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Eduardo Chillida y su temple indomable

Eduardo Chillida Belzunce se sobrepone a la paraplejia. "el arte está más en la mente que en la manos", dice. El artista vuelve a la escultura con la muestra "Diálogos entre luz y materia", en el lobby del Hotel Presidente Intercontinental.

Los Chillida son una familia vasca que asimila sus tragedias de una manera muy peculiar: en lugar de rendirse ante la desgracia, aprovechan el infortunio para labrar un nuevo camino, quizás muy distinto al que tenían en mente.

Lo saben Eduardo Chillida padre (1920-2002) y Eduardo Chillida hijo, cuyas vidas fueron trazadas por el azar de manera casi caprichosa: al primero una lesión en la rodilla le arrebató el sueño de una carrera futbolística; al segundo un accidente en motocicleta lo dejó parapléjico. Ambos, justo cuando sus vidas se encontraban al límite, tomaron la brocha y el cincel. Hoy sus nombres son referentes mundiales del arte.

Eduardo Chillida Belzunce (San Sebastián, 1964) está en la Ciudad de México para presentar Diálogos entre luz y materia, exposición con la cual regresa a su faceta como escultor, una actividad que había abandonado desde el incidente que lo dejó en coma durante un mes y medio.

"El arte se hace más con la cabeza que con las manos", sentencia el menor de los hermanos Chillida mientras bebe un té de limón con miel. Los tragos estimulan su garganta. Su manera de charlar es pausada. Después del incidente, su capacidad de habla quedó muy afectada. "Me he recuperado poco a poco. El 99 por ciento de los médicos me daba por muerto".

Chillida Belzunce recuerda a su padre como un hombre justo, cariñoso y trabajador, siempre interesado en la creación artística desde sus dos grandes bases: el amor a su familia y al futbol. El autor de Peine en el viento –el conjunto escultórico más emblemático del País Vasco– fue portero titular de la Real Sociedad en 1943, cuatro años después del inicio del régimen franquista. Era tan hábil que incluso el Real Madrid quería ficharlo. Pero su idilio terminó cuando Sañudo Pies de Oro, la figura del Valladolid, le destrozó la rodilla.

"A mí no me gusta tanto el futbol, sólo cuando gana la Real Sociedad", dice el hijo con una pícara sonrisa en el rostro. El deporte que más le gusta es el tenis. Rafael Nadal, por obvias razones, es su favorito. Reconoce la grandeza inusitada de Roger Federer, pero le irrita la racha ganadora del serbio Novak Djokovic. "Me cae mal, no me gusta que siempre triunfe".

Chillida Belzunce quizás no heredó de su padre la pasión por la pelota, pero sí por la plástica. Desde muy pequeño trabajaba en esculturas de tierra o barro. Lo que más le atraía, dice, era el simbolismo del cuerpo humano, sobre todo la figura femenina. Su primera terracota fue una mujer con las piernas cruzadas.

Nunca subordinó su intuición a una academia. "Yo soy autodidacta", asegura este hombre que tuvo un brevísimo paso por la Escuela de Artes de Deba y el Círculo de Bellas Artes.

El accidente lo obligó a ser zurdo desde muy joven. "Las manos lo son todo y de diferentes maneras. Para mí son como la Bahía de San Sebastián: parece que siempre son iguales, pero no es cierto. Cada día son distintas". Sí, la tierra donostiarra representa para él una inspiración absoluta, un sentimiento profundo, aunque alejado del nacionalismo.

"Los vascos somos más duros y trabajadores. Pero eso no quiere decir que los madrileños, los catalanes o los andaluces no lo sean. Simplemente somos un pueblo distinto, con una cultura increíble. Las ideas separatistas no tienen lógica. Es posible la pluralidad cultural en una misma nación", comenta el artista.

"Me hubiera encantado hablar euskera. No sé si mi oído sea demasiado tonto para entenderla, pero me ha resultado imposible aprenderla. Por desgracia me tocó vivir una época en la que Francisco Franco no nos dejaba hablar en otro idioma que no fuera el español".

Es por ello que detesta todo lo que atente contra la diversidad, pero sobre todo contra el libre albedrío. Por eso rechaza las acciones de ETA, el grupo terrorista que promueve la independencia vasca, y no se atreve a definirlo como "fenómeno cultural", tal y como lo estableció la semana pasada la Capitalidad Europea de la Cultura San Sebastián 2016.

Alejado de la teoría, reconoce que sus obras son el resultado directo de sus impulsos más naturales."Estar seguro de uno mismo nunca es malo. De lo que no hay que estar seguro nunca es de cómo va a ser el próximo cuadro".

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