Opinión Victor Manuel Perez Valera

Reflexión sobre el tiempo, en tiempos de pandemia

Somos seres en devenir, pero no debemos resignarnos a soportar nuestra temporalidad, sino conviene estructurar la vida como tarea.

Para comprender a fondo al ser humano es importante reflexionar sobre el tiempo y la temporalidad. En la vida humana, como realidad radical, influye de modo inexorable el tiempo, este es parte de la estructura empírica de nuestro ser y de nuestro quehacer. Nuestra existencia está enmarcada por las coordenadas de tiempo y espacio, y de estas el tiempo es la más importante por ser una realidad imparable y sucesiva.

Las características del tiempo se pueden deducir, por contraste, de la definición de la eternidad que nos legó Boecio: "Posesión simultánea y perfecta de una vida interminable". La vida humana, en cambio, no es interminable, sino finita, la posesión no es simultánea sino sucesiva y no es perfecta sino precaria, inestable, huidiza. La sabiduría hebrea del Cohelet caracteriza la vida humana como hébel (un vacío inmenso, todo es vacío). La vida es inconsistente, tiene la fugacidad del humo, se aproxima a la nada, sería como atrapar el viento. Con razón el libro más importante de Jean-Paul Sartre se titula El ser y la nada. San Agustín, al reflexionar sobre el misterio del tiempo concluye que tiene más de nada, que de ser; ya que su esencia es dejar de ser y posee un cierto poder aniquilante.

Lo anterior es una buena definición del tiempo cósmico, pero no de la vivencia del tiempo en el ser humano. Podríamos decir que el ser humano humaniza de cierto modo el tiempo. El presente no es un instante sin duración, sino un entorno temporal en el que el pasado y el futuro están presentes en el quehacer humano, en las decisiones más importantes.

Heidegger en Ser y tiempo subraya que la temporalidad no es otra cosa que el Dasein (ser humano) además de "estar allí", está afectado, agobiado, acosado por el tiempo. En efecto, el tiempo pasa y nos traspasa, nos golpea, nos angustia: "todas las horas hieren, la última mata".

El tiempo apunta a la muerte, señala límites y plazos improrrogables. Cada momento vital, cada fragmento de nuestra vida consta de tres dimensiones: percepción inmediata, recuerdo inmediato y expectación inmediata: percibimos que algo se aleja y que algo se aproxima. Esta tensión dramática, hacia algo cierto y a la vez incierto, nos conduce a la suave urgencia de nuestro quehacer cotidiano, a aprovechar mejor el tiempo.

Por consiguiente, el tiempo "pensado", el tiempo de las ciencias, contrasta con el "tiempo vivido". No vivimos del mismo modo los diferentes momentos de nuestra vida. Lapsos cronológicamente iguales, los sentimos más largos o más cortos, como si el tiempo fuera animado por las expectativas del corazón: el tiempo que solo era cantidad adquiere la dimensión de cualidad, no solo se mide, sino se valora. Las tres dimensiones del tiempo se amalgaman, se complementan: el pasado es asumido, conservado y valorado por el presente, y el futuro es pre-sentido y como proyecto, se asimila al presente. El presente como un condensador retiene el pasado y abriga como propios los planes del futuro.

Liberando el presente de la estrechez del tiempo "pensado", el momento actual cobra un gran respiro. Es preciso apreciar y disfrutar cada momento de la vida, como un don precioso, no dar nada por descontado, incluso saborear el beber un vaso de agua, pero sobre todo, en tiempos de pandemia, aprovechar el tiempo, no caer en el aburrimiento, ni perder el tiempo.

Los japoneses tienen identificados a los ladrones del tiempo, que pueden ser los periódicos y las revistas, el celular, la televisión, la computadora, las redes sociales, las informaciones de la web. Organizar el tiempo, fijar las opciones favoritas, es tener un propósito en la vida. Tener un propósito en la vida, en la lengua del sol naciente se denomina ikigai: Iki=vida, gai= lo que vale la pena, lo que tiene valor, lo que apasiona, lo que brinda verdadera felicidad. El objetivo del ikigai no necesariamente es algo extraordinario, sino que también valora las cosas pequeñas.

Somos seres en devenir, pero no debemos resignarnos a soportar nuestra temporalidad, sino conviene estructurar la vida como tarea. Cada proyecto que se realiza, nos construye, nos realiza, pero el principal proyecto es de ser, de ser más. La apertura al futuro, a la novedad, nos impulsa a desarrollar nuestras potencialidades, a utilizar nuestra libertad para superarnos, para lograr la humanización plena. El Cohelet afirma que Dios puso en el corazón del hombre el deseo de eternidad -olam-. (Eclesiastés, 3,11). El hombre está destinado a trascender el tiempo y desde luego, a ser creador de la historia.

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