Miel y Coles

Una noche, una noche


 
 
Una noche se suma a otra noche que es un soplo de vanidades.

Una noche larga que termina en un cuerpo exhausto.

En una vereda donde cae un alud de mentiras, de piadosas caravanas rumbo a un húmedo ombligo reflejado en un espejo que es un rompecabezas con fragmentos perdidos.

¿Pero no una noche principia con los lamentos del amor?
 
¿No un camino puede seguirse quitando piedras, abrojos, ayes, disgustos, hambre, dolores, reconcomios?

¿No una noche se suma a otra noche infatigablemente?
 
Pienso disuadir a mi oponente hablándole de inmadureces impropias.

No voy a permitir interrupciones abstractas.

No me moverán de mi sitio ceñido con la punta de los dedos al razonamiento.

Es una irradiación la que me conmueve profundamente, la que me obliga a tapizar entonces el silencio obtuso de mis quimeras.
 
¿Pero no una inmadurez es ya impropia?

¿Las interrupciones, todas ellas, son acaso concretas?

¿Porque no todos abren la boca para decir cosas con cordura?

¿No un sueño irradia convalecencias, extravíos, perdiciones, muertes transitorias?

¿Una oscuridad no es un silencio simulado?
 
Pero el que me ofende no sabe de mí.

Alguna idea tendrá de los pormenores del valle de la cólera milimétrica, algo sabrá de los fuegos cruzados entre dos bandos que jamás se han mirado a los ojos.

Se me ocurre una frase para dilapidarla en las redes sociales, para difundirla audazmente en contra mía.
 
Nada como dormir en paz con cuerpos ajenos.

¿Pero no mi cuerpo también es un desconocido que despierta fugaces rencores?

Yo mismo hago garabatos en mi cara para contradecirme ruidosamente.

Un argumento vuela a mi alrededor sin conseguir dar en el blanco.

Enciendo una hoguera con tu mirada que arde mirando otros ojos.
 
Hoy tengo ganas de contar hasta un millón sesenta y nueve sin un parpadeo, vacilante, medrosa, altiva, tímidamente.

No entiendo por qué la gente es seria y solemne.

Voy a cautivar a una contradictoria dama que enciende velas después de la medianoche en un altar que ha erigido a un lado de la repisa donde descansa un santo destronado.

No me hago ilusiones, pero tampoco mis inciensos permanecen humeantes luego de la canción de invierno.

En esta vida no somos para todos.

Desde pequeños somos selectivos, incluso discriminatorios.

Una paloma revolotea con un mensaje ya difuminado por el dibujo de una incesante lluvia.
 
¿Por qué caminamos en la ruta de los que nos ignoran?

¿Y cuando nos sonríen por qué se nos impregna en los labios una estrepitosa duda?

¿Por qué no voy a construir una ilusión a partir de una breve rozadura?
 
¿Por qué nos seguimos de largo cuando vemos pasar a alguien que nos corta el aliento?

¿Una canción de invierno no puede ser cantada en las primicias de una borrasca veraniega?
 
Pienso disuadir a mi oponente hablándole de inmadureces impropias.

Voy a describir cómo cae una gota en su espalda desnuda.

Voy a definir el corte de mi corazón en las madrugadas calurosas.

Voy a decir de una vez por todas el verdadero nombre de la pasión.

Y he de sacudir el polvo de mi estremecedor grito nocturno.

Porque ya no tendré en el buró los recuerdos de sus arrebatados besos.
 
¿Y no una inmadurez ya es impropia precisamente por no haber crecido?

¿Y no los corazones por nacimiento son indefinidos, insolventes, caprichosos?

¿Por qué no he de guardar para mí los sentimientos de la enjundia, las palpitaciones de los quebrantos, las orfebrerías de tu cuerpo?

¿Por qué no he de llamarme a mí mismo con los nombres que susurran los vientos de octubre?
 
Cualquier día voy a sentarme en las rodillas de quien no me quiere.

Y recostar mi cabeza en su pecho adormilado.

Voy a mirar de cerca sus ojos que me negaron con insistencia abrumadora.

No sé si vendrá a mí la osadía de la tentación o el temor del abandono, pero no me va a sorprender el sometimiento de su voluntad.

¿Mi oponente es mi aliado, mi amigo, mi circunstancia íntima, mi quehacer fársico, mi palabra que enmudece, mis lágrimas como piedras en los ojos que no miran?

Una tarde voy a nombrar cada uno de los rescoldos que aprisionan mis puños.

Una noche me voy a olvidar de lo que fui.

Una noche, una noche, una noche.

COLUMNAS ANTERIORES

Víctor Roura, fin de un ciclo
Críticas a destiempo

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.