Victor Manuel Perez Valera

Dos de noviembre: celebración de los fieles difuntos

Festividades importadas como la del Halloween y representaciones folclóricas como la de la “Catrina”, no manifiestan lo esencial de esta celebración.

En unos días celebraremos a los "Fieles", del latín fidelis, porque perseveraron en la fe y "difuntos", del latín fungor, porque cumplieron su tarea. En México esta celebración es como una fiesta nacional: es celebración festiva y a la vez luctuosa, conmemoración de la partida de nuestros seres queridos, que cuestiona nuestra vida: ¿Cuál es el sentido de nuestra existencia?, ¿cuáles son, ante la muerte, los valores decisivos? ¿existe un más allá? Nuestro pueblo deposita flores en las tumbas de los que ya han entrado a la eterna primavera. Este día no es triste, sino dolorosamente festivo, existe una esperanza audaz que reposa en el fondo del corazón. Festividades importadas como la del Halloween y representaciones folclóricas como la de la "Catrina", no manifiestan lo esencial de esta celebración.

Ahora bien, quizá nadie como Pablo de Tarso, en cuatro frases ha expresado de modo muy contundente su actitud ante la muerte:

"Ha llegado para mí la hora del sacrificio y se acerca el momento de mi partida".

Pablo va a sacrificar su vida (hacer de su vida algo sagrado), la va a ofrendar a Dios. Como Jesús en la cruz, va a decir: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Generalmente ofrecemos a Dios nuestros trabajos, nuestras alegrías, nuestras angustias o penas, pero al fin de la existencia hay que ofrecerle toda nuestra vida. La vida y la muerte sólo se exaltan si se ofrendan.

"El tiempo de mi partida ha llegado".

Pablo utiliza para partida la palabra griega análisis, que significa desatar, cortar los lazo con nuestros bienes, con nuestro ambiente, con nuestros seres queridos. Análisis también significaría cortar las cuerdas de la tienda de campaña para emprender un gran viaje: la tienda de campaña nos indica que no tenemos aquí en la tierra residencia permanente. Análisis significaría también soltar las amarras de un navío: lanzarse al mar, cruzar las aguas de la muerte para llegar al puerto de la eternidad. Pablo pronto va a estar preso, encadenado, pero su partida (análisis) romperá sus cadenas para ser verdaderamente libre. Eso significa nuestra muerte.

"He luchado bien en el combate, he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe".

Pablo utiliza la metáfora de los juegos atléticos. Ante todo, se libra un combate, se enfrenta una buena batalla (en griego agon): la agonía breve o larga, suele acompañar nuestra partida de este mundo: enfrentarla con serenidad, es librar una buena batalla. La agonía nos purifica. A lo largo de la vida, pero especialmente al final, se afianza la confianza en Dios y en el mensaje de la Resurrección.

"He terminado la carrera".

Se ha llegado a la meta, en aquel tiempo, como ahora se suele hacer referencia a la carrera del Maratón. El soldado griego Filípides ha recorrido cerca de 40 kilómetros, para anunciar la buena nueva de la victoria. Al final ha muerto de fatiga, pero ha anunciado la victoria. El creyente proclama al fin de su vida la victoria sobre el mal y sobre la muerte.

"Ahora sólo espero la corona merecida…"

Al atleta que triunfaba se le otorgaba una corona de laurel, una corona que al poco tiempo se marchitaba, pero el creyente espera que le otorgue, el justo juez, una corona imperecedera, no sólo para Pablo, sino también para todos los que creen en la inmortalidad del amor.

Con estas frases tan confidenciales Pablo quiere pasarle a su discípulo Timoteo la estafeta. Así mismo, nuestro ser querido al morir nos deja su estafeta, la herencia espiritual de todas sus acciones buenas y generosas, que debemos también nosotros llevar a término.

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