de Anthony McCarten, recurre a diálogos rápidos y emocionantes que le dan a Darkest Hour un ritmo más trepidante, apoyados por la electrizante musica de Dario Marianelli, quien nos mantiene al borde del asiento.

Mención aparte merece la fotografía pulida y hermosa de Bruno Delbonnel con su retrato de ese Londres gris, sucio y lluvioso que está, literalmente, a punto de enfrentarse a sus horas más oscuras pero también, esos primeros planos de Oldman en un pequeño cuadro de luz rodeado de un fondo negro que simbolizan a la perfección el intento de la mente del ministro por mantenerse clara mientras las tinieblas acechan: ¿Negociar o no con Hitler? ¿Pedir ayuda a Estados Unidos? ¿Engañar a la población sobre el futuro aciago que se acerca?

A lo largo de toda la película Oldman va desplegando de forma sorprendente los puntos oscuros y brillantes del primer pmnistro, pero será en las escenas finales donde éste pone su sello particular y se desmarca de interpretaciones anteriores de este controvertido personaje.

A la postre, figuras como Winston Churchill no pierden relevancia con el pasar de los años y prueba de ello es una pregunta que hace a la mitad de la cinta que podría aplicarse totalmente en el contexto mundial actual: ¿Se debe tratar de complacer o apaciguar a un tirano en aras de buscar la paz?

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