Política

“En la Corte tienes que hacerte muy resistente a la frustración”

José Ramón Cossío, ministro de la Suprema Corte, empezó al revés. Terminó la prepa -en la cinco- y se fue de la ciudad a la provincia, para estar junto al padre en sus últimos días.

CIUDAD DE MÉXICO. José Ramón Cossío empezó al revés. Terminó la prepa -en la cinco- y se fue de la ciudad a la provincia, para estar junto al padre en sus últimos días.

Como si trajera las leyes en la cadena de ADN, nunca dudó de su profesión. Su madre le contó que a los cinco años anunció que sería abogado. Más de una década adelante, ingresó a la Universidad de Colima, entró a trabajar a un despacho y le resultó casi natural hacer las dos cosas a la vez, además de entregar horas de servicio en el bufete gratuito de la facultad.

Brevemente lo atrajeron la filosofía y la historia, pero en un afortunado encuentro, un coloquio sobre la lengua escrita, se topó con el poeta Rubén Bonifaz Nuño, quien lo enderezó: "No se haga tonto y no pierda su tiempo. Siga en derecho y ya veremos".

__¿A qué aspira un abogado que ha llegado tan alto como es posible, a la Suprema Corte de Justicia? ¿Sostiene que no le interesa presidirla?
__Creo que cada uno tiene su esencia. A mí lo que realmente me gusta más es la actividad académica. Yo me concebí desde joven como profesor, por eso llegué hasta el doctorado (en la Universidad Complutense de Madrid). Simplemente, así me concibo.

__¿No es un hombre de poder?
__De joven tuve esa ilusión, pero con el tiempo se me ha atenuado enormemente. Y me he reinventado. Mi ingreso en la Academia Nacional de Medicina y al Colegio Nacional me han llevado por caminos nuevos. Pienso aplicar mis conocimiento jurídicos al servicio de la medicina, por ejemplo. Tengo un montón de proyectos de vinculación del derecho con muchas otras actividades.

__¿Qué tiene la academia que lo sedujo de esa manera?
__La posibilidad de encontrar soluciones a los problemas. La posibilidad de preguntarte por qué, por qué y por qué. Es casi una adicción.

Sus obsesiones son el derecho constitucional y la "maximización" de la Constitución, particularmente respecto de los derechos humanos. Sobre estos y otros temas ha dirigido más de 70 tesis, ha escrito dos decenas de libros y más de 750 artículos.

En el discurso que pronunció al ingresar al Colegio Nacional, explicó que a diario -y aún sin percibirlo- realizamos actos jurídicos. "Somos padres de nuestros hijos, somos hijos de nuestros padres. Celebramos cotidianamente una gran cantidad de contratos".

Adepto de Charles Darwin, del historiador francés Marc Bloch y de Benito Juárez, Cossío busca la manera de fusionar la vida entera con la ley. Es su empeño, en calidad de miembro del Patronato del Instituto Nacional de Medicina Genómica, la Academia Mexicana de Ciencias, de la Academia Nacional de Medicina y de El Colegio Nacional.

Hace años, padeció hipoglucemia. La admiración por su médico, Juan Antonio Rull -quien fue Jefe de Medicina del Hospital de Nutrición-, le despertó el interés por el cuerpo humano y sus misterios. Largas consultas con el doctor se transformaron en intensas conversaciones personales. Tiempo después, mientras dirigía la carrera en el ITAM, ingresó a la Comisión General de Arbitraje Médico.

La conexión entre el derecho y la salud es una de sus prioridades. Desde su ponencia, impulsa jóvenes abogados que serán especialistas en el sector. El año próximo, cuenta orgulloso, enviará a cuatro estudiantes a Harvard y al Hospital Johns Hopkins, entre ellos una valiente muchacha que recién venció al cáncer.

También se ha comprometido con la promoción de la regulación de los cuidados paliativos, junto con Felicia Knaul, profesora asociada de la Facultad de Medicina de Harvard y Directora de la Iniciativa Harvard de Equidad Global.

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A pesar de la solemnidad con la que maneja su cuenta, Cossío aparece como uno de los abogados más influyentes en Twitter. No tiene "mala prensa". Afirma que la salud de su reputación simplemente ha fluido, como la disciplina: "Hay que hacer lo que hay que hacer", decía mi abuelo. Lo aprendí con él y lo continué con los lasallistas -con quienes cursó los estudios básicos. Mucho después, en la inauguración de la notaría de un amigo en Tabasco, le escuché a un sacerdote que si cuidas al orden, el orden termina cuidándote a ti. Pienso que si llevas una vida razonable, la propia vida -a pesar de las crisis y los descalabros- se ordena a sí misma".

__¿No es frustrante ejercer como abogado en un país en el que se sabe que la ley no se va a cumplir de antemano?
__En la Corte tienes que hacerte muy resistente a la frustración. No puedes agarrar pleitos a pesar de las legítimas diferencias porque tu opositor más radical hoy, probablemente será tu mejor aliado en otro asunto mañana. Tampoco puedes radicalizarte porque las posiciones extremas se desechan casi en cualquier órgano. Es un juego estratégico, complejo y muy cansado en términos emocionales.

"Por supuesto, ahí está la contraparte, la satisfacción, por ejemplo en el caso (Rosendo) Radilla. Y no sólo porque yo haya sido el ponente o porque nos haya premiado la UNESCO… Para mí tiene una implicación especial porque cuando yo era estudiante, hubo un gran profesor llamado Gabino Fraga. En 1942 discutió con los otros ministros sobre el control difuso, es decir, que todos los jueces del país debieran desaplicar las leyes que fueran contrarias a La Constitución. Fraga entró en esa disputa con Carrillo Flores, y 70 años después, pude insertarme en una discusión histórica que fue fantástica".

__Dice usted que el derecho en nuestro país suele verse como un obstáculo, como un impedimento para que la gente haga lo suyo. ¿No sucede lo mismo con el lenguaje del derecho? Hablan horrible los abogados… ¿Tiene que ser así?
__No. Cuando llegué a España, me impresionó escuchar a Felipe González. Fue el primer día. Yo estaba en un bar y lo vi en la televisión. Felipe González se arranca hablando y el señor no era grandilocuente, no impostaba la voz. Algo parecido sucedía con los abogados allá: el derecho no era un juego de fórmulas sino un lenguaje encaminado a resolver problemas.

Le pido al ministro que dejemos la ley a un lado y le pregunto por su más reciente lectura. Debí anticiparlo: "Una historia del poder judicial de 1900 a 1910". Sonríe, y me dice que va a contar algo que acaba de detectar de sí mismo, algo que lo aligera, que de cierta manera, lo hace feliz.

"Han disminuido mis necesidades. Tengo una camisa azul a la que se diluyeron los puños. Pues la cambio. He entrado en un patrón de compras de reposición. Sustituyo las cosas y no aspiro a más".

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