Retrato Hablado

"En México no hay grandes pensadores"

Me gustaría que mi inteligencia fuera probada de otra manera y que no se midiera con un número; él quiere fabricar teorías, desarrollar ideas, escribir ensayos.

Luciano Concheiro es hijo único, y es egocéntrico como muchos de ellos. Él reconoce que esa condición lo ha determinado de varias formas. No le teme a la soledad, por ejemplo. Al contrario; la disfruta y hasta la necesita. Lo deja estar con la singular compañía de sus libros.

Tiene veintitres años. Desde pequeñito ha preferido a los adultos.
"Tengo muchos amigos muy mayores, de la edad de mis padres".

Hijo de un académico que figura entre los dirigentes de primera línea de Morena y una agrónoma que pertenece a una organización no gubernamental que se opone a los transgénicos, Luciano nunca destacó en los deportes. Fue un "niño problema" en el Colegio Madrid y en la Bartolomé Cosío. Se aburría y hacía tonterías. A pesar de sus excelentes calificaciones, fue suspendido más de una vez por problemas de conducta, hasta que se hartó y mandó al diablo el sistema escolarizado. Cursó la prepa en la escuela abierta y la terminó en unos meses. Con el dinero que ahorró a sus padres en colegiaturas y su permiso, viajó seis meses por Europa, leyendo y visitando museos.

"Ahí me hubiera quedado, pero para mi papá era vital que yo conociera la realidad mexicana", de modo que a los dieciseis, ingresó a la UNAM para estudiar historia. Pronto llamó la atención de sus maestros y asistió a Enrique Semo primero y a Ricardo Pozas después con sus respectivas investigaciones.

Le pregunto a Luciano si es un superdotado y me hace una mueca. Detestaba –todavía lo hace– que le dijeran genio. "Me gustaría que mi inteligencia fuera probada de otra manera y que no se midiera con un número". Entiende sin embargo que llama la atención, que es demasiado joven para casi todo; para estudiar el doctorado en historia, para ser profesor, para publicar su primer libro en una editorial importante.

Me extraña que no haya estudiado en una de las universidades de la Ivy League. Y cuenta que el nacionalismo de su padre fue un obstáculo muy afortunado: "Su plan era que echara raíces aquí porque sabe México me da claustrofobia. Es el país de los desayunos y las cenas. El ambiente social te traga y yo necesito encerrarme a lo mío que es leer y escribir".

Estuvo de pasada en Harvard como asistente de un profesor y seis meses de intercambio en Berkeley. No la pasó bien. "No hice muchos amigos. Tampoco en la UNAM. Me obsesioné con el estudio, por alcanzar un gran promedio y por publicar. Socializaba con los profesores. Las universidades en Estados Unidos pueden ser un paraíso pero también una jaula: hacía quince horas de biblioteca al día".

-¿Tienes dificultad para relacionarte con gente de tu edad?
-A veces. Es que nuestra situación es muy diferente; yo vivo solo, tengo que trabajar, que enfrentarme al mercado laboral y que determinar hacia dónde va mi línea de vida. Mis amigos siguen en la licenciatura. Siguen en el relajo.

Concheiro eligió Cambridge para hacer su maestría en sociología. "Fue lo más cercano a tomar los hábitos. Me dedicaba a estudiar y tenía resueltos todos los problemas de la vida práctica".

Cualquier otro se hubiera quedado para el doctorado. Luciano no. Volvió porque lo asustaba la idea de convertirse en un "académico puro". Él quiere fabricar teorías, desarrollar ideas, escribir ensayos, y eso no se lo iban a permitir en Inglaterra. Luego encontró un gran lugar, un lugar privilegiado en un país donde no se produce pensamiento. Es discípulo del que considera el más agudo pensador mexicano con vida: Roger Bartra.

"No hay pensamiento original en México. Hay grandes poetas, grandes escritores, grandes periodistas pero no hay pensadores. No tenemos ideas, y esa es mi pasión. Yo aspiro a elaborar ideas originales, arriesgadas.

-¿Cómo fue que nos quedamos sin ideas?
-Porque el campo cultural ha sido cooptado por los columnistas.

En breve estará disponible El Intelectual Mexicano, una Especie en Extinción, el primer libro de Concheiro (en coautoría con Ana Sofía Rodríguez). La hipótesis de los autores es que los medios de comunicación se apoderaron de la producción intelectual. Las razones son diversas: otorgan visibilidad, pagan bien, quitan poco tiempo.

Agrega Concheiro que el público mexicano rechaza la densidad: "Foucault fue un best seller en Francia porque existe un mercado educado amplio, consumidor de ese tipo de discursos. Heidegger no escribió una palabra durante diez años antes de publicar Ser y Tiempo.

El pensamiento de gran calado exige tiempo, y los medios no pueden dártelo. Hay una dinámica económica y política que opera en detrimento de la reflexión profunda".

Luciano sostiene que frente a los comentócratas, los especialistas, los académicos, los periodistas y los columnistas están contados los intelectuales, seres en peligro de extinción. "En términos teóricos y conceptuales, así es, aunque hay –por supuesto– notables
excepciones".

Entre los personajes que Concheiro y Rodríguez entrevistaron figuran Víctor Flores Olea, Vicente Leñero, Jorge Castañeda, José Woldenberg, Héctor Aguilar Camín y Juan Villoro.

Los jóvenes investigadores esperan que, junto con otros exponentes de su generación, puedan "arreglar" el rumbo y originar ideas nuevas. Pero lo duda. Sostiene, con tristeza, que a sus coetaneos anhelan la exposición pública.

Le devuelven la confianza algunos escritores que rondan los treinta años –Valeria Luiselli, Emiliano Monge, Carlos Velázquez, entre otros– que han sabido replegarse y concentrarse en su obra.

-O sea que no te vamos a leer en ningún periódico en los próximos diez años. Estarás metido de cabeza en tus libros.
-Yo espero resistirme. Tengo una beca para escribir mi tesis doctoral, colaboro en otros espacios y tengo proyectos editoriales.

Uno de ellos es su libro número dos, que será publicado el año próximo: Filosofía Práctica del Instante, una exploración del fenómeno que a su juicio describe mejor a las sociedades contemporáneas de México y los demás países en desarrollo: la aceleración. "Sentimos que no nos alcanza la vida. Todo ocurre a una velocidad vertiginosa y nos la procuramos. Consumimos cocaína o metanfetaminas para llevar a nuestros cuerpos a su límite biológico".

Luciano no. Él quisiera que el tiempo siga transcurriendo con lentitud. Se lee, se escribe y se piensa en la calma.

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