After Office

Hay parque y estamos aquí

México necesitaba una victoria en cancha ajena y, misteriosamente, ha llegado sin agresión de por medio. La respuesta del equipo mexicano aterriza en el campo de la política que no es verde: si hubiera muro no estaríamos aquí. 

Pocas veces la Selección Mexicana, acostumbrada a compartir frustraciones en Copas del Mundo, ha asumido la raza y el espíritu como esta noche, tres días justos después del anuncio del triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos.

Columbus fue para los estadunidenses, el fortín en el que resguardaban su fortaleza contra el vecino del sur al que vencían con malsana costumbre. Cuando al general Anaya le preguntaron los invasores al Churubusco, a Tacubaya y a Padierna en dónde estaba el parque, este respondió: si hubiera parque ustedes no estarían aquí. La respuesta del equipo mexicano aterriza en el campo de la política que no es verde: si hubiera muro no estaríamos aquí. Hay parque y hay raza.

El futbol es un hecho político. Ni duda. Como postre de las ofensas, patadas sin balón, del magnate que el 20 de enero ocupará la Casa Blanca, el equipo mexicano sacó el portaestandarte del orgullo para vencer, en un emocionante final, a un local sobrado de autoestima y desgaste físico. La paz es la violencia por otros medios y el equipo de Osorio, tan distinto a tan distintas ocasiones, asumió su papel de avanzada contra la intolerancia y las barras, justo cuando las estrellas han desaparecido en medio de la noche que llega inminente.

Y ha sido Rafael Márquez, el astro eterno, el mismo que en 2002 estalló contra Koby Jones en aquel mediodía coreano cuando Estados Unidos despachó a México de los octavos de final del Mundial del 2002, el mismo que sabe que la camiseta es verde y la sangre roja, el mismo que embelleció al Barsa, el mismo que se renuncia al águila y la serpiente, el culpable de un histórico triunfo, cargado de pertenencia, en tierras del norte. Márquez fue Pancho Villa camino al Álamo.

Cuando cayó el segundo gol mexicano todo el terreno de percal y de abalorio se fundió en un grito estruendoso: México sacude en el deporte la boca del pensamiento único. No. No. No. El vecino sureño del amigo americano no es tierra de narcos, de criminales ni de violadores.

Tampoco de usurpadores de la mano de obra americana. También es futbol, también pelota y también gol, ese orgasmo del juego. Nada más amoroso en este duelo que el respeto al mejor. Esta noche del 11N (11-11) del 2016 confirma que el deporte soporta las más venerables virtudes humanas y que ellas pueden revertir el indecoroso discurso de la bronca como plataforma política. México necesitaba una victoria en cancha ajena y, misteriosamente, ha llegado sin agresión de por medio.

La otra mejilla lleva su encanto cuando los mercaderes de los templos tiemblan ante el tirano.

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