After Office

Nacho y Compañía

En México las letras están de luto. Un contunde accidente automovilístico le ha quitado a Ignacio Padilla la posibilidad de contar historias.

Un escritor es una forma de ver la vida. Ignacio Padilla ha muerto. Un contunde accidente le ha quitado la posibilidad de contar historias, que tanto le gustaba. La obra de los escritores tienen una gran virtud: quedan para que los futuros lectores juzguen y disfruten de sus líneas que contienen, eso sí, su vida, su forma de ver la vida. Y, sin embargo, sigue vigente su sonrisa genuina como las letras.

Nacho, en la derivación del nombre no habita la camaradería (que era fácil con él), tampoco la familiaridad (igual de sencilla en el trato), más bien la contracción de un sello, Nacho era de un trato cordial, de unas formas simples y de una amenidad poco comunes en el mundo literario mexicano. Con su libro Cervantes y Compañía demostró su vocación por la difusión de los clásicos. Y en esa gira se le vio feliz, esa ocurrencia tan rara en la presentación de dos titanes del mundo de las letras. Nacho asumió la escalada con hombría y con, debe rescatarse, amabilidad. Su prosa, siempre gentil, llegó a los límites de la cofradía entre el guía, el lector y los Edificios de la novela y el teatro. Con Padilla se va una forma de México, del México de la posguerra fría y la alternancia. Cuentista riguroso y deslumbrante, hizo del género una recapitulación de los hechos.

Nacho Padilla entendió que todo escritor es, además, un relato que cuenta relatos. Su apasionada voluntad por la lectura lo llevó a lugares deshabitados y llevó a esos sitios a sus lectores. Fue, categóricamente, un autor compartido. No se negó nunca a una charla ni a una sugerencia literaria. Nacho tenía apenas 48 años, una adolescencia que duele por lo que ya no vendrá. Sus muchos lectores le duelen y le lloran por tan abrupto final de un maravilloso relato que fue su vida, su forma de ver la vida.

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