Retrato Hablado

“Que vean que México ya no es el de Frida y Diego”

Johann se preparaba para aprobar el examen de admisión de la UNAM, donde iba a estudiar Historia del Arte o Ciencias Políticas, con mayor probabilidad. Pero se distrajo una vez más. Más de uno había insistido en que tenía futuro como modelo.

En las Olimpiadas de Los Ángeles, en 1984, se formó una inusitada pareja de mexicanos: él, velerista, campeón del mundo, de origen alemán. Ella, clavadista, colombiana de nacimiento.

La familia Mergenthaler se hizo con Max, Johann y Liesel. El trío está en los veintes. La madre se casó otra vez y vive en Suecia. El padre se deambuló hasta establecerse en Holanda.

Johann era el predilecto de su abuelo paterno, que llegó al final de la guerra hasta México como polizón. El capitán, que navegó los siete mares como se cuenta en las leyendas, sirvió a Petróleos Mexicanos por años. Con el tiempo y, sobre todo, con esa tenacidad que caracteriza a los inmigrantes, fundó su propia empresa que acabó proveyendo a PEMEX de radares y otros instrumentos de navegación.

De alemán, Johann sólo tiene la pinta y la voluntad. Su resto es latino, comenzando por su forma despreocupada de ser. Es un muchacho distraído, pero aprende rápido y aprende solo. Odiaba tanto el Colegio Alemán como el Madrid pero lo salvó el abuelo cuando le dijo que la escuela no servía para nada, que la dejara sin remordimientos y cursó la preparatoria abierta sólo para mitigar la pesadumbre de sus padres.

Mergenthaler se preparaba para aprobar el examen de admisión de la UNAM, donde iba a estudiar Historia del Arte o Ciencias Políticas, con mayor probabilidad. Pero se distrajo una vez más. Más de uno había insistido en que tenía futuro como modelo. Él alzaba los hombros. Fue el diseñador Carlos Temores quién lo empujó a la pasarela. David Souza, dueño de una pequeña agencia de modelos –Paragon– recibió sus primeras fotografías.

Si Johann extendiera un brazo hacia arriba, seguramente rozaría el techo. Es rubio, y claro, tiene los ojos azules. Nada heredó del físico de su madre, una mulata temperamental de metro y medio. Tampoco tiene el cuerpo macizo que tuvieron sus padres, atletas olímpicos. Su complexión no es apta para el modelaje en México, explica, donde se contratan modelos musculosos, piel olivo. Para su fortuna, su figura tenía más sentido en Nueva York. Y en Milán. Y en París. En esas ciudades se vistió con la ropa de grandes diseñadores internacionales como Narciso Rodríguez y Prada, y adquirió perspectiva sobre la magnitud de la industria.

En Nueva York, mientras se lucía, se le ocurrió que había que replicar ese ambiente en México, que había que "levantar" la industria de la moda. Se asoció con Souza en Paragon, a los dieciocho. Los jóvenes cambiaron el perfil de lo que solía ser una agencia mexicana de modelos, que hasta entonces tenía una orientación comercial, es decir, que representaba modelos aptos para aparecer en catálogos, por ejemplo. Mergenthaler y Souza impulsaron una nueva estética de la modelo nacional, que aspiraba a abrir la impenetrable muralla del high fashion. Dos de las modelos mexicanas que ya entraron a las grandes ligas, Alejandra Guilmant y Cristina Piccone, están representadas por Paragon.

Internet, dice, liberó a la moda. La hizo alcanzable y democrática. Con una computadora uno se traslada a un exclusivo desfile en París y obtiene la materia prima, porque en ese planeta que es la moda, la clave está en saber imitar.

Mergenthaler y su cómplice también construyeron Nook (que significada vestido en maya), una plataforma para que los diseñadores muestren sus dos colecciones anuales, Pimavera-Verano y Otoño-Invierno. Nook –se pronuncia noc– se fusionó con Fashion Week, el gran escaparate de la moda en nuestro país. Sus creadores han llevado las pasarelas a La Ciudadela, el Bosque de Chapultepec, la fuente de Nezahualcóyotl, el Frontón México y el Casino Español.

Le pregunto por la tendencia de incluir a hombres y mujeres de apariencia extravagante, con defectos visibles –que él no tien– o con rostros claramente asimétricos. Mergenthaler es un partidario de suprimir el estándar clásico de belleza clásica pero estas nuevas modelos "conceptuales" son la encarnación de la propia moda. Sus caras imperfectas se olvidan después de una o dos temporadas exitosas. Sus carreras se acaban pronto.

También quieren reiventar la industria. México está listo, asegura. Quizá no será una potencia del nivel del eje Nueva York-París-Milán, ese planeta gobernado por la todopoderosa Anna Wintour –la editora jefa de la edición norteamericana de Vogue– pero podríamos competir con Brasil, esa fábrica de mujeres majestuosas.

Estamos lejos. En Nueva York, cinco por ciento de la población vive de la industria de la moda. Nuestro país, explica, es un gran consumidor de artículos de lujo que no producimos. Existe una oportunidad. Enorme. Mergenthaler va a aprovecharla. "Invitamos fotógrafos, editores, diseñadores y expertos para que vean que México crece, que México es otro, que ya no es el de Frida ni el de Diego".

Está desvelado pero a los veinticuatro la falta de sueño apenas se nota. Bebe despacio un té. Me cuenta de su naciente colección de fotografías. Tiene poco más de cincuenta. La mayoría está expuesta en su departamento de La Condesa. Las otras ya tienen destino: eventualmente van a archivarse en una fundación.

La primera fue un retrato de María Elvia Amaya de Hank, esposa del exalcalde de Tijuana, Jorge Hank Rhon, que es parte de la famosa serie de Yvonne Venegas, hermana gemela de la cantante Julieta Venegas.

"Es una imagen muy crítica. Es la imagen de una mujer muy bella en su rancho de Tijuana, donde tiene un zoológico, a la Pablo Escobar".
La colección incluye a fotógrafos extranjeros y, por supuesto, a nuestros consagrados: Manuel Álvarez Bravo, Gabriel Orozco y Graciela Iturbide, entre otros. Lo que da sentido al conjunto es México. México viejo y México nuevo.

_Así que en eso gastas tu dinero…

-Pues sí-, ríe. Ahora tengo el ojo puesto en un vintage a color. El fin de semana voy a Nueva York para recogerlo, junto con otras tres imágenes. No me puedo detener. Coleccionar foto es como guardar al mundo.

Un cachito, sí.

También lee: