Retrato Hablado

“Los niños son la inversión de un país”

Deseaba convertirse en uno de los primeros profesionistas de su estirpe. Quería ser médico, “salvar al mundo” y trascender. De niño anhelaba encontrar su nombre en la enciclopedia, esa colección majestuosa de tomos que descansaba.

Es fanático del Doctor House. Y encima comparte su nombre.
Lo mismo que el personaje, no frena. Los médicos y las enfermeras del Hospital ABC saben que es un hombre inagotable. No sale de la terapia intensiva, que es cielo e infierno para los padres de los recién nacidos en estado grave. Ahí está los fines de semana; ahí está en las fiestas, ahí está todos y cada uno de los días. Pacientes y compañeros le preguntan qué hace en esa sala a deshoras. Dicen que la gente que trabaja de sol a sol huye de algo.

"Lo he escuchado, y creo que es verdad. Pero alguien tiene que hacer el trabajo sucio" –juega–; "alguien tiene que supervisar, alguien tiene que pelearse con las autoridades del hospital; alguien tiene que hacer de policía malo. Pero es cierto, el hospital es mi refugio".

Es contradictorio que sea él quien impone disciplina en la unidad neonatal. Él, que siempre ha encontrado la manera de brincarse las reglas.

Gregory Torres recibió a los siete bebés que llegaron al ABC después de la explosión en el Hospital Materno-Infantil de Cuajimalpa, esa desgracia en la que murieron cinco personas, tres adultos y dos bebés.
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Gloria Palomino Bernal nació en la Doctores. La mujer, de expresión severa y carácter autoritario, siguió el ejemplo de su familia –de raíz obrera–, y se estableció en Inglewood, California. Trabajó en una fábrica de focos y sacó adelante a su hijo y a su familia de origen, que permaneció en México al cuidado de la abuela.

De su padre, Gregory sólo tenía los ojos. Quizá su ausencia (y la edad, por supuesto) contribuyeron a recrudecer su rebeldía. Su madre se había molido para conseguirle la residencia estadounidense de la que él renegaba. El muchacho se aislaba. Apenas quería saber de su familia, demasiado convencional a su juicio, hasta que volvió. En su tío encontró a un padre y la abuela murió en sus brazos, reconciliados.

El coordinador de neonatología del Hospital ABC de Santa Fe era irrespetuoso, desafiante e inseguro. Pero sabía compensar. La obesidad perdía alcance frente a su capacidad mental. No así su indisciplina.
En la escuela primaria Lucas Ortiz Benítez, que se localizaba dentro de la unidad habitacional donde vivía, se negó a formar parte de la escolta. Concursó a fuerza en la Ruta Hidalgo, como se le llamaba antes a la Olimpiada del Conocimiento Infantil. Su crítica temprana a la Iglesia católica hacían enfurecer a su parentela. Se resistía a recoger los diplomas que merecía su aprovechamiento escolar.

Sin embargo, deseaba convertirse en uno de los primeros profesionistas de su estirpe. Quería ser médico, "salvar al mundo" y trascender. De niño anhelaba encontrar su nombre en la enciclopedia, esa colección majestuosa de tomos que descansaba –grandiosa– en el librero que dividía su habitación y la de sus primos hermanos.

Estudió en la Prepa nueve. La escuela era su refugio, los libros su escape. "Tenía un método un poco irregular. Leía con la música a todo volumen, en medio de una fiesta familiar. Leía caminando, en el cine, en un concierto, en el metro o en un café. En cualquier lugar menos en donde encontrara paz".

En esos años el deporte lo distrajo brevemente. Pero el futbol americano y el basquetbol le robaban horas de estudio. Una breve crisis vocacional lo atrajo hacia las humanidades: pensó en psicología, filosofía, letras. La duda permaneció el primer año de medicina. "Me pesaba la bata blanca", cuenta. Lo hacía sentirse como el médico clásico, estirado, todopoderoso. Aún no usa la bata, y detesta que le digan 'doctor'.

El periodo de formación profesional, en Ciudad Universitaria, le aportó confianza. Desarrollaba sus habilidades como médico y notaba que aventajaba al resto. "Vivía y pensaba como médico", y despreciaba los reconocimientos (fue el mejor promedio de su generación en pediatría, el primero en neonatología, el quinto lugar nacional en el examen de certificación y el doceavo en la Universidad Nacional. Por poco deja su título en la UNAM porque lo importante –que era saber– ya lo tenía.

Además de distinguirse de nuevo por sus notas, destacó durante la residencia en el Centro Médico por su inclinación social. Se preparaba en el Hospital Infantil de México en Oncología, pero problemas de salud y la llegada de su hijo Mylos lo devolvieron al Hospital Siglo XXI para terminar neonatología, mientras hacía guardias en varios hospitales.

__Creo que ser médico, pediatra particularmente, es una de las profesiones más nobles. Recuerdo sin embargo a mi padre, quien decía que algunos médicos se sienten Dios.

__¿Qué piensas al respecto? ¿Cómo es tener una vida tan frágil en tus manos?
__Es cierto. Muchos médicos se sienten dioses. Mi ventaja es que yo no creo en él. Los profesionales de la salud se sienten seres soñados, como bajados del Olimpo. Yo procuro no perder la perspectiva y ayudar a la gente.

Al personal del hospital le sorprende aún que este médico, perfeccionista, exigente, aparentemente rudo y seco se dedique a la pediatría. Es para personalidades más dulces, le dicen. Gregory se ríe. Siempre quiso ser pediatra. "Los niños son la inversión de un país". Al suyo mucha falta le hace mirar al futuro con optimismo, con esperanza. "El papel del pediatra es social. Es un elemento más de la familia; es fundamental en la crianza; es un compañero en el crecimiento y desarrollo del niño".

__¿Y por qué escogiste a los recién nacidos? ¿Por qué ellos?
__Mi intención era hacer cirugía fetal, para intervenir aún más temprano en el desarrollo del niño. Por distintas razones no pude especializarme, pero encontré mi lugar en la neonatología. Me permite observar la magia de la creación humana. Me otorga el privilegio de observar el origen de nuestra existencia y comportamiento en tercera dimensión.
Este hombre, padre de un niño de siete, todavía quisiera ser cantante de rock, músico de jazz y novelista. Este hombre sueña, y busca el sentido de la vida en la batalla contra la muerte, que no debería cruzarse con los que acaban de nacer.

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